LO HABÍA FINGIDO.
Fingido con Pedro. Debe haber una regla escrita en algún lugar, tal vez incluso cincelada en una lápida: No lo fingirás con un Wallbanger.
Que así esté escrito, que así esté hecho. Lo fingí, y ahora estaba condenada a vagar por el planeta por siempre, sin O.
¿Estaba siendo demasiado dramática? Oh, sí. Pero si esto no pedía un poco de drama, ¿qué lo haría?
La siguiente mañana, estaba fuera de la cama antes de que Pedro despertara, algo que no había hecho durante todo el tiempo que estuvimos en nuestro viaje juntos.
Usualmente , nos quedábamos en la cama hasta que el otro estaba despierto, y luego nos quedábamos un rato, riendo y hablando. Y besándonos.
Mmm, los besos.
Pero esta mañana corrí rápidamente a través de la ducha y estaba en la cocina haciendo el desayuno cuando un Pedro soñoliento entró.
Arrastrándose sobre el suelo en sus medias, con los boxers bajos en sus caderas, sonrió a través de su bruma de sueño y se acurrucó a mi lado mientras yo partía unas rodajas de melón y moras.
—¿Qué estás haciendo aquí? Estaba un poco solitario. Gran cama, no Paula. ¿A dónde te fuiste? —Preguntó, plantando un beso en mi hombro.
—Necesitaba comenzar a moverme esta mañana. ¿Recuerdas que el auto viene por mí a las diez? Quería hacerte el desayuno antes de irme. —Sonreí, dándome la vuelta para darle un beso rápido.
Él me detuvo de darme la vuelta de nuevo y me besó más
profundamente, sin dejarme darme prisa con nada. Podía sentirme cerrándome, y era casi incapaz de detenerlo.
Necesitaba algo de tiempo para procesar esto, para entender cómo me estaba sintiendo—además de miserable. Pero adoraba a Pedro, y él no merecía esto.
Así que me dejé caer en el beso, dejarme llevar por este hombre una vez más. Lo besé febrilmente, apasionadamente, y luego me aparté justo antes de que pudiera convertirse en otra cosa más que un beso.
—¿Fruta?
—¿Eh?
—Fruta. Hice ensalada de frutas. ¿Quieres un poco?
—Oh, sí. Suena bien. ¿Café hecho?
—El agua está hirviendo. Las tazas están listas. —Le di una palmadita en la mejilla mientras le hacía una seña a la tetera. Convivimos en la cocina, hablando un poco, y Pedro robándome un beso o dos aquí y allá. Traté de no mostrar lo desordenado que estaba mi cerebro, traté de actuar tan normal como pude. Pedro parecía sentir que algo
pasaba, pero tomó la indirecta, me dejó liderar esta mañana.
Nos sentamos en la terraza una última vez, comimos nuestros desayunos juntos viendo las olas rodar.
—¿Estás contenta de haber venido? —preguntó.
Mordí mi labio ante lo obvio. —Estoy muy contenta. El viaje fue increíble. —Le sonreí, extendiendo la mano sobre la mesa por la suya y dándole un apretón.
—¿Y ahora?
—¿Y ahora qué? De vuelta a la realidad. ¿A qué hora sale tu vuelo mañana?
—tarde. Realmente tarde. Debería llamarte o… —Lo dejó ahí, aparentemente preguntándome si debía venir.
—Llámame cuando llegues, no importa la hora, ¿está bien? —Le respondí, bebiendo mi café y mirando el océano. Él estaba callado ahora, y esta vez cuando mordí mi labio fue para tratar de no llorar.
***
Había empacado temprano, así cuando el chofer llegara, yo estaba lista para irme. Pedro había tratado de tentarme para unírmele en la ducha, pero me excusé, inventando la excusa de tener que encontrar mi pasaporte. Estaba entrando en pánico y apartándome justo cuando nos habíamos acercado, pero esto realmente me había lanzado a un bucle.
Había puesto todos mis Os en una canasta, y el problema no era Pedro. Era yo. El sexo había sido increíble, irreal, perfección incluso con un condón puesto, y aún así, no.
Pedro sacó mis maletas hacia el auto y las colocó en el maletero.
Después de hablar con el chofer por un momento, volvió conmigo mientras yo caminaba por la casa una última vez.
En verdad había sido un cuento de hadas, y había disfrutado cada momento.
—¿Hora de irse? —le pregunté, inclinándome contra él cuando se me acercó en la barandilla de la terraza. Estaba agradecida por la sensación de tenerlo contra mí.
—Hora de irse. ¿Tienes todo lo que necesitas?
—Creo que sí. Sin embargo, desearía poder encontrar una manera de conseguir algunos de esos langostinos en casa, —me reí, y él resopló en mi pelo.
—Creo que podemos encontrar algo en casa que sea adecuado. ¿Tal vez podamos invitar a los otros la próxima semana y recrear algunas de las cosas que comimos aquí?
Me di la vuelta para mirarlo. —¿Hacer nuestro debut? —le sonreí.
—Sí, claro. quiero decir, si quieres, —añadió tímidamente,
mirándome cuidadosamente.
—Sí quiero, —respondí. Y lo quería. Incluso sin el estúpido, bendito O, yo quería estar con Pedro.
—Bueno, debut con camarones. Eso suena extraño.
