sábado, 26 de julio de 2014

CAPITULO 46



Después de mirar el atardecer hasta que se hubo ido, exploramos el resto de la casa. Parecía más y más bonita con cada habitación, y chillé una vez más cuando vi la cocina. Era como si hubiera sido transportada a la casa de Ina en el East Hampton, con una elegancia española: con nevera de dos puertas, hermosas mesetas de granito y
una estufa Viking . No quería siquiera saber cuánto estaba
pagando Pedro por esta casa.


Sencillamente decidí disfrutar. Y lo hicimos, corriendo de un lado a otro, riendo como niños cuando encontramos el bidet en el baño del pasillo.


Entonces entramos a la habitación principal. Doblé la esquina y lo vi de pie en el pasillo, del otro lado de la puerta.


—¿Qué demonios encontraste que te tiene tan silen… oh dios. ¡Mira eso! —Me detuve junto a él, admirando desde el umbral.


Si mi vida tuviera banda sonora, el tema de 2001: A Space Odyssey se estaría reproduciendo ahora.


Ahí, en el medio de una habitación en esquina, con su propia terraza con vistas hacia el océano más bello del mundo, estaba la cama más grande que he visto. Tallada de lo que parecía ser teca, era tan grande como un campo de fútbol. Cientos de sedosas almohadas blancas puestas en el cabecero, derramándose sobre un edredón blanco. 


Estaba doblado, por lo que el millón de hebras de hilo
brillaban, de hecho brillaban, como si estuvieran encendidas desde dentro. Transparentes cortinas blancas colgaban de barras suspendidas sobre la cama, creando un dosel, mientras más cortinas colgaban en las ventanas mirando hacia el océano debajo. Las ventanas estaban abiertas y las cortinas flotaban con la brisa suave, dándole a la habitación un efecto ondulante.


Era la cama de las camas. Era la cama que querían ser todas las camas cuando crecieran. Era el paraíso camero.


—¡Vaya! —dije, todavía de pie en el pasillo junto a Pedro.


Era hipnótico. Era como una cama—sirena, seduciéndonos.
—Puedes repetirlo —tartamudéo, sus ojos no abandonaron la cama.


—¡Vaya! —repetí, todavía mirando fijamente.


No podía parar, y de pronto estaba muy, muy nerviosa. 


Tenía un adorable caso de ansiedad, fiesta para uno.


Pedro rió con mi débil broma y eso me devolvió a la realidad.


—Sin presiones ¿eh? —dijo, sus ojos eran tímidos.


¿Huh? ¿Nervios? ¿Fiesta para dos? Tenía opción. Podía irme por la sabiduría convencional; dicha sabiduría era la de dos adultos, juntos de vacaciones en una preciosa casa con una cama que era la encarnación del sexo, comenzarían a tener sexo imparable… o, podía sacarnos de aquello y solo disfrutar. Disfrutar estar juntos y dejar que las cosas pasen cuando pasen. Seh, esa idea me gustaba más.


Pestañee y corrí hacia la cama, salté sobre ella y las almohadas rebotaron por la habitación. Espié sobre el montón que quedó y lo vi recostado en el marco de la puerta, una visión que había tenido muchas otras veces. Lucía un poco nervioso, pero aun así hermoso.


—Así que ¿dónde duermes? —le dije, su rostro se relajó en una sonrisa, mi sonrisa.




* * *



—¿Vino?


—¿Estoy respirando?


—Entonces vino —resopló, seleccionando una botella de vino rosado de la generosamente abastecida nevera. Pedro había encargado que algunos abarrotes fueran entregados en la casa antes de nuestra llegada; nada caprichoso pero suficiente para comer y estar
confortables.


Ya estaba oscuro, y cualquier pensamiento que podíamos haber tenido acerca de ir al pueblo se había desvanecido con la amenaza del jet lag. En su lugar, nos quedaríamos esta noche, dormiríamos y por la mañana iríamos al pueblo. 


Había pollo asado, aceitunas y una buena porción de Manchego, jamón serrano de un aspecto increíble y otras cosas, suficientes para hacer una comida decente.


Arreglé los platos mientras él servía el vino, y pronto estuvimos sentados en la terraza. El océano se estrellaba debajo, y la pasarela que iba hacia la playa era golpeado con pequeñitas luces blancas.


