domingo, 20 de julio de 2014

CAPITULO 32




ME DESPERTÉ UNAS HORAS MÁS TARDE, sorprendida por la calidez del cuerpo junto a mí, que era decididamente más grande que el gato que usualmente se acurruca contra mi lado. Me di la vuelta con cuidado sobre mi espalda y lejos de Pedro para que yo pudiera verlo.


Podía verlo simplemente mientras las lámparas, junto con todas mis otras luces, continuaban resplandeciendo alejando la noche, luchando contra los malvados de esa horrible película.


Me frote los ojos e inspeccione a mi compañero de cama. Él yacía sobre su espalda, con los brazos doblados como si yo siguiera en ellos, y yo pensé en lo bien que se sentía dormir acurrucada con Pedro.


Pero no debería estar durmiendo acurrucada con Pedro. El cerebro lo sabía mejor. Los nervios estaban de acuerdo. Esa era definitivamente una situación muy, muy resbaladiza. Y pensé en las imágenes de escalar un resbaladizo Pedro que inmediatamente vinieron a mi
mente y estaban lejos de ser inocentes, las empuje a un lado. Aparte la mirada y note la maravillosa manta afgana terriblemente enredada entre sus piernas — y las mías, de hecho.


Había sido de su madre. El corazón se me rompía cada vez que yo pensaba en su dulce, tímida voz compartiendo esa pequeña perla conmigo. Él no sabía que yo había hablado con Josefina sobre su pasado, que yo sabía que sus padres ya no estaban con vida. La idea que él seguía aferrando a la manta afgana de su madre era inexorablemente dulce, y una vez más se me rompió el corazón abierto.


Yo era cercana con mis padres. Ellos seguían viviendo en la misma casa donde yo había crecido, en un pequeño pueblo al sur de California. Ellos eran estupendos padres, y los veía tan seguido como yo podía, es decir, en festividades y un fin de semana ocasional. Una típica veinteañera, yo disfruto mi independencia. Pero mis padres estaban ahí cuando los necesitaba, siempre ahí. La idea de que algún día tendría que caminar en esta tierra sin su ancla y orientación equivocada me hizo hacer una mueca de dolor, por no decir nada de perderlos a ambos solo a los dieciocho años.


Estaba contenta que Pedro parecía tener buenos amigos y como un poderoso defensor como Benjamín estaba atento de él. Pero lo más cercano como amigos y amantes podría ser, había algo acerca de pertenecer a alguien completamente que te daba raíces—raíces que a veces necesitas cuando el mundo lucha en contra tuyo.


Pedro se movió ligeramente en su sueño, y lo mire de nuevo. Él murmuro algo que no pude identificar bien, pero sonaba un poco como "albóndigas." Sonreí y deje que mis dedos se deslizaran en su cabello, sintiendo la suave seda revuelta en mi almohada.


Dios, el dio una buena albóndiga.


Mientras acariciaba su cabello, mi mente vagaba a un lugar donde las albóndigas fluían sin cesar y había pastel por días. Me reí para mis adentros mientras el sueño comenzaba a retornar, y me arrime para acurrucarme de nuevo. Mientras sentía la comodidad que solo unos calientes brazos de chico podía proporcionar, una pequeña alarma se encendió en mi cabeza, advirtiéndome de no acercarme demasiado.


Tenía que ser cuidadosa.


Claramente que ambos estábamos divinamente atraídos el uno al otro, y en otro espacio y tiempo, el sexo pudo haber estado sonando alrededor de la tierra y las veinticuatro horas del día. Pero él tenía su harén, y yo tenía mi hiato, por no mencionar que yo no tenía mi O.


Así que amigos podría quedar.


Amigos que compartían albóndigas. Amigos que se acurrucan. Amigos que se estaban dirigiendo a Tahoe muy pronto.


Me imagine a Pedro sumergiéndose en un jacuzzi con el Lago Tahoe extendido en toda su gloria detrás de él. Cual espectáculo era de hecho más glorioso quedaba por ver. Me recosté para dormir, despertando ligeramente cuando Pedro me acurruco un poco más cerca.


Y a pesar que era poco más que un susurro, lo oí. Él suspiro mi nombre.


Sonreí mientras recaía a dormir.



***


A la mañana siguiente sentí un persistente toque en mi hombro izquierdo. Lo aparte, pero continuo.


—Olaf, detenlo, estúpido—, gemí, escondiendo mi cabeza bajo las sabanas. Yo sabía que él no pararía hasta que lo alimentara.


Gobernado por su estómago, eso único. Entonces oí una risa distintivamente humana—tranquila y definitivamente no era Olaf.


Mis ojos se abrieron de golpe, y la noche anterior vino de nuevo en una carrera: el horror, el pastel, la acurrucada. 