Me reí mientras él me abrazaba. El chofer tocó la bocina, y nos arrastramos hacia el auto.
—Te llamaré cuando vuelvo, ¿está bien? —dijo.
—Allí estaré. Consigue un trabajo bien hecho, —le instruí.
Él apartó el pelo de mi cara y se inclinó para besarme una vez más.
—Adiós, Paula.
—Adiós, Pedro. —Me subí al auto. Y me alejé del cuento de hadas.
***
Una vez que me había instalado en mi asiento de primera clase, no tenía nada más que horas de contemplar. Golpea eso. No tenía nada más que horas para sentarme, preocuparme y quejarme. Lloré en el coche de camino al aeropuerto, tratando al mismo tiempo de asegurarle al conductor que estaba bien y no extremadamente loca.
Lloré porque, bueno, estaba segura como la mierda que había mucha tensión en mi cuerpo, y tenía que salir de alguna manera. Y así lo hizo, a través de mis ojos. Estaba triste, y frustrada. Ahora, había terminado de llorar.
Traté de leer. Me había abastecido de revistas basura en el
aeropuerto de Málaga. Mientras las hojeaba, títulos de artículos me llamaron la atención:
“Cómo saber si está teniendo el mejor orgasmo que puede tener”
“Haz tu camino a los múltiples con Kegel”
“Nuevo plan de pérdida de peso: ¡Ten orgasmos en tu camino a estar más delgada!”
La Paula de abajo, Cerebro, Columna Vertebral y Corazón estaban alineados y lanzando piedras a Nervios, que estaba haciendo todo lo posible para esconderse.
Colgué todas mis nuevas revistas, arrojándolas en el respaldo del asiento delante de mí. Agarré mi computadora portátil, la encendí, y me puse los auriculares. Había cargado algunas películas antes del último vuelo. Podría dejar que mi cerebro escape con una película. Sí, puedo hacer eso. Me desplacé a través de algunas de las películas
que tenía en mis archivos... ¿Cuando Harry encontró a Sally? Nop, no con esa escena de la tienda de comestibles. ¿Top Gun? No, ¿esa escena en la que lo hacen, y es todo azul iluminado con la brisa soplando a través de las cortinas de gasa? No, demasiado cerca de mi cuento de hadas.
Encontré una película que podría ver con seguridad, tomé tres pastillas de Tylenol, y me quedé dormida antes de que Luke aprendiera a usar su sable de luz.
***
En algún lugar entre la conexión de LaGuardia y el vuelo a través de los EE.UU., reduje la marcha de triste a furiosa.
Había logrado dormir, había terminado con el llanto de mierda, y ahora estaba bien y furiosa. Y en un vuelo donde el ritmo se desanimaba. Tuve que quedarme en mi asiento y tratar de racionalizar lo que hacer con esta rabia y cómo iba a vivir toda mi vida la sin esperanza de un O. Y de nuevo, ¿demasiado dramático? Tal vez, pero sin O a la vista, es fácil tener una visión del túnel.
Finalmente, aterricé en el Aeropuerto de San Francisco, y mientras seguía a la multitud en el reclamo de equipaje, física y emocionalmente agotada, vi la cara de alguien que no quería volver a ver.
Carlos Weinstein. Esa maldita ametralladora.
En el quiosco, su cara de tonto estaba estampada en una campaña publicitaria gigante de Slice o’ Love Pizza Parlors.
Me paré delante de la cabeza gigante, que llevaba la mayor sonrisa-comilona de mierda mientras posaba con una rebanada gigante de pepperoni, y mi ira burbujeó. Ahora tenía una cara. Mi ira tenía una cara, y era una cara de tonto. Quería darle un puñetazo en la cara, pero era sólo una imagen.
Por desgracia, eso no me detuvo.
No es una cosa inteligente a hacer, tener un ataque en un aeropuerto internacional. Resulta que fruncen el ceño en eso. Así que después de una advertencia enérgica , y la promesa de que nunca volvería a atacar a un cartel de nuevo, puse mis cosas dentro de un taxi, apestando a avión, y regresé a mi apartamento. Le di una patada a mi propia puerta esta vez, y cuando lancé mis bolsas en el suelo, vi las dos únicas cosas que podrían hacerme sonreír.
Olaf y mi KitchenAid.
Con un maullido enérgico, vino corriendo hacia mí, en realidad saltando en mis brazos y mostrando el afecto que reservaba para momentos exactamente como estos. De alguna manera su cerebro pequeño de gato sabía que lo necesitaba, y él prodigó atención en mí como sólo él podía. Sacudiendo la cola y ronroneando incesantemente. Embistió con la cabeza debajo de mi barbilla, la envolvió con sus grandes patas alrededor de mi cuello, y me dio un pequeño abrazo gatuno. Riendo en su piel, lo abracé. Era bueno estar en casa.
¿El tío Juan y el tío Antonio, cuidaron bien de ti? ¿Eh? ¿Quién es mi chico bueno? —Arrullé, derribándolo al suelo y agarrando una lata de atún, su regalo por comportarse mientras yo no estaba. Pasando ahora de Olaf, quien se había centrado únicamente en su plato, mis ojos se fijaron como lasers en mi KitchenAid. Iba a darme una ducha,
y luego iba a hornear. Necesitaba hornear.
