Mensajes entre Paula y Sofia:
¿Me puedes dar otra vez la dirección de la casa para que pueda meterla en el GPS?
No
¿No?
No hasta que me digas POR QUÉ ESTÁS ESCONDIENDO A JAMES BROWN.
Jesús, es como tener 2 madres más
No se trata de sentarse con la espalda recta o comer más vegetales, pero necesitamos tener una conversación acerca de tu postura.
Increíble.
En serio, Paula, sólo nos preocupamos.
En serio, Sofia, lo sé. ¿Dirección por favor?
Déjame pensar en ello.
No voy a preguntar otra vez ...
Sí que lo harás. Quieres ver a Pedro en esa bañera de hidromasaje.No mientas.
Te odio ...
Mensajes entre Pedro y Paula:
¿Has terminado con el trabajo?
Sip, en casa esperándote.
Eso sí que es una buena vista…
Prepárate, estoy sacando el pan del horno.
No me tomes el pelo, mujer… ¿calabacín?
Arándanos y naranjas. Mmmm…
Ninguna mujer ha hecho del pan de desayuno unos juegos
preliminares de la manera que tú lo haces.
¡Ja! ¿Cuándo vienes?
No. Puedo. Conducir. Recto.
¿Podemos tener una conversación en la que no tienes doce años?
Lo siento, voy a estar allí en 30.
Perfecto, eso me dará tiempo a cubrir de escarcha a mis bollos.
Perdón?
Oh, ¿no te lo dije? También hice panecillos de canela.
Estaré allí en 25.
***
—No voy a escuchar esto.
—Como el infierno que sí. Es mi coche. El conductor elige la música.
—En realidad, estás equivocado. El pasajero siempre elige la música.Es lo que pasa cuando renuncias a los privilegios de conducir.
—Paula, ni siquiera tienes coche, así que ¿cómo podrías alguna vez tenido privilegios de conducir?
—Exactamente, así que escucharemos lo que yo elija—reproché, sentándome hacia atrás después de cambiar la estación de radio por centésima vez. Pulsé el iPod y me desplacé hasta que encontré algo que pensé que nos complacería a ambos.
—Buena canción—admitió, y se puso a tararearla.
El viaje había ido muy bien hasta ahora. La primera vez que lo conocí —que lo oí—nunca lo haría predicho, pero Pedro se estaba convirtiendo rápidamente en una de mis personas favoritas. Me había equivocado con él.
Le miré: tarareando la canción, tamborileando los pulgares sobre el volante. Como estaba concentrado en la carretera, tuve tiempo de catalogar algunas de sus características más merecedoras de desmayo.
¿Mandíbula? Fuerte.
¿Cabello? Oscuro y despeinado.
¿Barba? De unos dos días y agradable.
¿Labios? Chupables, pero de apariencia solitaria. Tal vez podría chequearlos, hacer mi propia pequeña inspección de lengua…
Me senté sobre mis manos para evitar lanzarme sobre la consola. Él seguía tarareando y tamborileando.
—¿Qué está pasando ahí, Chica Camisón? Te ves un poco sonrojada.¿Necesitas un poco más de aire?—encendió el aire acondicionado.
—Nop, estoy bien—contesté, mi voz sonando ridícula.
Me miró con extrañeza, pero reanudó su tarareo y tamborileo.
—Creo que es hora de que saquemos ese pan de arándanos.Golpéame—dijo un momento después mientras yo estaba disfrutando de una fantasía acerca de cómo podría ponerme en su regazo y todavía mantener una buena velocidad de autopista.
—¡Estoy en ello!—grité, sumergiéndome en el asiento trasero sorprendiéndonos a ambos. Tenía las piernas en el aire y el trasero en exhibición mientras me aplastaba la cara con la mano detrás del asiento. Podía sentir lo rojas que tenía las mejillas, y me di a mí misma una pequeña bofetada para traerme de vuelta a este mundo.
—Ese es un dulce culo, amiga mía—suspiró, apoyando su cabeza en él como si fuera una almohada.
—Hey. Hombre Culo. Presta atención a la carretera y no a mi culo, o no habrá pan para ti—le di un golpe a su cabeza con mi culo y me tambaleé al tomar una curva.
—Paula, necesitas controlarte ahí atrás, o me voy a detener.
—Oh, cállate. Aquí está tu maldito pan—le espeté, gateando de vuelta a mi asiento de una manera poco agraciada y tirándole el pan.
—¿Qué demonios? No tires esto. ¿Y si lo hubieras magullado?— exclamó, acariciando suavemente el pan envuelto en papel de plata.
—Me preocupo por ti, Pedro. De verdad—me reí, viéndolo luchar para abrir el extremo de la envoltura—. Quieres que te corte un pedazo— bien, o podrías simplemente hacer eso—fruncí el ceño mientras tomaba un bocado gigante del final.
—Efto ef mío, ¿verdad?—preguntó, escupiendo migas.
—¿Cómo funcionas en la sociedad normal?—le pregunté, sacudiendo la cabeza mientras tomaba otro bocado monstruoso. Él sólo sonrió y continuó, comiéndose el pan entero en menos de cinco minutos.
