sábado, 19 de julio de 2014
CAPITULO 30
—Gah, —respondí, los ojos cruzándose un poco ante el sexo en dos patas que se mostraba frente a mí.
Él mordió. —Dulce. Dulce, Paula.
—Gah, —manejé de nuevo. El Cerebro sabía que esto era malo. El Corazón estaba latiendo fuera de nuestro pecho.
—¿Bueno para ti? —preguntó, esa sonrisa conocedora pisando peligrosamente cerca del territorio de la sonrisa de satisfacción.
—Bueno para mí, —respondí, en fuego después de la lamida de dedos. Estúpida tregua, estúpido harén. ¿A quién le importaba si no había un real O? Necesitaba estar en contacto con este hombre de la peor manera.
Mi pared sexual había sido golpeada, y cuando me preparaba para arrancarle la ropa de su cuerpo, tirarlo al suelo, y montarlo en medio de una pila de manzanas y canela sólo con un rodillo para guiarnos, mi teléfono sonó.
Gracias, Jesús.
Miré al demonio con ojos azules y me lancé al otro lado de la habitación, lejos del vudú revolvedor de cerebros. Vi su cara mientras corría, y el se veía un poco decepcionado.
—Chica, ¿qué vas a hacer esta noche? —Gritó Moni en el teléfono. Lo sostuve lejos de mi oreja antes de que la hemorragia comenzara.
Moni tenía tres niveles de sonido: Alto Normal, Alto Emocionado, y Alto Borracho. Ella estaba dejando el Emocionado y estaba en camino al Borracho.
—Me estoy preparando para cenar. ¿Dónde estás? —Pregunté, asintiéndole a Pedro que había comenzado a verter las manzanas en el molde del pastel.
—Salí a tomar con Sofia. ¿Qué estás haciendo? —Gritó.
—Te acabo de decir, ¡preparándome para cenar! —Me reí.
Pedro vino a la sala de estar con el pastel en sus manos. —¿Debería poner esto en el horno? —Preguntó.
—Espera, Moni. Aún no, aún necesito pasarle un poco de crema, —le dije, y él se metió de nuevo en la cocina.
—¡Paula Chaves, ese era un hombre! ¿Quién era? ¿Con quién vas a cenar? ¿Y a qué le estás pasando crema? —Me disparó, su voz cada vez más fuerte.
—Cálmate. ¡Dios mío, eres escandalosa! Voy a cenar con Pedro, y estamos haciendo un pastel de manzana, —le expliqué, lo cual ella inmediatamente le gritó a Sofia.
—Mierda, —murmuré cuando escuché el teléfono ser tirado lejos de Moni.
—Chaves, ¿qué estás haciendo? ¿Estás haciendo pasteles con tu vecino? ¿Estás desnuda? —Gritó Sofia, tomando su turno para molestarme.
—De acuerdo, no, y ustedes necesitan calmarse. Voy a colgar ahora,—grité sobre ella gritándome a mí. Podía escuchar a Moni gritar cosas sucias sobre pasteles y crema. Sofia estaba en medio de amenazarme con no colgarle, cuando justo hice eso.
Suspiré y fui a encontrar a Pedro, con sus manos llenas de pastel.
Aspiré a mi pesar.
—Oh, Dios mío, esto está tan bueno, —lloriqueé, cerrando mis ojos y perdiéndome con las sensaciones.
—Sabía que te gustaría, pero no tenía idea de que lo disfrutarías tanto, —susurró, mirándome con gran atención.
—Deja de hablar, vas a arruinarlo para mí, —gemí, estirándome y sintiendo como yo respondía a todo lo que él me estaba dando.
—¿Querías otra? —me ofreció, levantándose sobre los codos.
—Si me tengo otra, no voy a ser capaz de caminar mañana.
—Adelante, se una mala chica —te lo mereces. Se que la quieres, Paula, —bromeó, inclinándose más cerca.
—Está bien, —logré decir, abriéndosela de nuevo. Cerré mis ojos y lo escuché revolviendo algo antes de meterlo. Suspirando mientras lo sentí, cerré mis labios alrededor de lo que me ofrecía.
—Nunca había visto a una mujer que pudiera tener tanto en una sentada, —se maravilló, mirándome desatarme una vez más.