***
Una cantidad desconocida de tiempo más tarde, aunque voy a decir que el sol se había puesto y salido mientras yo enharinaba y amasaba, oí llamar a mi puerta. Había estado tanto tiempo horneando que sentí crujir y chillar mi espalda cuando levanté la cabeza de cortar algunos de los Extravagantes Brownies de Ina.
Ellos tomaron algunas medidas adicionales, pero oh chico, que valían la pena. Demonios, ¿qué hora era? Miré a mi alrededor para encontrar a Olaf y no lo ví.
Me arrastré hasta la puerta, notando que había azúcar en todo el piso, marrón y blanco, y yo estaba realizando una accidental baile de suaves zapatos. Hubo otro golpe en la puerta, más insistente esta vez.
—¡Ya voy! —grité, rodando los ojos ante la ironía. Cuando levanté la mano para abrir la puerta, me di cuenta del chocolate derretido encima de mis nudillos. No queriendo desperdiciar ni uno solo, les di una celestial lamida mientras abría la puerta.
Allí estaba Pedro, viéndose agotado.
—¿Qué estás haciendo aquí? No se supone que estuvieras en casa hasta que…
—No se supone que estaría en casa hasta tarde esta noche, lo sé.Tomé un vuelo anterior. —Pasó junto a mí hacia el interior de mi apartamento.
Mientras cerraba la puerta y me volvía hacía él, alisé mi delantal un poco, sintiendo los trozos de masa de galletas que se aferran a la tela. —Tomaste un vuelo anterior. ¿Por qué? —le pregunté, caminando lentamente hacia él.
Miró a su alrededor con una sonrisa divertida, señalando los
montones y montones de galletas, pasteles surtidos en los alféizares de las ventanas, hogazas de pan de calabacín envueltas en aluminio, panes de calabaza, de arándano y naranja, apilados como los cimientos de una casa a lo largo de todo la mesa de comedor. Sonrió una vez más, y luego se volvió hacia mí, recogiendo una pasa de mi frente que yo ni siquiera sabía que estaba atrapada allí.
—¿Vas a decirme por qué lo fingiste?
Miré mi reflejo en el espejo, tratando de ver objetivamente.
Cuando era una niña, especialmente en aquellos encantadores años de principios de adolescencia, solía verme muy diferente. Me veía el pelo rubio ceniza y la piel pálida poco interesante. Veía los ojos verdes planos y mis rodillas huesudas que se partían de delgada, como las piernas de un pájaro. Veía una nariz ligeramente respingona y un labio inferior que parecía que podría tropezar con él si no era demasiado cuidadosa.
Cuando tenía quince años, una tarde mi abuela me dijo que pensaba que el vestido rosa que llevaba puesto se veía bien contra mi piel. Me burlé e inmediatamente disentí con ella. —Gracias, abuela, pero sólo tuve unas tres horas de sueño anoche, y lo último que luzco hoy es bonita. Cansada y pálida, pero no bonita.
Puse los ojos en esa forma que las adolescentes hacen, y ella tomó mi mano.
—Siempre acepta un cumplido, Paula. Siempre tómalo de la
manera en que fue deseado. Ustedes chicas son siempre tan rápidas para torcer lo que otros dicen. Simplemente dicen gracias y siguen adelante. —Sonrió de esa manera tranquila y sabia que ella tenía.
—Gracias. —Sonreí de vuelta, ocupándome con la salsa de espagueti y girando la cara para que no pudiera ver mi sonrojo.
—Me rompe el corazón la manera en que las muchachas se rebuscan, nunca pensando que están lo suficientemente bien. Asegúrate de siempre recodar, que eres exactamente la forma en que se supone que seas. Exactamente. Y cualquiera que diga lo contrario, bueno, tonterías. —Se rió, su voz bajando un poco en esa última palabra, lo más cerca que nunca llegaría a maldecir. La abuela tenía una lista de malas palabras y palabras realmente malas, y tonterías estuvo a punto de acercarse a esto último.
Al día siguiente en la escuela le mencioné a una amiga que pensaba que su cabello se veía genial, y su respuesta fue pasar sus manos a través de él con disgusto.
—¿Estás bromeando? Apenas si tuve tiempo para lavarlo hoy.
A pesar de que tenía un aspecto fantástico.
Más tarde, después de la clase de gimnasia, me cambiaba en el vestuario cuando observé a otra amiga retocar su brillo de labios. — Eso es bonito. ¿Cuál es el nombre de ese color? —le pregunté cuando frunció los labios en el espejo.
—Tarta de Manzana, pero se ve horrible en mí. ¡Dios, no tengo que broncearme tanto este verano!
La abuela tenía razón. Las chicas realmente no tomaban bien los cumplidos. Ahora, no voy a mentir y decir que después de ese día por arte de magia no tenía más días malos del pelo o nunca escogí el lápiz labial incorrecto de nuevo. Pero hice un esfuerzo consciente para ver lo bueno antes que lo malo y realmente me veo a mí misma de una manera más clara. Objetivamente. Amablemente. Y mientras mi cuerpo siguió cambiando, me sentía más y más consciente de las características que podía ver de manera positiva en lugar de negativa. Nunca pensé en mí como letalmente preciosa, pero me veía bien.
Y ahora, mientras me miraba en el espejo del baño, sabiendo que Pedro me esperaba, me tomé el tiempo para hacer un pequeño inventario.