—Deberíamos ir hasta la playa antes de acostarnos, al menos dar un pequeño paseo.


—Seguro. ¿Qué quieres hacer mañana?


—Depende, ¿cuándo necesitas empezar a trabajar?


—Bueno, conozco algunos de los lugares a los que necesito ir, pero todavía necesito hacer algo de reconocimiento. ¿Quieres venir?


—Por supuesto. ¿Comenzar en el pueblo y luego ver a donde nos lleva eso? —pregunté, mordisqueando una aceituna.


Alzó su copa y asintió. —A ver donde nos lleva —brindó.


Levanté la mía hacia la suya. —Segundo la moción. —Nuestras copas tintinearon y nuestros ojos se encontraron. 


Sonreímos, una sonrisa secreta. Finalmente estábamos solos, y no había otro sitio en el que quisiera estar.


Cenamos y bebimos, robándonos pequeñas miradas el uno al otro de tanto en tanto. El vino me mareó un poco y me puso en un humor íntimo.


Después de eso, escogimos un paseo sobre la rocosa línea costera de la playa. Nos apretamos las manos para caminar pero nunca soltarnos. Nos detuvimos al final de la tierra, el fuerte y salado viento corriendo a través de nuestra ropa y cabello, golpeándonos un poco.


—Es agradable, estar contigo —le dije—. Yo, um, me gusta sostener tu manos —admití, envalentonada por el vino. Las bromas ingeniosas tenían su lugar, pero a veces, todo lo que necesitas es la verdad. No me respondió, simplemente sonrió y llevó mi mano a su boca, dándome un pequeño beso.


Observamos las olas, y cuando tiró de mía hacia su pecho,
acurrucándome, respiré despacio. ¿Realmente había sido tanto desde que sentí…? Oh ¿qué era lo que sentía? ¿o importaba?


—Josefina me dijo que sabes lo que le sucedió a mis padres —dijo tan suavemente que apenas pude oírlo.


—Sí. Me lo dijo.


—Solían tomarse de las manos todo el tiempo. No para presumir, ¿sabes?


Asentí en su pecho y lo respiré.


—Siempre veo a estas parejas de manos haciendo un espectáculo de ello, llamándose el uno al otro nena, cariñito y amorcito. Parece, no sé, falso de algún modo. Como si no estando frente a otras personas no lo hicieran.


Asentí nuevamente.


—¿Mis padres? Nunca pensé mucho en ello, pero cuando lo hago ahora, me doy cuenta que sus manos estaban prácticamente cosidas juntas, siempre iban tomados de la mano. Aun cuando nadie miraba ¿sí? Yo regresaba de las prácticas y los encontraba viendo televisión, en el sofá, pero con sus manos descansando sobre una almohada para que se pudieran tocar… era solo… no sé, agradable.


Mi mano, aún abrazada por la suya, apretaron, y sentí sus fuertes dedos devolverme el apretón-.


—Suena como si fueran una pareja, no solo mamá y papá —dije, escuchando cómo su respiración se aceleraba un poquito.


—Sí, exactamente.


—Los extrañas.


—Por supuesto.


—Puede sonar extraño, ya que nunca los conocí, pero siento que hubieran estado muy orgullosos de ti, Pedro.


—Seh.


Estuvimos quietos por otro minuto, sintiendo la noche a nuestro alrededor.


—¿Quieres regresar a la casa? —pregunté.


—Seh. —Me besó la coronilla y comenzamos el viaje de vuelta, nuestras manos juntas como si alguien hubiese puesto Krazy Glue en ellas.




* * *


Dejé a Pedro para limpiar el desastre de la cena. Quería tomar una ducha rápida antes de irme a la cama. Después de lavarme los días de aeropuerto y viaje, me puse una camiseta vieja y shorts de chico, estaba demasiado cansada para la ropa interior que había empacado.


Sí, había empacado lencería. Vamos, no era una monja.


Me detuve frente al espejo de mi habitación (sip, había reclamado por completo la grande) después de secarme el pelo cuando lo vi aparecer en el umbral. Estaba de camino a su habitación después de una ducha, vistiendo pantalones de piyama y una toalla enroscada en el cuello. Estaba exhausta, pero no tanto como para no apreciar la forma frente a mí. Lo observé a través del espejo mientras él también me evaluaba.