—Sí, bueno, nunca has conocido a una mujer a la que le gusten las albóndigas tanto como a mí, —gemí con la boca llena, sintiéndome llena más allá de la creencia, pero no queriendo que esta comida termine.
Pedro me había cocinado muy posiblemente la comida más perfecta, golpeando cada papila gustativa que necesitaba ser golpeada. Él había aprendido a hacer las albóndigas más increíbles de una mujer en Nápoles, y él había jurado que serían las mejores que había probado. Después de no menos de siete bromas sobre bolas y mocas, tuve que estar de acuerdo de que eran las mejores bolas que había tenido en mi boca.
Dios, él daba geniales albóndigas.
Luego procedí a comer casi medio kilo de pasta yo sola, así como todas mis albóndigas, más de la mitad de las de él. Insistí en que él comiera la última, pero se negó y trajo la perfección que era su albóndiga hacia mi boca dispuesta.
Pedro era un anfitrión excelente, insistiéndome que me sentara, bebiera vino, y que viera en vez de ayudar. Me entretuvo con historias sobre sus viajes mientras tenía todo listo, y mientras la comida era simple, era buena. —Nonni me hizo prometerle que si me mostraba como hacer su polpette sólo las serviría con su salsa especial. Si me atrevía a servirlas con un tarro de salsa marca Prego, ella cruzaría el océano para quebrar su cuchara de madera en mi espalda.
—¿Ella te hizo decirle Nonni? —Me reí, echándome hacia atrás en mi silla y desabotonándome el botón superior de los vaqueros. No tenía vergüenza. Había comido una cantidad obscena.
—¿Sabes lo que significa Nonni? —preguntó, sorprendido.
—Yo tenía una bisabuela italiana. Ella insistía que la llamáramos Nonni. —Me reí de nuevo cuando sus ojos fueron hasta mis manos que masajeaban mi estómago.
—¿Vas a estar bien allí? —Levantó las cejas mientras se levantaba para limpiar.
—Sip, sólo necesito respirar un poco. —Gemí, levantándome de la mesa.
—No, no, no tienes que ayudarme, —dijo, corriendo hacia mi lado y tomando mi plato.
—Oh, no, no lo iba a hacer. Iba a dejar esto y desmayarme en ese sofá justo allí, —dije, señalando hacia la sala de estar.
—Ve a relajarte. Cualquiera que acaba de tener tantas bolas en su boca merece un descanso, —bromeó, y yo le jalé una oreja.
—¡Dije que no más bromas sobre bolas! Ya tuviste tu diversión, ahora déjame ir a morir en paz. —Me arrastré hasta la sala de estar.
Realmente había hecho un pequeño cerdo de mí misma, pero estuvieron realmente buenas. Me recliné y abrí otro botón de mis vaqueros, relajándome en los cojines y reproduciendo algunos de los puntos más buenos de la noche.
Ver a Pedro cocinar fue, en una palabra, sexy. Él realmente estaba en la casa en una cocina, su alboroto sobre el pastel de antes a un lado. Incluso su ensalada —simple, verde y con aderezo de limón y aceite de oliva, sal, pimienta, y un buen parmesano —era fácil y perfecta.
—Sal rosa Himalaya, muchas gracias, —había dicho orgulloso, sacando una bolsa de su despensa. Él lo había traído de uno de sus muchos viajes y me hizo probar un poco antes de rociarlo sobre la ensalada. Pudo haber sido pretencioso, pero se ajustaba a Pedro. Las muchas facetas de este chico eran asombrosas. Mis primeros supuestos sobre él estaban probando que estaba completamente equivocada. Como los supuestos tienden a ser…
Podía escucharlo ocupándose de los platos, y tanto como
probablemente pude haber ido a ayudarlo, simplemente no podía sacarme del sofá. Me acurruqué en mi lado y miré alrededor de su sala de estar de nuevo, mis ojos volvieron a las pequeñas botellas de arena de todo el mundo. Me maravillé de qué tan viajero era, y cuanto él parecía disfrutarlo. Miré las fotos de la mujer en Bora Bora —su piel oscura y hermosa y los planos suaves de su cuerpo— y pensé sobre cuan diferentes eran las tres mujeres de su harén. Oops, hagan eso tres ahora que Katie/Spanx estaba con su nuevo hombre.
De pronto pude oler el pastel de manzana y escuchar el ruido metálico de la puerta del horno cerrarse. Yo lo había puesto en su horno tan pronto como vinimos así estaría listo para después de la cena.