¿El pelo rubio ceniza? Ya no era tan ceniza. Era brillante y dorado, un poco ondulado y rizado del agua salada que había estado tomando en toda la semana. ¿La piel pálida? Bien dorada y, me atrevería a decir, ¿un poco brillante? Me guiñé un ojo a mí misma, conteniendo una risa maníaca. Mi boca tenía el labio inferior ligeramente carnoso, sólo lo
bastante lleno como para atraparme algún Pedro y no dejar que se vaya. ¿Y las piernas que vi asomando por debajo del encaje apenas cubriendo mis muslos? Bueno, ya no tan parecidas a las patas de un ave. De hecho, creo que se van a ver bastante espectaculares envueltas alrededor de Pedro... Lo que sea que se sienta estar envuelta a su alrededor.
Y entonces, mientras me alisé el pelo una vez más y mentalmente recorrí todas mis listas de control interno, estaba salvajemente emocionada por la noche por delante.
Habíamos corrido de vuelta a la casa, prácticamente desvistiéndonos el uno al otro en la entrada, y después de mendigar unos momentos de tiempo de chica, yo estaba
lista para salir a reclamar a mi Pedro. Porque, ¿A quién bromeaba?
Quería a ese hombre. Lo quería sólo para mí, y no, no lo compartiría con nadie más.
Una vez que mi cerebro estuvo finalmente de acuerdo con mi Paula de abajo. Especialmente desde que había avanzado hasta las Agallas y golpeado al Cerebro justo en el tallo, diciéndole de esa manera especial que necesitábamos esto. Nos merecíamos esto, y estábamos listos. Los nervios, bueno, continuaron revolviendo en mi
estómago, pero eso era de esperar, ¿no? Quiero decir, que había sido un largo, largo tiempo, y un poco de nervios era normal, supongo.
¿Había estado dilatándolo toda la semana?
Quizás.
Más o menos.
Un poco.
Pedro había sido más que paciente, contento de tomar las cosas con calma, a mi ritmo, pero por el amor de Dios, era un ser humano.
Insistí en que los Nervios no permitirían dar vuelta otra noche española a la tierra de mimos y arrullos. Me volví en el espejo, tratando de ver como Pedro podría verme. Sonreí en lo que pensé que era una manera seductora, apagué la luz, tomé una respiración profunda más, y abrí la puerta.
La habitación se había transformado en algo de un cuento de hadas.
Las velas parpadeaban en el armario y mesitas de noche, bañando la habitación en un cálido resplandor. Las ventanas estaban abiertas, así como la puerta hacia el pequeño balcón con vistas al mar, y podía oír las olas rompiendo, el romance estilo de novela. Y allí estaba: pelo revuelto, cuerpo fuerte, ojos llameantes.
Vi como me tomó, arrastrando la mirada por mi cuerpo y de vuelta hacia arriba, una sonrisa en su rostro cuando apreció mi traje de elección.
—Mmm, ahí está mi Niña del Camisón Rosa —suspiró, tendiendo la mano. Y cuando me estanqué por sólo el más mínimo segundo, las Agallas tomaron mi mano y se la tendieron.
Nos quedamos en la habitación a oscuras, unos metros de distancia, pero unidos por nuestros dedos entrelazados.
Podía sentir la textura áspera de su pulgar mientras trazaba círculos en el interior de mi mano, los mismos círculos que había rastreado semanas y semanas antes cuando comencé a caer bajo su hechizo. Nuestros ojos se llenaron entre sí, él tomó una respiración profunda.
—Es criminal lo bien que te ves en eso —dijo, atrayéndome hacia él y dándome una vueltecita así podía ver mejor el camisón rosa. Mientras me giraba, los bordes de encaje se subieron un poco, mostrando las bragas acompañadas con pliegues. Un ruido bajo sonó en su garganta, y si no me equivoco, ¿fue un gruñido? Maldición...
Me acercó más, agarrando mis caderas y apretándome contra él, aplastando mis senos contra su pecho. Le dio un pequeño beso a mi oído, haciéndome sentir sólo la punta de la lengua.
—Así que hay algunas cosas que necesito que entiendas —murmuró, acariciando con la nariz, sus manos rozando debajo de mi camisón para acariciar mis pliegues y agarrando un puñado de mi trasero, tomándome por sorpresa. Jadeé.
—¿Me estás escuchando? No te distraigas en mí ahora —susurró de nuevo, aplanando la lengua y arrastrándola hacia arriba en el lado de mi cuello.
—Es un poco difícil concentrarse con tu distracción empujándome en el muslo —gemí, dejando que él me doblara hacia atrás lo suficiente para que todo mi cuerpo inferior se apretara contra él, sus lugares duros perfectamente satisfechos de moldear mis lugares blandos alrededor de ellos. Se rió entre dientes en mi cuello, ahora salpicando mi clavícula con sus besos bebé marca registrada.
—Esto es lo que necesitas saber. Uno, eres increíble —dijo, sus manos ahora viajaron hasta la parte baja de mi espalda, dedos y pulgares masajeando y manipulando—. Dos, eres increíblemente sexy —suspiró.
Mis manos ahora apresuradamente desabotonaron su camisa, empujándola hacia atrás sobre sus hombros cuando nuestro ritmo comenzó a hacer la transición de lento y fácil a rápido y frenético.