—¿Una buena ducha? —preguntó.


—Sí, se sintió genial.


—¿Te vas a la cama?


—Apenas si puedo mantener los ojos abiertos —repliqué, bostezando para puntualizar.


—¿Te puedo traer algo? ¿Agua? ¿Té? ¿Algo?


Me volví para enfrentarlo mientras entraba. —No agua, no té, pero hay una cosa que sí me gustaría antes de irme a dormir —ronronee,caminando hacia él.


—¿Y qué es?


—¿Un beso de buenas noches?


Sus ojos se oscurecieron. —Oh rayos ¿eso es todo? Puedo hacerlo. — Cerró la distancia entre nosotros y con facilidad deslizó sus brazos por mi cintura.


—Bésame, tonto —lo provoqué, cayendo en su abrazo como en uno de esos antiguos melodramas.


—Un tonto besador, a la orden —rió, pero segundos después nadie reía. Minutos después, nadie estaba de pie.


Después de caer en Almohalandia, nos enredamos, brazos y piernas rodando por aquí y por allá, y los besos cada vez más desesperados.


Mi camiseta se subió por mi cintura, y la sensación de sus partes contra las mías era indescriptible. Sus besos llovieron por mi cuello, lamiendo y sorbiendo mientras yo gemía como una puta en la iglesia.


Para ser honesta, nunca había oído a una puta gemir en una iglesia, pero tenía la sensación de que eran como sonidos de mil demonios que salían de mi boca.


Me dio vuelta como si fuera una muñeca de trapo y me acomodó sobre sí, con mis piernas a sus lados, del modo en que quería hacía tanto tiempo. Suspiró, mirando mientras yo me quitaba el cabello del rostro impacientemente para apreciar la magnificencia sobre la que me erguía.


Aminoramos los movimientos, luego nos detuvimos juntos,
mirándonos con descaro el uno al otro, evaluándonos mutuamente.


—Increíble —respiró, acunando mi rostro mientras yo acariciaba su mano.


—Es una buena palabra para ello, sí. Increíble. —Giré a besar la punta de sus dedos. Se quedó mirando a mis ojos otra vez, esos zafiros del sexo que hacían su magia vudú y me convertían en un charco de sentimientos. Para que él cortejara. ¿Ven lo que me hacía?


—No quiero joder esto —dijo de repente, sus palabras rompiendo mis rimas Seussianas.


—Espera ¿qué? —le pregunté, sacudiendo la cabeza para aclararla.


—Esto. Tú. Nosotros. No quiero fastidiarlo —insistió, sentándose debajo de mí mientras mis piernas se enroscaban en su espalda.


—Está bien, entonces no lo hagas —me aventuré, insegura del rumbo que tomaba esto.


—Quiero decir, necesitas saber, no tengo experiencia con esto.


Arquee una ceja. —Tengo una pared en casa que no estaría de acuerdo… —Me reí, él se estrelló en mi pecho con rudeza—. Oye, oye… ¿qué pasa? ¿Qué sucede? —Lo tranquilicé, frotando su espalda.


—Paula, yo, Jesus, ¿cómo digo esto sin que suene como un
episodio de Dawson’s Creek? —Se atragantó las palabras
mientras hablaba en mi cuello.


No podía evitarlo, reí un poco cuando un destello de Pacey llegó a mí,


y eso lo trajo de regreso. Me aparté un poco para poder mirarlo y sonrió tristemente.


—Está bien, maldito Dawson’s, realmente me gustas Paula, pero no he tenido una novia desde el instituto, y no tengo idea de cómo hacer esto. Pero necesitas saber ¿lo que siento por ti? Mierda, es diferente, ¿bien? Y lo que quiera que diga tu muro en casa, necesito que tú sepas que ¿esto? ¿Lo que tenemos o tendremos? Es distinto ¿de acuerdo? Sabes eso ¿verdad?


Me estaba diciendo que yo era diferente, que no era un reemplazo para el harén; y esto, esto yo lo sabía. Me miró tan serio, que mi corazón se abrió aún más. Besé suavemente sus dulces labios.