—No te atrevas a servirme pastel ahora. ¡Estoy llena, te lo digo, llena! —Le grité.
—Tranquila, sólo se está enfriando, —me regañó, viniendo alrededor de la esquina desde la cocina—. Tienes que moverte un poco, hermana. Es hora de la película, —indicó, empujándome con su dedo gordo del pie mientras yo luchaba por sentarme recta.
—¿Qué es lo que vamos a ver?
—El Exorcista, —susurró, apagando la luz al final de la mesa y dejando la sala muy oscura.
—¿Estás jodiéndome? —Grité, inclinándome sobre él para encenderla de nuevo.
—No seas cobarde. Vas a verla, —siseó, apagándola de nuevo.
—No soy cobarde, pero está lo estúpido y lo no estúpido, ¡y lo estúpido es ver una película como El Exorcista con las luces apagadas! ¡Eso sólo es meterse en problemas! —Siseé, encendiéndola otra vez.
Estaba comenzando a parecerse a una discoteca aquí…
—Está bien, haré un trato contigo. Luces apagadas, pero —me hizo callar con su dedo cuando vio que iba a comenzar a interrumpirlo —si te asustas mucho, encendemos las luces. ¿Trato?
Yo seguía inclinada sobre él en mi camino a encender las luces de nuevo cuando noté lo cerca que estaba de su cara. Y el ángulo en el que estaba sobre él como una chica esperando a ser nalgueada. Y sabía que él era capaz de darme una…
—Bien, —resoplé mientras los créditos iniciales comenzaron. Regresé a la posición normal de sentada.
Él me sonrió triunfalmente y me dio un pulgar hacia arriba.
—Si me muestras ese pulgar una vez más te lo voy a morder, — gruñí, tirando de un afgano de la parte trasera del sofá y enroscándolo protectoramente alrededor de mí.
Un minuto en la película, y yo ya estaba asustada.
Estaba tensa a partir de ese momento, y cualquier idea que pude haber tenido sobre chicas siendo ridículas con los chicos cuando miraban películas de miedo se fue por la borda cuando Regan se orinó en la cena.
Cuando el sacerdote llegó para una visita, yo estaba prácticamente sentada en el regazo de Pedro, mi mano derecha tenía un apretón mortal en su muslo, y yo estaba viendo la película a través de los agujeros del afgano, el cual había colocado totalmente sobre mi cabeza.
—Realmente, literalmente, te odio por hacerme ver esta película, — susurré en su oído, el cual estaba justo en mi cara porque me negaba a dejar cualquier espacio entre nosotros. Yo incluso lo había acompañado al baño antes cuando tomamos un descanso. Él insistió en que me quedara afuera en el pasillo, pero me quedé de pie justo
afuera de la puerta, con los ojos mirando alrededor furtivamente, aún con el afgano sobre mi cabeza.
—¿Quieres que la detenga? No quiero que tengas pesadillas, — susurró de vuelta, sus ojos en la pantalla.
—Sólo no golpees las paredes por unas cuantas noches, por favor. No seré capaz de soportarlo, —dije, mirándolo a través de uno de mis agujeros.
—¿Has escuchado algún golpe últimamente? —preguntó, rodando los ojos como lo hacía cada vez que me miraba con el ridículo afgano en la cabeza.
—No, en realidad no. ¿Por qué es eso? —pregunté.
Él tomó aliento. —Bueno, yo —comenzó, y luego los ruidos más maniáticamente aterradores comenzaron a venir de la televisión, y los dos saltamos.
—Bueno, tal vez esta película es un poco aterradora. ¿Quieres sentarte más cerca? —preguntó, presionando el botón de pausa en el control.
—Pensé que nunca lo pedirías, —exclamé, lanzándome plenamente en su regazo y asentándome entre sus muslos—. ¿Quieres un poco de afgano? —ofrecí, y él se rió.
—No, puedo enfrentarlo como un hombre. Tú, sin embargo, quédate allí abajo, —bromeó.
Le entrecerré mis ojos a través de los agujeros y metí un dedo a través del tejido. —Adivina cuál dedo es este, —dije, moviéndolo hacia él.
—Shhh, película, —contestó, envolviendo sus brazos alrededor de mí y tirando de mí contra su pecho.