Ahora sus manos se movían alrededor del frente, sus uñas
ligeramente rozando mi barriga, levantando mi camisón, entonces estuvimos piel a piel, nada más entre nosotros.
Recorrí con mis manos arriba y abajo de su espalda, mis uñas mucho más agresivas, enterrándolo y anclándolo contra mí.
—Y tres, tan increíblemente sexy como es este camisón rosa, lo único que quiero ver el resto de esta noche es mi Dulce Paula, y necesito verte. —Jadeó al oído mientras me recogía, levantándome, y mi pierna derecha se fue a la cintura por sí sola.
Una vez más, la Ley Universal de Wallbanger dictaba que las piernas iban alrededor de las caderas cuando fueran ofrecidas.
Me acompañó hacia atrás a la cama y me puso suavemente.
Inclinándose, me empujó hacia atrás sobre los codos. Con la camisa colgando de sus hombros, me guiñó un ojo, señalando a su estado de desnudez. Extendí la mano, doblando un dedo detrás del botón de sus pantalones y lo abrí. Al no tener un vistazo de su boxer, suavemente bajé la cremallera apenas una pulgada o menos, dejando al descubierto el rastro feliz que conducía abajo, abajo, abajo, donde todas las cosas buenas eran encontradas. Dulce madre de la perla.
—¿Tienes algo en contra de los calzoncillos? —susurré, levantando una rodilla y forzándolo entre mis caderas. Forzando. Correcto.
—Estoy en contra de tu ropa interior, y ¿no es una vergüenza que todavía estén allí? —Sonrió, empujando sus caderas contra mí, haciéndome sentir todo.
Dejé caer mi cabeza hacia atrás, silenciosamente empujando hacia abajo los Nervios cuando amenazaron con propagarse por sólo una pizca. Vete a la mierda, Nervios. Esto estaba ocurriendo.
—No hay vergüenza. Tengo la sensación de que no estará por mucho tiempo. —Suspiré, echándome hacia atrás para estirar los brazos por encima de mi cabeza, alargando mi cuerpo contra el suyo y animando a sus labios a bailar más allá a lo largo del hueco de la base de mi clavícula. Podía sentirlo lamer y chupar entre mis pechos. Me arqueé contra él, deseosa de sentir más. Necesitaba más. Empezó a apartar las correas de mi camisón hacia abajo, dejándome al descubierto y permitiéndole el acceso que necesitaba para hacerme orbitar alrededor del planeta.
Sintiendo su boca en mí, en mis pechos, caliente y húmeda,
haciéndome cosquillas y descuidado, era irreal. Así que se lo dije.
—Se siente increíble —gemí en la parte superior de su cabeza cuando lo andrajoso de su barba ligera maltrató mi piel agradablemente. Sus labios se cerraron alrededor de mi pezón derecho, y mis caderas se fueron por la tangente hacia las suyas, posicionándome salvajemente debajo de él, mis dos piernas ahora envueltas firmemente alrededor
de su cintura. Los labios y la lengua y los dientes ahora prodigaron a través de mi escote, el cual se esparció por el borde del camisón mientras alternó entre los pechos, amándolos por igual. Estaba rodeada de Pedro, e incluso su olor me estaba encendiendo, partes iguales de especias picantes y el espeso coñac español.
Palabras sin sentido fueron vertidas de mi boca. Yo era consciente de unos pocos "Pedros", y uno o dos, "Sí, eso es bueno", pero sobre todo lo que oí de mí misma eran cosas como "Mmph" y "Erghh", y un bastante ruidoso "Hyyyyaeahhh", por que, francamente, no hay una
ortografía correcta.
Pedro suspiró una y otra vez sobre mi piel, su respiración un
incentivo cuando lo sentí inundándome. Mis manos habían quedado libres de vagar en la maravilla que era su pelo, y cuando lo barrí atrás de su rostro fui recompensada con la vista increíble de su boca sobre mí, con los ojos cerrados en la adoración. Él mordió ligeramente, cerrando sus dientes alrededor de mi piel sensible, y mis manos casi rasgaron el pelo de su cabeza. Se sintió fenomenal.
Su otra mano corría hacia arriba y abajo de mi pierna, animándome a agarrarlo más estrecho entre mis muslos mientras sus dedos maravillosos comenzaron a acercarse cada vez más al borde del encaje. Era la última frontera que aún tenía que cruzar: la frontera del encaje.
Sentí mi respiración acelerarse mientras continuó acercándose al final, sus dedos acariciando justo debajo del borde de mis bragas, apenas acariciando. Su respiración se redujo también, y mientras siguió tocándome suavemente, su rostro volvió a subir al mío, y tuvimos este momento, este momento de tranquilidad, en el que sólo... nos miramos. Impresionante es la única manera que puedo describir la sensación de su mano fantasma sobre mí, con delicadeza, con reverencia. Nuestros ojos se encontraron cuando él alivió su mano aún más por debajo del encaje y entonces, con precisión dolorosamente perfecta, me tocó.