—Primero que todo, sé esto. Segundo, en esto eres mejor de lo que crees. —Sonreí, presionando sus ojos y besando cada párpado—. Y para que lo sepas, me encantó Dawson’s Creek, —Reí y sus ojos se abrieron, pude ver el alivio en
ellos. Lo abracé y nos mecimos hasta que el torrente de hormonas anterior se calmaba en este recién encontrado espacio, la tranquila intimidad que casi se estaba convirtiendo en una adicción.


—Me gusta que tomemos todo con calma. Eres bueno cortejando — susurré.


Se tensó. Podía sentirlo temblar un poco.


—¿Soy bueno cortejando? —rió, las lágrimas brotaron de sus ojos mientras intentaba controlar la risa.


—Oh, cállate —gemí, golpeándolo con una almohada. Nos reímos por un par de minutos más, cayendo en la exuberante cama, y mientras el jet lag finalmente se apoderaba de nosotros, nos acomodamos.


Juntos. Ahora no había dudas en cuanto a lo de dormir en
habitaciones separadas. Lo quería aquí, conmigo, rodeados por almohadas y España. Nos acurrucamos. Mi último pensamiento, antes de caer en un profundo sueño con sus brazos rodeándome… podía estar enamorándome de mi Wallbanger.

CAPITULO 45




—¿Más vino, Sr. Alfonso?


—No más para mí. ¿Paula?


—Estoy bien, gracias. —me estiré lujosamente sobre mi asiento.


Primera clase hasta LaGuardia, y luego primera clase hasta Málaga, España. De allí, tomaríamos un auto hasta Nerja, el pequeño pueblo costero donde Pedro había rentado una casa. Buceo, excursionismo, senderismo, playas hermosas, y montañas, todas integradas en un pintoresco pueblito.
Pedro se removió sobre su asiento y lanzó una mala mirada sobre su hombro.


—¿Qué? ¿Qué sucede? —pregunté, mirando hacia atrás y viendo nada fuera de lo normal.


—Ese niño no deja de patear mi asiento —gruñó entre dientes.


Me río a carcajadas durante unos buenos veinte minutos.



* * * * *


—LO HICIMOS MUY PRONTO. Deberíamos haber esperado.


—Esperamos lo suficiente, ¿estás bromeando? Sabes que tenía razón.Era tiempo de hacerlo.


—Tiempo de hacerlo ¡qué tontería! Podíamos haber esperado un poquito más, y entonces no estaríamos en este embrollo.


—Bueno, no te oí quejarte la primera vez. Parecías bastante
complacida si mal no recuerdo.


—No podía quejarme, tenía la boca llena. Pero lo presentía. Sabía que esto estaba mal, sabía que lo que hacíamos estaba inherentemente mal.


—De acuerdo, me doy por vencido. Dime cómo arreglar esto.


—Bueno, para empezar, lo tienes al revés —le disparé, agarrando el mapa y volteándolo. Estábamos estacionados en un costado del camino desde hacía cinco minutos, intentando averiguar cómo llegar a Narja.


Después de aterrizar en Málaga, atravesar la aduana, el sistema de renta de coches y finalmente alejarnos de la ciudad exitosamente, ahora estábamos perdidos. Pedro manejaba y yo estaba a cargo del
mapa. Por eso me refiero a que me lo quitaba cada diez minutos o algo así para mirarlo, entre "hmms" y vacilaciones, para luego devolvérmelo. De hecho no escuchó nada de lo que yo tenía que decir, en su lugar confiaba en su innato sentido de hombre—mapa.


También se rehusó a encender el GPS que nos habían
proporcionado, determinado a mantenerse a la antigua.


Razón por la cual estábamos perdidos. Tomar un tren habría sido muy fácil. Pedro necesitaba un coche para tomar sus fotos, que era por lo que al final estábamos aquí. 


Después de volar toda la noche, estábamos exhaustos, pero la mejor forma de combatir el jet lag , presuntamente, era acostumbrarse a la hora local lo más rápido posible. 


Habíamos acordado no tomar una siesta hasta que
pudiéramos dormir en la noche.


Ahora discutíamos sobre qué giro habíamos hecho mal. Yo había estado devorando unos churros de un puestecillo de un costado del camino cuando supuestamente habíamos hecho el mal giro, así que jugamos a “Ponle la Culpa”.



—Todo lo que estoy diciendo es que si alguien no hubiera estado rellenándose la cara y hubiese prestado atención al giro, no estaríamos…


—¿Rellenando mi cara? ¿En serio? Estabas robando mis churros. ¡Te dije que te compraras unos cuando nos paramos!