Él era cálido y fuerte y poderoso, pero absolutamente no puede competir con el terror que era El Exorcista. ¿De qué hemos estado hablando? Ahora no podía pensar en ninguna pared golpeada excepto la que Regan estaba golpeando actualmente y salpicando con sopa de guisantes. Miramos el resto de la maldita película enrollados uno alrededor del otro como pretzels, y él finalmente sucumbió a la falsa seguridad que los agujeros del afgano podían proporcionar.
CAPITULO 29
Nos acomodamos en el elegante bar que él había seleccionado.
Parecía muy James: chic y sofisticado, y mezclado con oculta sexualidad. Las banquetas de cuero rojo oscuro, finamente acolchadas y frescas, nos resguardaban mientras nos poníamos al día y comenzábamos el proceso de volver a conocernos después de tantos años separados.
Mientras esperábamos que llegara el mesero, estudié su rostro.
Todavía lucía igual: pelo rubio muy corto, ojos intensos, y una figura delgada doblada sobre sí misma como la de un gato. La edad sólo había mejorado su buena apariencia, y sus vaqueros cuidadosamente rotos y el suéter de cachemira negro se aferraba a un cuerpo que podía ver que estaba en buena forma. James había sido un escalador,
incansable en la persecución del deporte. Veía cada roca, cada montaña como un obstáculo que superar, algo que a ser conquistado.
Había ido a escalar con él unas veces hacia el final de nuestra relación, a pesar de me ponían nerviosas las alturas. Pero verlo a él escalar, ver los músculos fibrosos estirarse y manipular su cuerpo en posiciones que parecían no naturales, era una experiencia embriagadora, y me había abalanzado sobre él aquellas noches en la tienda como una mujer poseída.
—¿En qué estás pensando? —preguntó él, interrumpiendo mis pensamientos.
—Estaba pensando en lo mucho que solías escalar. ¿Es algo que todavía haces?
—Lo es, pero no tengo demasiado tiempo libre como solía. Me mantienen bastante ocupado en la firma. Intento salir al Big Basin tanto como puedo —agregó, sonriendo mientras nuestra camarera se acercaba.
—¿Qué puedo servirles? —preguntó, colocando servilletas en frente de nosotros.
—Ella pedirá un martini de vodka seco, tres aceitunas, y para mí trae tres dedos de whisky Macallan —respondió él. La camarera asintió y se fue para llenar nuestra óden.
Lo estudié mientras se sentaba de nuevo, y luego volvía su mirada hacia mí.
—Oh, Paula, lo siento. ¿Es esa todavía tu bebida?
Entrecerré los ojos hacia él.
—Da la casualidad de que sí. Pero, ¿qué pasa si no quiero eso esta noche? —respondí remilgadamente.
—Mi error. Por supuesto, ¿qué querías para beber? —Le hizo un gesto a la camarera para que se acercara de vuelta.
—Pediré un martini de vodka seco con tres aceitunas, por favor —le dije con un guiño.
Ella parecía confundida.
James rió en voz alta, y ella se alejó, sacudiendo la cabeza.
—Touché, Paula. Touché —dijo, estudiándome otra vez.
—Entonces, dime qué has estado haciendo en los últimos años. — Puse los codos sobre la mesa y la barbilla en las manos.
—Mmm, ¿cómo encapsular años en unas pocas oraciones? Terminé la escuela de leyes, me uní a la firma aquí en la ciudad, y trabajé como un perro por dos años. He sido capaz de aliviar un poco, sólo alrededor de sesenta y cinco horas por semana ahora, y es lindo ver la luz del sol otra vez, lo admito. —Sonrió y no pude evitar devolverle la sonrisa—. Y por supuesto trabajar tanto como siempre me deja muy poco tiempo para una vida social, así que fue suerte ciega haberte visto en la beneficencia el mes pasado —terminó, inclinándose hacia adelante sobre sus codos al mismo tiempo. Josefina asistía a muchos eventos sociales alrededor de la ciudad, y yo la acompañaba en coacciones. Son buenos para los negocios. Debería haber sabido que eventualmente me encontraría con James en uno de esos alborotos.
—Entonces me viste, pero no viniste a hablarme. Y ahora estás aquí, semanas después, pidiéndome que trabaje en tu condominio. ¿Por qué es eso, exactamente? —Acepté mi bebida cuando llegó y le di un largo trago.