Mis ojos se cerraron, todo mi cuerpo inundado con tantas
sensaciones. Mi respiración empezó a aumentar de nuevo, la intensa presión que había estado dando vueltas alrededor y dentro y fuera era ahora como un zumbido de bajo nivel, justo debajo de la superficie de mi piel. Me moví con él, sintiendo sus dedos comenzar a explorarme, y solté el más pequeño gemido. Era todo lo que pude dejar salir. Los sentimientos eran tan intensos y la energía—oh, Dios
mío, la energía que nos rodeaba en ese momento.
Estaba segura de que Pedro era ajeno a todas las emociones que volaron detrás de mis párpados cerrados. El pobre hombre estaba finalmente consiguiendo un pequeño toque. Pero cuando sus dedos se volvieron más hábiles y seguros de sí mismos, algo increíble comenzó a suceder.
Ese pequeño manojo de nervios, que había estado dormido durante siglos, comenzó a despertar a la vida. Mis ojos se abrieron cuando un calor muy específico comenzó a moverse a través de mí, empezando por el centro de mi ser y saliendo.
Pedro sin duda disfrutaba de esto. Sus ojos lucían confusos y llenos de lujuria mientras me retorcía debajo de él. Yo sabía que él podía sentirme tensa y revivir.
—Dios, Paula, eres tan... eres hermosa —murmuró, sus ojos ahora llenándose con algo un poco más que la lujuria, y sentí diminutos pinchazos detrás de mis ojos.
Tiré mis brazos alrededor de su cuello y lo sostuve cerca,
desgarrando su camisa para sacarla, sacarla fuera de él para que yo pudiera sentir todo. Se levantó de mí por sólo unos segundos, rasgando la camisa de una manera exagerada que me hizo reír, pero anhelarlo aún más.
Bajando de nuevo a mí, se deslizó más abajo, sus labios trazando un camino hasta mi ombligo. Haciendo círculos con la lengua, se rió en mi panza.
—¿De qué se ríe, señor? —Me reí, apretando su oreja. Él estaba por debajo del camisón ahora, con el rostro escondido de mí. Asomando la cabeza hacia atrás, soltó una lenta sonrisa que hizo estremecerse a mis dedos de los pies.
—Si tu ombligo sabe tan bien… Joder, Paula. No puedo esperar a probar tu coño.
Hay ciertas cosas que una mujer necesita escuchar en diferentes momentos de su vida:
Conseguiste el trabajo.
Tu culo se ve muy bien con esa falda.
Me encantaría conocer a tu madre.
Y cuando se utiliza en el contexto adecuado, sólo en el lugar adecuado, a veces, una mujer necesita escuchar la palabra con C.
Esto podría ser mejor que Clooney.
El gemido que salió de mi boca cuando dijo esa palabra, bueno, vamos a decir que fue lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos. Dejó que su lengua trazara un camino desde el ombligo hasta el borde de mis bragas, y luego con amorosa precisión, metió los pulgares bajo el encaje y las arrastró por mis piernas.
Allí estaba yo, extendida en la cima de la Ciudad de las Almohadas con un camisón rosa amontonado alrededor de mi cintura, todas las partes pertinentes expuestas, y maldita sea, feliz. Tiró de mis caderas hasta el borde de la cama y se dejó caer de rodillas. Dulce Jesús.
Mientras acariciaba con sus manos arriba y abajo de la parte superior de mis piernas, me levanté sobre los codos para poder ver, necesitando ver este maravilloso hombre tendido sobre mí, cuidándome. Arrodillado entre mis muslos, con sus pantalones desabrochados y la mitad de la cremallera baja, el pelo en alturas atómicas, era impresionante. Y en movimiento.
Una vez más, dejando a su lengua guiar, plantó besos a lo largo de la parte interna de mis muslos, por un lado y luego el otro, con cada paso cada vez más cerca de donde yo más lo necesitaba.
Cuidadosamente levantando mi pierna izquierda, la enganchó por encima de su hombro mientras arqueaba mi espalda, ahora todo mi cuerpo ansiando sentirlo.
Me miró por un momento más, tal vez incluso unos pocos segundos, pero se sintió como toda una vida. —Hermosa —suspiró una vez más, y luego presionó su boca en mí.
No hubo lamidas rápidas, ni besos pequeños, sólo presión increíble mientras me rodeaba con sus labios. Fue suficiente para hacerme caer de nuevo en la cama, incapaz de sostenerme a mí misma por más tiempo. La sensación, la exquisita sensación de él me consumía completamente, y yo apenas podía respirar. Trabajó conmigo lento y bajo, llevando una mano para abrirme aún más a él, dejando su boca y sus dedos y su lengua perfecta gentilmente y metódicamente persuadiéndome en la estratosfera, levantándome, llenándome con la sensación de temor y asombro que yo había perdido durante tanto tiempo.
Dejé una mano caer hacia él y enredarse en su pelo, pasando mis dedos a través de él con tanto sentimiento como pude. ¿La otra mano? Inútil. Haciendo un puño en las sábanas en una especie de bola.
Levantó la cabeza de mí una vez, sólo una vez, para presionar otro beso contra mi muslo. —Perfecto. Jesús, simplemente perfecto — susurró, en voz tan baja que apenas podía oírlo con mis propios suspiros y gemidos.
Volvió a mí casi de inmediato, una urgencia ahora a sus movimientos, sus labios y su lengua girando y presionando mientras gemía en mí, la vibración montando directamente.