—Vas a estar muy enfermo esta noche. Eso se debe comer poco a poco, no ingerirlo entero—dije. Su única respuesta fue eructar ruidosamente y darse palmaditas en la barriga.
No pude evitar reírme.
—Eres un hombre retorcido, Pedro—me reí.
—Sin embargo, todavía estás intrigada, ¿no es así?—sonrió,
mirándome con ojos vagos.
Mis bragas de hecho se desintegraron.
—Curiosamente, sí—admití, sintiendo arder mi cara otra vez.
—Lo sé—sonrió, y seguimos nuestro camino.
***
.
—Vale, el desvío debería venir justo a la vuelta de esta esquina— ¡recuerdo esta casa!—grité, saltando en el asiento. Había pasado mucho tiempo desde que estuve aquí, y había olvidado lo bonita que era. Me encantaba Tahoe en verano—todos los deportes acuáticos y todo—¿pero en otoño? En otoño era hermoso.
—Gracias a Dios. Tengo que hacer pis—se quejó Pedro, como lo había estado haciendo durante los últimos treinta kilómetros más o menos.
—Eso es tu culpa por haberte bebido ese Big Gulp—le reprendí,todavía rebotando.
—Guau, ¿es eso?—preguntó mientras nos metíamos en el camino.
Linternas iluminaban el camino a una espaciosa casa de dos pisos de cedro con una chimenea de piedra gigante en la parte izquierda. Ya había coches en el camino de entrada, y podía escuchar música saliendo de la cubierta posterior.
—Parece que nuestros amigos ya han empezado su fiesta—observó Pedro. Chillidos y risas venían con la música desde la parte de atrás de la casa.
—Oh, no lo dudo. Mi suposición es que han estado bebiendo desde la cena y están medio desnudos en la bañera de hidromasaje por ahora —fui a la parte de atrás para coger mi bolso.
—Tendremos que ponernos al día, ¿no es así?—guiñó un ojo, sacando una botella de Galliano de su bolso—Pensé que podríamos hacer unos Wallbangers.
—No es eso interesante. Estaba pensando lo mismo—contesté, sacando una botella idéntica de mi bolso de lona.
—Sabía que te morías por meterme dentro de ti, Paula—se rió y agarró mi bolso mientras nos dirigíamos hacia la puerta.
—Por favor, te inventarías una bebida y la llamarías un Camisón Rosa solo para tenerme en tu boca—y ni siquiera trates de mentir—me burlé, dándole un golpe con el hombro.
Se detuvo a mitad de camino y me miró con fiereza.
—¿Es eso una invitación? Porque soy un genio como barman— declaró, sus ojos brillando en la oscuridad.
—No tengo la menor duda—suspiré, el espacio entre nosotros ahora crepitaba con la tensión que se estaba volviendo ridículamente difícil de ignorar. Tomé una respiración profunda, y me di cuenta de que él también lo hizo.
—Vamos, emborrachémonos y empecemos este fin de semana—se rió entre dientes, empujándome con el hombro y rompiendo el hechizo.
Al encontrar la puerta principal abierta, Pedro guardó nuestros bolsos, y nos abrimos paso a través de la casa hasta la terraza de atrás. Allí, el lago se extendía ante nosotros, apenas iluminado por las antorchas que salpicaban el muelle y las vías que llevaban a la orilla. Toda la parte posterior de la casa estaba flanqueada por patios
de ladrillo y cubiertas, y ahí es donde nos encontramos con nuestros amigos.
—¡Paula!—gritó Moni desde la bañera de hidromasaje, donde ella y German se estaban salpicando el uno al otro. Ah, lo habíamos llevado ya al Ruidoso Borracho.
—¡Moni!—le grité de vuelta, buscando a Sofia. Ella y Nicolas estaban sentados en el banco de piedra junto a la hoguera, sanado malvaviscos. Ambos saludaron alegremente, y Nicolas hizo un gesto obsceno con su palo.
—Hacerles ver el error de sus caminos podría ser más fácil de lo que pensamos, compañero casamentero—le susurré a Pedro, quien ya estaba mezclando un cóctel en la barra del patio.
—¿Crees que va a ser tan fácil?—susurró de vuelta, dando a sus amigos el asentimiento de cabeza internacional de hombres que significaba “¿Qué pasa, tío?”.
—Diablos, sí. Ya casi están ahí sin nuestra ayuda. Todo lo que tenemos que hacer es mostrarles lo que está justo delante de ellos.
Me entregó un cóctel.
—Así que, ¿qué tal soy?—preguntó, guiñando un ojo.
—¿Esto es un Wallbanger?
—Así es.
Tomé un sorbo, girando el sabor en mi boca y sobre mi lengua.
—Eres tan bueno como sabía que ibas a ser—susurré, tomando un trago peligrosamente grande.
—Por las cosas que te miran directamente a la cara—añadió, chocando mi copa con la suya y tomando su propio trago grande.
—Por las cosas que te miran directamente a la cara—repetí,
encontrando su mirada sobre el canto de la copa.
Maldito Vudú Golpeador.