—Quería hablar contigo, créeme. Pero no podía. Había pasado mucho tiempo. Luego me di cuenta que trabajabas para Josefina, a quien me había recomendado un amigo, y pensé, 'qué perfecto'. —Inclinó su copa hacia la mía para un tintineo.
Hice una pausa por un momento, luego le correspondí el tintineo.
—¿Así que hablabas en serio sobre trabajar conmigo? Esto no es una especie de truco para meterme en tu cama, ¿o sí?
Él me miró uniformemente.
—Aún tan directa como siempre, ya veo. Pero no, esto es profesional.
No me gustó la manera en que dejamos las cosas, es cierto, pero acepté tu decisión. Y ahora aquí estamos. Necesitaba un decorador.Tú eres una decoradora. Funciona bien, ¿no lo crees?
—Diseñadora —dije suavemente.
—¿Qué es eso?
—Diseñadora —dije, más fuerte esta vez—. Soy una diseñadora de interiores, no una decoradora. Hay una diferencia, Señor Fiscal. — Tomé otro sorbo.
—Por supuesto, por supuesto —respondió él, haciéndole señas a la camarera.
Sorprendida, bajé la mirada para encontrar mi copa vacía.
—¿Quieres otra? —preguntó él, y yo asentí.
Mientras charlábamos por la siguiente hora, también comenzamos a discutir lo que necesitaba en su nuevo hogar. Josefina había tenido razón. Él me estaba casi pidiendo que le diseñara todo el lugar, desde las áreas de alfombras hasta los accesorios de iluminación y todo en medio. Sería una gran comisión, y él incluso había aceptado dejarme fotografiarlo para una revista local de diseño a la que Josefina había estado queriendo que me presentara.
James vino de una familia adinerada—los Browns de Philadelphia, no lo sabes—y yo sabía que ellos estarían pagando la cuenta por la mayoría de todo esto. Los jóvenes abogados no ganaban tanto como para cubrir el tipo de casa que él tenía, sin nombrar una de las ciudades más caras de Estados Unidos. Pero los fondos del fideicomiso te dejan vivir, y él tenía grandes de esos. Una de las ventajas de salir con él en la universidad había sido que podíamos tener citas de verdad reales, no sólo salidas a comer baratas todo el tiempo.
Había disfrutado ese aspecto de estar con él. No voy a mentir.
Y disfrutaría ese aspecto de este proyecto. ¿Un presupuesto
básicamente ilimitado? No podía esperar a comenzar.
Al final, fue una noche agradable. Al igual que con todos los viejos amores, había una sensación de conocimiento, una nostalgia que sólo puedes compartir con alguien a quien has conocido íntimamente— especialmente a esa edad cuando todavía estás en formación. Fue genial verlo otra vez. James tiene una personalidad muy fuerte, intensa y confidente, y me recordó por qué había estado atraída a él en primer lugar. Reímos y nos contamos historias sobre cosas que habíamos hecho como pareja, y estuve aliviada de descubrir que su encanto permanecía. Nos llevaríamos bastante bien en un entorno social. No había nada de la incomodidad que podría haber acompañado esto.
A medida que la noche terminaba y me llevaba a casa, hizo la pregunta que sabía que había estado muriendo por hacer. Detuvo el auto en el frente de mi edificio y se giró hacia mi.
—Entonces, ¿estás viendo a alguien? —preguntó rápidamente.
—No, no lo estoy. Y esa es apenas una pregunta que un cliente me haría —bromeé y miré hacia mi edificio. Podía ver a Olaf sentado en la ventana del frente en su postura usual, y sonreí. Era bueno tener a alguien esperando por mí. No pude detenerme antes de mirar a la siguiente puerta para ver si había luz en el departamento de Pedro, y tampoco pude evitar que mi estómago diera un pequeño salto cuando vi su sombra en la pared y la luz azul de su televisión.
—Bueno, como tu cliente, me abstendré de hacer esa clase de preguntas en el futuro, Señorita Chaves. —Se rió entre dientes.
Me di la vuelta para enfrentarlo.
—Está bien, James. Pasamos la relación diseñadora/cliente un largo tiempo atrás. —Me sentí triunfante cuando vi el rubor tallar una grieta en su fachada cuidadosa.
—Creo que esto va a ser divertido. —Él guiñó el ojo, y fue mi turno de reír.