—Bueno, al principio no tenía hambre, pero luego estabas
saboreándote y lamiendo el chocolate y bueno… me distraje. — Levantó la vista del mapa, el cual había dispuesto sobre el capó del coche, y sonrió burlonamente, rompiendo la tensión.


—¿Te distrajiste? —Le sonreí de vuelta, inclinándome un poco más cerca. Mientras miraba el mapa, yo lo miraba a él. ¿Cómo podía alguien que había estado en un avión por los últimos cien años lucir tan bien como lo hacía él? Pero ahí estaba, vaqueros descoloridos, camiseta negra y una chaqueta oscura North Face. Veinticuatro horas de barba rogando que la lamieran. ¿Quién lamía eso? Yo, quién
si no. Se cruzó de brazos mientras estudiaba el mapa, moviendo los labios en silencio intentando descifrarlo. Me escabullí bajo sus brazos, poniéndome sobre el capó del coche sin pena alguna, como una de esas chicas de un calendario de garaje.


—¿Puedo hacer una sugerencia?


—¿Es lasciva?


—Sorprendentemente no. ¿Podemos encender el GPS? Me gustaría llegar antes de irme en unos días —gemí. Debido a mi reserva de última hora, tenía que regresar un día antes que Pedro, pero cinco días en España… no me estaba quejando.


—Paula, solo los cobardes usan GPS —se mofó, girándose al mapa de nuevo.


—Bueno, esta cobarde se muere por una cena, una ducha, una cama y por deshacerse de este jet lag. Así que a menos que quieras que recree “It Happened One Night” en su versión española, enciente el GPS, Pedro. —Lo agarré por la chaqueta y tiré de él hacia mí—. ¿Sonó muy rudo? —susurré, dándole un pequeñito beso en la barbilla.


—Sí, ahora me asustas.


—¿Eso quiere decir que pondrás el GPS?


—Pondré el GPS. —Suspiró, resignado, recostándose y quitándome de encima del auto. Lo vitoree y me puse en camino hacia la puerta.


—No, no, no, fuiste muy ruda Chica Nocturna. Voy a necesitar un poco de dulce —instruyó, sus ojos brillaron.


—¿Necesitas dulce? —pregunté.


Tiró de mi brazo hacia él. —Sí, lo requiero.


—Eres retorcido Pedro —Me recosté hacia él, deslizando mis brazos alrededor de su cuello.


—No tienes idea. —Se lamió los labios y movió las cejas como un gánster de antaño.


—Ven a tomar tu dulce —lo provoqué y sus labios terminaron en los míos.


Nunca me iba a cansar de besar a Pedro. Es decir ¿cómo podría?


Desde la noche en que me había “mostrado la verdad” justo encima de la meseta de mi cocina, habíamos ido explorando esta parte nueva de nuestra relación. Bajo todo ese comentario sarcástico y provocativo, todos estos meses se había construido una seria tensión sexual. La estábamos dejando salir, aunque muy despacio. Seguro,podríamos haber corrido hacia la habitación del hotel esa noche y
dejar que el sexo repicara a través de la ciudad por días, pero Pedro y yo, sin decir palabra, parecíamos estar en la misma página por una vez, y estábamos contemplando dejar que se desarollara.


Me estaba cortejando. Lo estaba dejando cortejarme. Quería el cortejo. Merecía el cortejo. Necesitaba el “wow” que seguramente seguiría al cortejo, pero por ahora, ¿el cortejo? Era “whoa”.


Y hablando de cortejo…


Mis manos se deslizaron en su cabello, jalando y retorciendo, intentando tirar de su cuerpo dentro del mío. 


Gimió en mi boca, sentí su lengua tocar la mía y me desmoroné. Suspiré, el gemido más pequeño, y fue más y más complicado besarlo gracias a la gigantesca sonrisa que estaba saliendo en mi cara.



Se retiró un poco y rió. —Seguro que luces feliz.


—Sigue besándome por favor —insistí, trayendo su rostro hacia el mío.


—Es como besar a una calabaza de Halloween. ¿Qué pasa con esa sonrisa? —me dijo, con una sonrisa tan grande como la mía.


—Estamos en España Pedro. La sonrisa está implicada. —Suspiré con satisfacción, revolcando su cabello.