Estire hacia atrás con mi pie derecho, deslizándolo a lo largo de la cama hasta sentí que paro en contra de algo caliente y peludo. Aunque yo estaba ahora más que segura que nunca de que no era Olaf, toque con mi dedo, moviéndolo lentamente camino arriba hasta que oí otra risita.


—¿Wallbanger?— susurre, no queriendo darle la vuelta. 


Como siempre, yo estaba despatarrada en diagonal sobre la cama entera, cabeza en un lado, con los pies prácticamente en el otro.


—El único—, una deliciosa voz susurro en mi oído.


Mis dedos y la Paula de Abajo se curvaron. —Mierda—. Me rodé sobre mi espalda para tomar el daño. Él estaba acurrucado en una esquina que mi cuerpo le había permitido. Mis hábitos de compartir cama no habían mejorado en absoluto.


—Estas segura que puedes llenar una cama—, señalo él, sonriéndome debajo de lo poco de manta afgana que le había dejado. —Si vamos a hacer esto de nuevo tendrá que haber algunas reglas básicas.


—Esto no va a pasar de nuevo. Esto fue en respuesta a una terrible película que nos impusiste a los dos. No más acurrucamiento—, dije con firmeza, preguntándome cuan terrible era mi aliento matinal.


Ahueque mi mano en frente de mi cara, respire y di una rápida aspiración


—¿Rosas?— pregunto él


—Por supuesto—. Sonreí con superioridad


Lo mire, exquisitamente arrugado en mi cama. Él sonrió con esa sonrisa, y suspire. Me permití un momento para disfrutar en una fantasía donde yo estaba rápidamente volteada y arrasada dentro de una pulgada de mi vida, pero sabiamente tome el control de mi zorra interior.


—¿Que si te asustas esta noche?— pregunto él mientras me sentaba y estiraba.


—No lo hare—, tire hacia atrás sobre mi hombro.


—¿Que si yo me asusto?


—Crece, niño bonito. Vamos a hacer café, y luego tengo que ir a trabajar—. Le pegue con mi almohada.


Él se deslizo fuera de la manta afgana, teniendo cuidado de doblarla y llevarla con él hacia la cocina donde él la puso suavemente en la mesa. Yo sonreí, pensando en él diciendo mi nombre en la noche. Lo que yo daría por saber que estaba pasando por su mente.


Nos movimos por la cocina con tranquila economía, moliendo granos, midiendo el café, vertiendo el agua. Puse el azúcar y crema en el mesón mientras él pelaba y cortaba en rodajas un banano. Yo vertí granola, él le puso leche y banano a los tazones para nosotros. En unos pocos minutos estábamos sentados uno al lado del otro en taburetes, desayunando como si lo hubiéramos estado haciendo por años. Nuestra simple facilidad me intrigo. Y me preocupo.


—¿Planes para el día?— pregunte, excavando en mi tazón.


—Tengo que ir a la oficina del Chronicle.


—¿Estás trabajando en algo para el periódico?— pregunte,
sorprendido por el nivel de interés que hasta yo podía oír en mi voz.


¿Estaría en la ciudad por un tiempo? ¿Por qué me importaba? Oh chico.


—Voy a pasar unos pocos días en un artículo sobre escapadas rápidas en el Bay Area—un tipo de impulso de fin de semana—, respondió él con la boca llena de banano.


—¿Cuándo vas a hacer eso?—pregunte, examinando las pasas en mi taza y tratando de no parecer demasiado interesada en su respuesta.


—La próxima semana. Partiré el martes—, respondió y mi estómago estaba revuelto instantáneamente. La próxima semana se supone que iríamos a Tahoe. ¿Por qué demonios mi estómago se preocupaba demasiado que él no fuera a ir?


—Ya veo—, añadí, una vez más fascinada por las pasas.


—Pero voy a estar de vuelta antes de Tahoe. Estaba planeando en solo conducir directamente allí cuando termine mi sesión de fotos—, dijo él, mirándome por encima del borde de su taza de café.


—Oh, bien, eso es bueno—, respondí en voz baja, mi estómago ahora estaba rebotando alrededor.


—¿Cuándo te diriges hacia ahí, de todas formas?— pregunto, pareciendo ahora estar estudiando su propio tazón.


—Las chicas estarán dirigiéndose con Nicolas y German el jueves, pero tengo que estar en la ciudad trabajando por lo menos hasta el mediodía el viernes. Voy a alquilar un carro y conducir hasta la tarde.


—No alquiles un carro. Voy a girar de paso para recogerte—, él ofreció, y yo asentí sin decir ni una palabra.