—De acuerdo, puedes llamarme mañana a la oficina, y nos
pondremos en marcha. Voy a despellejarte, amigo, prepárate para trabajar esa tarjeta de crédito —me burlé mientras salía del auto.
—Oh, infiernos, estoy contando con ello. —Él guiñó y me saludó con la mano en despedida.
Esperó hasta que estuve adentro, así que le devolví el saludo mientras la puerta se cerraba. Estaba feliz de ver que podía manejarme a mí misma con él. Arriba, mientras giraba la llave en mi cerradura creí oír algo. Miré por encima de mi hombro, y no había nada allí. Olaf me llamó desde adentro, así que sonreí y entré, agarrándolo y susurrándole suavemente al oído mientras me daba un pequeño abrazo de gato con sus grandes patas alrededor de mi cuello.
***
La tarde siguiente, estaba desplegando la masa para el pastel cuando llegó el mensaje de Pedro.
Ven cuando quieras. Comenzaré a cocinar una vez que estés aquí.
Todavía estoy trabajando en el pastel, pero terminaré pronto.
¿Necesitas ayuda?
¿Cómo te llevas con pelar manzanas?
Lo siguiente que oí fue un llamado a la puerta. Caminé hacia allí, las manos cubiertas de harina, y abrí la puerta con el codo.
—Bueno, hola allí —dije, sosteniendo la puerta abierta con el pie.
—Esto luce como el final de Scarface —observó, levantando la mano para tocar mi nariz y me mostró la harina en el extremo.
—Tiendo a perder el control cuando hay masa de pastel involucrada —dije mientras él cerraba la puerta.
—Debidamente anotado. Esa es buena información para tener — respondió, batiendo a mi mano mientras intentaba golpearlo.
Él me dio una buen vistazo entonces, ojos azules bajando de mi rostro y viajando a través de mi cuerpo.
—Mmm, no estabas bromeando acerca del delantal, no sé cuánto tiempo seré capaz de estar aquí sin intentar agarrarte el trasero.
—Métete allí y agarra una manzana, amigo —dije y caminé hacia la cocina, añadiendo un poco de contoneo extra a mis caderas. Lo oí suspirar ruidosamente. Bajé la mirada a mi atuendo, notando mi camiseta de tiras, los vaqueros viejos, los pies descalzos, y el delantal de chef que decía, Deberías ver mis bollos...
—Ahora, cuando dijiste, 'agarra una manzana', ¿a qué te estabas refiriendo, exactamente? —preguntó desde la cocina donde había comenzado a sacarte el suéter.
Sacudí la cabeza ante la vista de Pedro en una camiseta negra y vaqueros degradados. Estaba usando medias otra vez, y me maravillé de lo a gusto que parecía en mi cocina.
Caminé alrededor de la encimera de la cocina y agarré mi palo de amasar.
—Ya sabes, no pensaré dos veces antes de golpearte en la cabeza con esto si sigues este acoso sexual al límite —le advertí, pasando mi mano arriba y abajo del rodillo sugestivamente.
—Voy a tener que pedirte que no hagas eso si hablas en serio acerca de pelar manzanas aquí —dijo él, los ojos ampliándose.
—Jamás bromeo sobre pastel, Pedro. —Rocié un poco más de harina sobre el mármol.
Él estuvo en silencio mientras me observaba palmear la masa del pastel, respirando a través de su boca.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con eso? —preguntó, con voz baja.
—¿Con esto? —pregunté, inclinándome sobre la mesa y tal vez arqueando un poco la espalda mientras lo hacía.
—Aaa-jaam —respondió.
—Voy a estirar la tapa hacia afuera. ¿Ves, así? —Bromeé otra vez, empujando el palo ida y vuelta sobre la masa, asegurándome de estar arqueando la espalda cada vez y la acción hacinado que mis chicas se unieran.
—Oh Dios —susurró él, y le sonreí con picardía.
—¿Vas a estar bien allí, grandote? Esta es sólo la tapa superior, todavía tengo que trabajar en mi inferior —dije por encima del hombro.
Sus manos se aferraron al borde de la encimera.
—Manzanas. Manzanas. Voy a pelar algunas manzanas —se dijo a sí mismo y se dio la vuelta hacia el colador lleno de manzanas en el fregadero.