—Y he aquí yo pensando que tenía que ver con mis besos —respondió, besándome nuevamente, suave y gentilmente.


—De acuerdo vaquero, ¿listo para ver a dónde nos lleva el GPS? — pregunté, apartándome. No podía tener mis manos sobre él por más tiempo o nunca nos iríamos.


—Veamos cuán perdidos estamos realmente. —Sonrió y partimos.



* * *



—Creo que este es el giro… Sip, este es —dijo.


Reboté en el asiento. Resultó que estábamos más cerca de lo que creíamos, y nos habíamos puesto un poco inquietos. Dando una última vuelta, nos miramos el uno al otro y chillé. Habíamos visto el océano por pedacitos por los últimos kilómetros más o menos, asomándose detrás de los árboles o sobre un acantilado. Ahora, doblando en un camino adoquinado, darme cuenta de que  había rentado una casa no solo cerca de la playa, sino sobre la playa, me bañó, y la vista me acalló.


Pedro aparcó, las gomas rechinando sobre los cantos  rodados.


Cuando apagó el auto, pude oír las olas chocando contra la costa rocosa a unos treinta metros. Nos sentamos por un momento, inhalando todo y sonriéndonos el uno al otro, antes salir del coche.


—¿Es aquí donde nos quedamos? ¿La casa entera es tuya? —exclamé mientras él recogía nuestras bolsas y se paraba junto a mí.


—Es nuestra, sí. —Sonrió y me señaló el camino delante de él.


La casa era magnífica y encantadora, todo al mismo tiempo: muros de estuco blanco, techo de tejas, líneas limpias y suaves arcos.


Árboles de naranja se alienaban en el paseo desde el
estacionamiento, y una buganvílea trepaba por los muros del jardín.


La casa era clásica, construida para soportar el mar y proteger a las personas en su interior. 


Mientras Pedro buscaba la llave bajo los maceteros, yo inhalé el aroma de los cítricos y el distintivo aire salado.


—¡Ajá! La tengo. ¿Lista para ver el interior? —Luchó con la puerta por un momento antes de girarse hacia mí.
Tomé su mano, entrelazando nuestros dedos y me incliné a besar su mejilla. —Gracias.


—¿Por?


—Por traerme aquí. —Sonreí y lo besé de lleno en los labios.


—Mmm, más de ese dulce que me prometiste. —Dejó caer el bolso y me acercó a él.


—¡Dulce esto! ¡Veamos la casa! —Grité, liberándome y entrando, pero tan pronto como pasé la entrada, me detuve de sopetón.


Pisándome los talones, Pedro chocó conmigo.


Una sala a nivel del piso, con acolchados sofás y sillas muy cómodas, se abrieron ante mí en lo que había asumido que era la cocina.


Puertas francesas se abrían hacia grandes terrazas y patios, que se hundían hacia la playa. Lo que me detuvo fue el océano. A través de las gigantescas ventanas, el azul oscuro del perezoso Mediterráneo.


La línea costera se curvaba hacia el pueblo de Nerja, donde las luces comenzaban a brillar mientras el crepúsculo caía sobre la playa, iluminando las otras casas blancas que colgaban de los acantilados.


Recordando cómo moverme, me apresuré a abrir las puertas y dejar que el suave aire cayera sobre mí y dentro de la casa, cubriendo todo con el perfume de la noche.


Caminé por la pasarela de hierro, la cual se elevaba sobre un patio de losas de barro, flanqueado por olivos. Sentí a Pedro caminar detrás de mí y sin decir palabra, colocar sus manos en mi cintura. Se acurrucó a mí, descansando su cabeza en mi hombro. Me recosté e él, sintiendo los ángulos y planos de su cuerpo encajar con el mío.


Sabes, ¿esos momentos cuando todo es exactamente como se supone que deba ser? ¿Cuándo te encuentras a ti misma y a tu universo entero alineándose en perfecta sincronía y no puedes ser más feliz? Yo estaba en ese momento y completamente consciente de ello. Dejé escapar una risita, sintiendo la sonrisa de Pedro desplegarse por su rostro mientras presionaba mi cuello.


—Es bueno ¿cierto? —susurró.


—Es muy bueno —respondí, y ambos miramos la puesta de sol en un silencio embrujado.