Abrí los ojos por un segundo, sólo un segundo, y la habitación era brillante, casi incandescente. Todos mis sentidos cobraron vida, y yo podía escuchar el romper de las olas, ver la luz de las velas parpadeantes en nuestros cuerpos. Podía sentir mi piel ponerse en carne de gallina, el aire acariciándome y anunciando lo que había perdido durante meses, incluso años.
Este hombre podría muy posiblemente amarme. Y estaba a punto de devolverme la O.
Rompiendo los ojos cerrados otra vez, casi me veía a mí misma, de pie en el borde de un acantilado, mirando hacia abajo en el océano enfurecido. Una presión, una presión enorme estaba construyendo detrás de mí, empujándome hacia el borde en el que podría caer, caer libremente en lo que me esperaba. Di un paso, luego otro, más y más cerca mientras podía sentir a Pedro agarrando mis caderas. Pero esperé. Si la O se acercaba a mí, yo quería a Pedro dentro. Lo necesitaba dentro de mí.
Tirando de sus hombros, lo subí encima de mi cuerpo, los pies pateando sus pantalones hasta que yacían indefensos en el suelo.
—Pedro, necesito, por favor, dentro, ahora —jadeé, casi incoherente con la lujuria. Pedro, educado en la taquigrafía de Paula, entendió esto completamente y se posicionó entre mis piernas, sus caderas juntándose con las mías en cuestión de segundos. Se inclinó, besándome sin motivo, el sabor de mí sobre él. Y me encantó.
—Dentro, dentro, dentro —seguí cantando, mi espalda y las caderas alternativamente arqueándose, tratando desesperadamente de encontrar lo que necesitaba, lo que tenía que tener, para empujarme fuera de ese acantilado.
Me dejó por sólo unos segundos para hurgar en sus pantalones, los cuales yo había pateado al otro lado del cuarto. La arruga delatora me hizo saber que estaba a salvo, que estábamos a salvo.
Finalmente lo sentí, exactamente donde él estaba destinado a estar.
Apenas se impulsó en el interior, pero sólo la sensación de él entrando en mí fue monumental. Mis propias necesidades se calmaron por el momento, y vi como empezó a empujar dentro de mí por primera vez. Sus ojos perforando en los míos mientras acuné su cara entre las manos. Parecía como si quisiera decir algo. ¿Qué palabras diríamos, qué cosas maravillosamente cariñosas diríamos para conmemorar este momento?
—Hola —susurró, sonriendo como si su vida dependiera de ello.
No pude evitar sonreír también. —Hola —le contesté, amando la sensación de él, el peso de él, encima de mí.
Se deslizó suavemente dentro de mí, y al principio mi cuerpo se resistió. Había pasado mucho tiempo, pero el pequeño dolor que sentí era bienvenido. Era ese dolor bueno, un dolor que te permite saber que algo estaba viniendo. Me relajé un poco, permitiendo a mis piernas envolverse alrededor de su cintura, y mientras apretaba más dentro de mí, su sonrisa se hizo infinitamente más sexy. Se mordió el
labio inferior y pequeñas líneas de expresión aparecieron en su frente.
Aspiré, inhalando su aroma cuando lo vi salir sólo el pedacito más pequeño, sólo para empujar una vez más.
Ahora totalmente dentro, le di la bienvenida de la única manera que podía. Le di ese pequeño abrazo interno, lo que hizo que sus ojos destellaran abiertos y miraran hacia mí.
—Esa es mi chica —murmuró, levantando una ceja y empujando en mí otra vez, con más convicción esta vez. Mi aliento quedó atrapado en mi garganta y jadeé, sin saberlo, meciendo las caderas en las suyas con un movimiento tan antiguo como las olas rompiendo abajo.
Poco a poco comenzó a moverse dentro de mí, deslizándose contra mí con una presión fantástica, cada nuevo ángulo y la sensación dando forma a más de esa cálida sensación de cosquilleo trabajando su camino hasta la punta de cada dedo y dedo del pie. La sensación de tener a Pedro dentro de mí, dentro de mi cuerpo, era más de lo que puedo expresar. Gemí, y él gruñó. Gimió y yo maullé. Juntos.
Sus caderas me empujaron más en la cama, hacia el cabecero.
Nuestros cuerpos estaban resbaladizos por el sudor, chocando y chocando entre sí. Enrosqué mis manos profundamente en su pelo, tirando y retorciéndome debajo de él.
—Paula, tan hermosa —suspiró entre beso y beso en la frente y la nariz.
Cerré los ojos y pude verme a mí misma, una vez más, al borde del acantilado, lista para saltar, necesitando saltar.
Una vez más, la presión comenzó a construirse, aquel crujido de energía volviéndose salvaje y frenético, pulsando con cada golpe, cada resbalón y descenso de sus caderas en los mías, conduciéndolo, implacable, dentro y fuera de mi cuerpo.
Tomé un paso final, ahora un pie colgando del borde del acantilado, ¡y luego! La vi... O. Ella estaba en el agua, su pelo como fuego bailando a lo largo de las olas. Me saludó y la saludé y así como así, Pedro trajo una mano entre nuestros cuerpos, justo encima de donde estábamos unidos y empezó a trazar sus círculos pequeños.
Círculos pequeños de una mano perfecta, y salté. Salté libre y claro y ruidosa y orgullosa, anunciando mi aprobación con un vigoroso—: ¡Sí!—Mientras corría hacia esa altura determinada.