Con eso decidido, terminamos nuestro desayuno y miramos a Olaf perseguir una pieza perdida de pelusa alrededor de la mesa una y otra vez. No hablamos mucho, pero cada vez que encontrábamos nuestros ojos, ambos sonreíamos.

CAPITULO 31




Clic. Clic. Clic.


¿Qué demonios fue eso?


Clic. Clic. Clic.


Oh no.


Me quedé paralizada en mi cama, todas las luces encendidas en todo mi apartamento.


Clic. Clic. Clic.


Tiré de las mantas más hacia arriba, cubriendo mi cara hasta mis ojos, que mantuvieron una vigilancia constante alrededor de la habitación. El Cerebro sabía que estábamos a salvo y seguros, pero también seguía reproduciendo escenas de esa terrible, terrible película, haciendo imposible el apagar por la noche e ir a dormir. Los Nervios tenían todo bajo llave, abriendo un camino ardiente de adrenalina por todo mi cuerpo. Odiaba a Pedro con cada fibra de mi ser en este momento. También deseaba que estuviera aquí.


Clic. Clic. Clic.


¿Qué fue eso?


Clic. Clic.


Nada.


Luego Olaf saltó sobre la cama, y yo gritaba como en un asesinato sangriento. Olaf hinchó su cola y me siseó, preguntándose por qué diablos mami estaba gritándole, estoy segura. El clic-clic-clic eran sus malditas uñas gatunas.


Mi teléfono vibró un instante después, sacudiendo la mesita de noche entera y provocando otro grito de mí. Era Pedro


—¿Qué diablos pasa? ¿Por qué estás gritando? ¿Estás bien? —gritó cuando contesté, y podía escucharlo a través del teléfono y a través de la pared.


—Trae tu culo aquí ahora, tú hijo de puta manipulador de películas de terror, —dije furiosa y colgué. Golpeé la pared y corrí para abrir la puerta. De la misma forma en la que había corrido los escalones del sótano cuando era una niña, y salí corriendo de vuelta a mi habitación, saltando los últimos metros y aterrizando en el centro de mi cama. Me envolví las mantas a mí alrededor y me asomé, esperando. Él tocó a la puerta, y escuché la puerta abrirse.


—¿Paula? —llamó.


—Aquí atrás, —grité. Triste de que me había reducido a esto, pero estaba agradecida de verlo.


—Traje pastel, —dijo con una sonrisa avergonzada—. Y esto, — añadió, sacando el afgano de detrás de su espalda.


—Gracias. —Le sonreí desde atrás de mi almohada de escudo.


Unos minutos más tarde estábamos en mi cama, cada uno
balanceando un plato y un vaso de leche. Habíamos estado muy llenos, luego demasiado asustados para comer pastel antes. Olaf y sus uñas fantasmagóricas se retiraron a la otra habitación después de rodar sus ojos hacia Pedro y mover su cola.


—¿Cuántos años tienes? —Le pregunté, interrumpiendo mi pastel.


—Veintiocho. ¿Cuántos años tienes tú?


—Veintiséis. Tenemos veintiocho y veintiséis años y estamos
aterrorizados por una película, —reflexioné, hurgando en un bocado.


El pastel estaba bueno.


—Yo no diría que estoy aterrorizado, —replicó él—. ¿Asustado? Sí. Pero sólo vine para hacer que dejaras de gritar.


—Y probar mi pastel, —añadí, guiñándole un ojo.


—Cállate, tú, —me advirtió, y luego siguió y probó mi pastel.
—Jesús, está bueno, —susurró, sus ojos cerrados mientras
masticaba.


—Lo se. ¿Qué pasa con las manzanas y los pasteles hechos en casa? ¿Hay algo mejor?


—Si estuviéramos comiendo esto desnudos, entonces sería mejor, — sonrió, abriendo un ojo.


—Nadie se está desnudando aquí, amigo. Sólo come tu pastel. — Señalé su plato con mi tenedor.


Masticamos.


—Me siento mejor, —añadí unos minutos después, bebiendo mi leche.


—Yo también. No muy asustado.
Sonrió mientras tomaba su plato y lo colocaba en la mesita de noche.


Suspiré contenta y me recosté contra mis almohadas, saciada y menos asustada.


—Entonces, voy a preguntar… ¿James Brown? Quiero decir, ¿James Brown? —Se rió, y yo lo pateé mientras se recostaba a mi lado. Nos dimos la vuelta sobre nuestros costados para estar de frente, con los brazos debajo de las almohadas.


—Lo se, lo se. ¡No puedo creer que tú te aguantaste tanto como lo hiciste! Se que has estado muriendo por hacer bromas desde anoche.


—En serio, ¿quién es este tipo? —preguntó.


