lunes, 7 de julio de 2014
CAPITULO 2
A LA MAÑANA SIGUIENTE, mi primera mañana oficial en mi nueva casa, me encontró tomando una taza de café y comiendo una dona que sobro de la mudanza de ayer.
No estaba tan despierta como había esperado para comenzar mi fiesta de nunca acabar de desempacar, y silenciosamente maldije las payasadas de anoche de al lado. La chica fue follada, nalgueada, se vino, se durmió. Lo mismo para Pedro. Supongo que su nombre es Pedro, ya que la chica a la que le gustó ser nalgueada lo llamaba así.
Y realmente, si ella estaba inventando un nombre habían otros más calientes que Pedro para gritarlos en agonía.
Agonía… Dios, extrañaba la agonía.
—¿Aún nada, huh, O? —Suspiré, mirando hacia abajo.
Durante el cuarto mes de O Perdido, yo había comenzado a hablarle a mi O como si él fuera una entidad real. Él se sentía lo suficientemente real cuando movía mi mundo en el pasado, pero por desgracia, ahora ese O me había abandonado, no estaba segura de si la reconocería si la viera. Este es un día triste, un día triste en el que una chica ni siquiera conoce a su propio orgasmo, pensé, mirando con nostalgia por la ventana hacia la ciudad de San Francisco.
Desdoblé mis piernas y caminé hacia el fregadero para enjuagar mi taza de café. Poniéndola en el fregadero para que se escurra, puse mi cabello rubio claro recogido en una cola de cabello descuidada y contemplé el caos que me rodeaba. No importa qué tan bien lo planeé, no importa qué tan bien etiqueté esas cajas, no importa cuántas veces le dije a ese idiota tipo de la mudanza que si decía COCINA no pertenecía al BAÑO, todavía era un desastre.
—¿Qué te parece Olaf? ¿Deberíamos comenzar aquí o en la sala de estar? —Él estaba acurrucado en una de las ventanas. Lo reconozco, cuando estaba buscando lugares nuevos para vivir, siempre miraba las ventanas. A Olaf le gustaba mirar hacia el mundo, y era agradable verlo esperándome cuando llegaba a casa.
Justo ahora él me miró, y luego pareció asentir hacia la sala de estar.
—Está bien, la sala de estar será, —dije, dándome cuenta de que sólo había hablado tres veces desde que desperté esta mañana, y cada palabra pronunciada había sido dirigida a un gatito. Ejem…
Unos veinte minuto más tarde Olaf había comenzado a mirar
fijamente a una paloma y yo estaba clasificando DVDs cuando escuché voces en el pasillo. ¡Mis vecinos ruidosos!
Corrí a la puerta, casi tropezando con una caja, y presioné un ojo a la mirilla sólo para ver la puerta de enfrente. Que pervertida soy, honestamente. Pero no hice ningún intento por dejar de ver.
No podía ver muy claramente, pero podía escuchar su conversación; la voz baja y suave del hombre, seguida de un inconfundible suspiro de su compañera.
—Mmm, Pedro, anoche fue fantástico.
—Creí que esta mañana fue fantástica también, —le dijo, plantando lo que sonaba como un beso caliente en ella.
Huh. Debieron haber estado en otra habitación esta mañana. Yo no había escuchado nada. Presioné mi ojo en la mirilla de nuevo. Sucia pervertida.
—Sí, lo fue. ¿Me llamas pronto? —Ella le preguntó, inclinándose por otro beso.
—Por supuesto, te llamaré cuando esté de vuelta en la ciudad, —le prometió, dándole una palmada en el trasero mientras ella se rió de nuevo y se dio la vuelta.
Parecía que ella estaba en el lado corto. Adiós, Spanx. El ángulo estaba mal para poder ver a este Pedro, y él estaba de vuelta en su apartamento antes de que pudiera obtener algún sentido de él.Interesante. Entonces esta chica no vive con él.
No había escuchado ningún “te amo” cuando se fue, pero ellos parecían bastante cómodos. Yo masticaba distraídamente mi cola de caballo. Ellos tendrían que estarlo, con lo de las nalgadas y todo.
Apartando mis pensamientos de nalgadas y Pedro de mi mente, fui de vuelta a mis DVDs. Nalgueando a Pedro. Que gran nombre para una banda… Seguí con las haches.
Una hora más tarde estaba colocando Wizard of Oz después de Willy Wonka cuando escuche un golpe en la puerta. Había una pelea en el pasillo mientras me acerqué a la puerta, y sofoqué una sonrisa.
—No lo dejes caer, idiota, —reprendió una sensual voz.
—oh, cállate. No seas tan mandona, —espetó una segunda voz.
Rodando mis ojos, abrí la puerta para encontrar a mis dos mejores amigas, Sofia y Moni, sosteniendo una gran caja. —Sin pelear, señoritas. Las dos son bonitas. —Me reí, levantándole una ceja a ambas.
—Ha ha. Graciosa, —respondió Moni, tambaleándose al interior.
—¿Qué demonios es eso? ¡No puedo creer que ustedes cargaron eso por cuatro tramos de escaleras! —Mis chicas no hacían trabajo manual cuando podían conseguir que alguien más lo hiciera.
—Créeme, esperamos afuera en un taxi por alguien que caminara por allí, pero no tuvimos suerte. Así que los hicimos nosotras. ¡Feliz inauguración! —Dijo Sofia. Ellas lo soltaron, y Sofia cayó fácilmente en una silla junto ala chimenea.