Y caí.
Y caí.
Y caí.
Y me estrellé. Estrellada y golpeada contra la superficie implacable del agua, y no ascendí. Caí por lo que pareció una eternidad, pero en lugar de la O, me encontré en la parte inferior con los brazos abiertos, trastabillé, sola y mojada. Cada músculo de mi cuerpo, cada célula se concentró en regresar a la O, como si pudiera regresar a
ella. Me esforcé, el cuerpo apretado y tenso cuando la vi, sólo las puntas de su pelo, como el fuego bajo el agua, deslizándose lejos de mí. Estaba tan cerca, tan tan cerca, pero no. No.
Rebusqué detrás de ella, tratando con pura voluntad hacerla reaparecer, pero nada. Se había ido, y yo me quedé bajo el agua.
Con el hombre más hermoso del mundo dentro de mí.
Abrí los ojos y vi a Pedro encima de mí, vi su hermoso rostro
mientras me hacía el amor, y eso es lo que esto era. Esto no era sexo. Esto era amor, y yo todavía no podía ofrecerle todo lo que tenía. Vi sus ojos pesados y gruesos y medio cerrados en la pasión. Vi una gota de sudor deslizándose por su nariz y miré como se esparció perezosamente sobre mis pechos. Vi como se mordió con fuerza el labio inferior, la tensión en su rostro mientras retrasaba su propio bien merecido clímax.
Él era todo lo que esperé que sería. Era un amante generoso, y yo podía sentir a mi corazón golpeando dentro de mi pecho para estar más cerca de él, para amarlo. Él lo era todo.
Levanté su mano de en medio nosotros y besé sus dedos, luego envolví mis piernas apretadas alrededor de su cintura y anclé mis manos sobre su espalda. Él me esperaba. Por supuesto que lo hacía.
Lo adoré. Cerré mis ojos una vez más, preparándome a mí misma para todo lo que era capaz de darle.
—Pedro, esto es tan bueno —jadeé, y quise decir cada palabra.
Levanté mis caderas. Apreté en todos los lugares correctos, y grité su nombre, una y otra vez.
—Paula, mírame, por favor —rogó con voz llena de placer. Permití a mis ojos abrirse otra vez, sintiendo una lágrima deslizarse por mi mejilla. Una mirada extraña se apoderó de su rostro por un segundo mientras sus ojos buscaron los míos, ¿y luego? Él se vino. Ningún trueno, ni relámpago, ni fanfarria. Pero fue impresionante.
Se dejó caer sobre mí, y tomé su peso. Tomé todo mientras lo acuné contra mi pecho y lo besé una y otra vez, mis manos reconfortando su espalda, mis piernas abrazándolo tan fuerte como podía. Susurré su nombre mientras él acariciaba el espacio entre mi cuello y mi pecho, simples toques y caricias.
El corazón se hizo a un lado y suspiré silenciosamente.
¿Nervios? Tú hijo de puta. Ni siquiera pienses en dar la cara aquí.
Nos quedamos así un rato, escuchando el océano en nuestro propio pequeño paraíso, este cuento de hadas romántico que podría tener, debería haber sido suficiente.
Cuando su respiración volvió a la normalidad, levantó la cabeza y me besó muy suavemente.
—Dulce Paula —Sonrió, y le devolví la sonrisa, mi corazón
completo.
El sexo podría ser increíble, incluso sin la O.
—Enseguida vuelvo —dijo desenredándose de mí y caminando hasta el baño, su trasero desnudo un espectáculo para la vista. Lo miré irse, y luego me senté rápidamente, tirando de las correas de mi camisón de nuevo alrededor de mis hombros. Me di la vuelta a mi lado, lejos del cuarto de baño, y me enrosqué alrededor de mi almohada. Esta había sido la mejor experiencia sexual de mi vida.
seguía siendo imposible la O. ¿Qué demonios estaba mal conmigo?
No voy a llorar.
No voy a llorar.
No voy a llorar.
A pesar de que sólo había estado fuera de la cama unos minutos, cuando volvió, entré en pánico y fingí estar dormida. ¿Infantil? Sip.
Totalmente infantil.
Sentí la cama hundirse cuando se subió de nuevo, y luego su cuerpo caliente y aún muy desnudo estaba en mi contra, haciéndome cucharita. Sus brazos envolvieron mi cintura, y luego su boca estaba en mi oreja, susurrando—: Mmm, la Chica Camisón está de vuelta en su camisón.
Esperé, sin hablar, sólo respirando. Sentí que me sacudió un poco y dejó escapar una risita.
—Oye, oye tú, ¿estás durmiendo?
¿Debería roncar? Siempre que la gente finge dormir en las comedias, roncan. Dejé escapar uno pequeño. Besó mi cuello, mi piel traicionándome ante su boca. Suspiré en mi "sueño", acurrucándome más cerca de Pedro, esperando que él me dejara seguir con esto. El destino era generoso esta noche, ya que simplemente me abrazó con más fuerza a su pecho y me besó una vez más.
—Buenas noches, Paula —susurró, y la noche se asentó en torno a nosotros. Fingí roncar durante unos minutos más, hasta que sus ronquidos reales se revelaron, y luego suspiré profundamente.
Confundida y entumecida, estuve despierta hasta el amanecer.