—Es un nuevo cliente.


—Ah, ya entiendo, —dijo, viéndose complacido.


—Y un antiguo novio, —añadí, observando su reacción.


—Ya veo. Nuevo cliente pero antiguo novio —espera, ¿el abogado? — preguntó, tratando de mantener su expresión neutral, pero fallando.


—Sip. No lo había visto en unos años.


—¿Cómo va a funcionar eso?


—Aún no lo se. Ya veremos.


Realmente no sabía cómo iban a ir las cosas con James. Me alegré de verlo, pero iba a ser difícil mantener las cosas profesionales si él quería más. En el pasado él había tenido más control sobre mí del que estaba cómoda de ceder. Me encontré a mí misma absorbida por el tirón gravitacional que era James Brown —el abogado, no el Padrino del Soul.


—De todos modos, sólo vamos a estar trabajando juntos. Va a ser un gran trabajo para mí. Él quiere que su lugar completo sea renovado. —Suspiré, ya planeando la paleta. Rodé sobre mi espalda y me estiré.


Realmente me había abusado de mi estómago esta noche y estaba comenzando a tener sueño.


—Él no me gusta, —dijo Pedro de repente, después de una larga pausa.


Me volví y lo vi frunciendo el ceño.


—¡Ni siquiera lo conoces! ¿Cómo podría posiblemente no gustarte? — Me reí.


—Simplemente no me gusta, —dijo, ahora dirigiendo su mirada a la mía y liberando el poder de esos azules.


—Oh, por favor, no eres más que un niño apestoso. —Me reí,alborotando su cabello. Paso en falso. Era muy suave…


—Yo no apesto. Tú misma lo dijiste que yo era como el fresco abril, —protestó, levantando su brazo y oliendo.


—Sí, Pedro, hueles delicioso, —dije sin expresión, oliendo el aire a mi alrededor.


Él dejó su brazo alto sobre la almohada, y yo sabía que si rodaba un poco podría deslizarme justo en el rincón. Él me miró, levantando las cejas ligeramente. ¿Estaba pensando lo que yo estaba pensando? ¿Quería que me acurrucara?
¿Yo quería acurrucarme? Oh al demonio con eso…


—Me voy a acurrucar, —anuncié y fui a acurrucarme: la cabeza acomodada en el rincón, brazo izquierdo sobre pecho, brazo derecho debajo de su almohada. Las piernas las guardé para mí —yo no era una total tonta.


—Bueno, hola allí, —dijo, sonando sorprendido. Luego se acurrucó a mi alrededor de inmediato. Suspiré de nuevo, envuelta en el vudú y el chico.


—¿A qué viene esto, amiga? —susurró en mi cabello, y me estremecí.


—Reacción tardía a Linda Blair. Necesito un poco de tiempo de acurrucarme. Los amigos pueden acurrucarse, ¿no?


—Claro, ¿pero nosotros somos amigos que pueden acurrucarse? — preguntó, trazando círculos en mi espalda. 


Él y sus endemoniados dedos que hacen círculos.


—Puedo manejarlo. ¿Tú? —Contuve mi aliento.


—Puedo manejar cualquier cosa, pero… —comenzó, y luego se detuvo.


—¿Qué? ¿Qué ibas a decir? —pregunté, inclinándome para mirarlo.


Un mechón de cabello se salió de mi cola de caballo y cayó entre nosotros. Lentamente, y con mucho cuidado, él lo coloco detrás de mi oreja.


—¿Digamos que si estuvieras usando ese camisón rosa? Estarías en un montón de problemas.


—Bueno, entonces es algo bueno que sólo somos amigos, ¿verdad? —Me obligué a decir.


—Amigos, sí.


Él me miró a los ojos.


Yo aspiré, él sopló hacia fuera. Intercambiamos aire real.


—Sólo acurrúcame, Pedro, —dije en voz baja, y él sonrío.


—Ven de vuelta aquí, —dijo y me convenció para ir de vuelta a su pecho. Me deslicé, descansando donde podía escuchar los latidos de su corazón. Él dobló el afgano sobre nosotros, y noté de nuevo lo suave que era. Me había servido bien esta noche, este afgano.


—me encanta este afgano, pero tengo que decir que no calza realmente con tu apartamento —el motivo de chico genial que tienes, —reflexioné. Era anaranjado y verde y muy retro. Él estaba en silencio, y creí que tal vez se había quedado dormido.


—Era de mi mamá, —dijo en voz baja, y su agarre sobre mí se volvió infinitamente más fuerte.


No había nada que decir después de eso.


Pedro y yo dormimos juntos esa noche, con todas las luces en todo el lugar encendidas.


Olaf y sus uñas se mantuvieron alejados.