—Déjame que te de el pelador —dije, yendo detrás de él y
presionándome contra su cuerpo mientras me acurrucaba alrededor de su lado para agarrar la peladora de vegetales del otro fregadero.
Esto era divertido.
—Pelando manzanas, sólo pelando manzanas. No sentí tus senos. No, no, yo no —cantó mientras yo me reía abiertamente de él.
—Aquí, pela esto —dije, teniendo compasión de él y alejándome de su espacio de cocina. Puede que haya olido su camiseta.
—¿Me acabas de oler? —preguntó, manteniéndose dado vuelta.
—Puede ser —admití, volviendo a mi palo de amasar, el cual apreté con fuerza.
—Eso creí.
—Oye, si tú puedes oler, yo puedo oler —espeté en respuesta, sacando mi frustración sexual en un inofensivo Pâte Brisée .
—Muy justo. Entonces, ¿qué puntaje tengo?
—Bueno. Muy bueno, en realidad. ¿Downy?
—Bounce. Perdí mi dispensador de Downy —confesó.
Reí, y seguimos amasando y pelando. Al cabo de 15 minutos, tuvimos un tazón lleno de manzanas peladas y cortadas en rodajas, una tapa de tarta perfectamente enrollada, y ambos habíamos terminado nuestra primera copa de vino.
—Bien, ¿qué sigue? —preguntó él, limpiando la harina y ordenando en general.
—Ahora condimentamos las cosas y añadimos un poco de cítricos — respondí, alineando la canela y la nuez moscada, mi tazón de azúcar y un limón.
—Bien, ¿dónde me quieres? —preguntó él, teniendo cuidado de mostrarme sus manos, ahora cubiertas de harina.
Visiones corrieron a través de mi mente, y tuve que tragarme una invitación de mostrarle exactamente dónde lo quería.
—Primero quítate el polvo, y luego podremos comenzar. Puedes ser mi asistente.
Miró alrededor en busca de un repasador, y yo me di la vuelta para buscar el que sabía que había dejado afuera. Ya había comenzado a ir por él en la encimare cuando sentí dos manos muy fuertes y muy específicamente posadas en mi trasero.
—Um, ¿hola? —dije, congelándome en el lugar.
—Hola —respondió alegremente, sin dejar ir las manos.
—Explícate, por favor —ordené, intentando no darme cuenta de cómo mi corazón estaba intentando salir de mi cuerpo a través de mi boca.
—Me dijiste que encontrara algo con lo que limpiarme las manos — tartamudeó, intentando con fuerza no reírse mientras le daba a cada cachete un pequeño apretón.
—¿Y por eso entendiste mi trasero? —Me reí en respuesta y me di la vuelta para enfrentarlo, sacando sus manos con las mías.
—¿Qué puedo decir? Me tomo libertades con mis vecinos —respondió, sus ojos yendo ahora de mis ojos a mis labios.
—Tenemos una tarta que hacer, señor. Le agradecería que recordara sus modales. Nadie toca mi trasero sin una invitación. —Me reí, aún sosteniendo mis manos. Sentí su pulgar trazar pequeños círculos en la parte interna de mi palma, y mi cabeza se puso mareada. Este chico iba a ser mi muerte—. Ve allí, manitas, y compórtate —le instruí.
Él sonrió y se dio la vuelta, lo que me dio la oportunidad de
murmurar: "Oh mi Señor Jesús" a nadie en particular antes de encontrarme con él de vuelta en el cuenco de manzanas.
—Bien, tú haces lo que te diga, ¿entendido? —dije, echando azúcar en el tazón.
—Entendido.
Comencé a sacudir las manzanas con mis manos y Pedro siguió mis instrucciones al pie de la letra. Cuando le pedí más azúcar, el lo hizo.
Cuando le pedí más canela, él obedeció. Cuando le pedí que exprimiera el limón, él lo hizo tan bien que tuve problemas manteniendo mi lengua en la boca y fuera de su garganta.
Agarré una y la probé, y cuando finalmente estuvieron bien, levanté una punta a su boca.
—Ábrela —dije, y él se inclinó.
Puse una manzana en su lengua, y él cerró la boca antes de que tuviera la oportunidad de sacar mis dedos. Dejó que sus labios se cerraran alrededor de mis dedos, y yo lentamente los retiré, sintiendo su lengua envolverse alrededor de ellos delicada y deliberadamente.
—Delicioso —dijo en voz baja.
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