—Sí, deja de mudarte tanto. Estamos cansadas de comprarte cosas. —Se río Moni, tumbándose en el sofá y colocando sus manos sobre su rostro dramáticamente.
Toqué la caja con mi dedo del pie y pregunté—: ¿Y qué es? Y nunca dije que tenían que comprarme algo. El exprimidor de jugos Jack LaLanne no era necesario el año pasado, en serio.
—No seas ingrata. Sólo ábrelo, —instruyó Sofia, señalando a la caja con su dedo del medio, el cual luego puso en posición vertical y lo mostró en mi dirección.
Suspiré y me senté en el suelo delante de él. Yo sabía que era de la tienda Williams Sonoma, ya que tenía la cinta indicadora con la piña pequeña atada a ella. La caja era pesada, fuera lo que fuera.
—Oh, no. ¿Qué hicieron ustedes dos? —Pregunté, viendo un guiño de Moni a Sofia. Tirando de la cinta y abriendo la caja, estaba demasiado complacida con lo que encontré—. Chicas, ¡esto es demasiado!
—Sabemos cuánto extrañas la vieja que tenías, —se rió Moni, sonriéndome.
Hace años, me habían dado una vieja batidora marca KitchenAid de una tía abuela que murió. Tenía como cuarenta años, pero todavía funcionaba de maravilla. Esas cosas fueron construidas para durar, por Dios, y esa había durado hasta hace sólo unos meses atrás, cuando finalmente murió de una gran forma. Echó humo y se
descompuso una tarde mientras mezclaba un poco de pan de calabacín, y por más que lo odiaba, la tiré.
Ahora mientras miraba dentro de la caja, una batidora KitchenAid brillante, nueva y de acero inoxidable mirándome, visiones de galletas y pasteles comenzaron a danzar en mi cabeza.
—Chicas, es hermosa, —respiré, mirando con deleite a mi nueva bebé. La levanté gentilmente para admirarla.
Pasando mis manos sobre ella, extendiendo mis dedos para sentir las suaves líneas, me deleitaba el metal frío contra mi piel. Suspiré suavemente y de hecho la abracé.
—¿Quieren estar solas? —Preguntó Sofia.
—No, está bien. Quiero que estén aquí para que sean testigos de nuestro amor. Además, este es el único instrumento mecánico que probablemente me va a traer cualquier placer en un futuro cercano.Gracias, chicas. Es muy caro, pero de verdad se los agradezco, —les dije.
Olaf se acercó, olfateó la batidora, y rápidamente saltó a la caja vacía.
—Sólo promete traernos golosinas deliciosas, y va a valer la pena, cariño. —Moni se sentó, mirándome expectante.
—¿Qué? —Le pregunté con cautela.
—Paula, ¿puedo comenzar con tus cajones ahora? —Preguntó,tartamudeando y dirigiéndose hacia el dormitorio.
—¿Puedes comenzar qué en mis cajones? —Respondí, tirando más fuerte del cordón alrededor de mi cintura.
—¡Tu cocina! ¡Estoy muriendo por empezar a acomodar todo! — Exclamó, corriendo ahora en el lugar.
—Oh, diablos sí. ¡Hazlo! Feliz Navidad, rarita, —grité mientras Moni corría triunfalmente hacia la otra habitación.
Moni era una organizadora profesional. Ella nos había vuelto locas cuando estábamos todas juntas en Berkley —con sus tendencias de trastorno obsesivo-compulsivo y su loca atención al detalle. Un día Sofia sugirió que se convirtiera en una organizadora profesional, y después de la graduación, fue lo que hizo. Ahora trabaja en todo el área de la bahía ayudando a que las familias acomoden toda su mierda. La firma de diseño en la que yo trabajaba a veces pedían su consejo, y ella incluso había aparecido en unos cuantos programas grabados en la ciudad de HGTV. El trabajo le calzaba a la perfección.
Así que sólo dejé a Moni hacer lo suyo, sabiendo que mis cosas estarían tan perfectamente organizadas que estaría asombrada.
Sofia y yo continuamos pereceando en la sala de estar, riéndonos sobre DVDs que habíamos visto con el paso de los años. Nos detuvimos en todas y cada una de las películas con pandillas de mocosos de los ochentas, debatiendo si Bender terminó con Claire una vez que todos volvieron a la escuela el lunes. Yo voté porque no,
y aposté a que ella nunca tuvo su arete de vuelta.
CAPITULO 1
—OH, DIOS.
Pum.
—Oh, Dios.
Pum pum.
Que diablos…
—¡Oh, Dios, eso está tan bien!
Me desperté de pronto, confundida mientras miraba alrededor en la extraña habitación. Cajas en el suelo. Fotos apoyadas contra la pared.
Mi nueva habitación, en mi nuevo apartamento, me recordé a mí misma, colocando ambas manos en el edredón, mostrándome el lujoso número de hilos. Incluso media dormida, estaba consciente de la cuenta de los hilos.
—Mmm… Sí, nene. Justo ahí. Justo así… ¡No te detengas, no te detengas!
Oh chico…
Me senté, froté mis ojos, y me di la vuelta para mirar la pared detrás de mí, comenzando a entender lo que me había despertado. Mis manos todavía acariciaban distraídamente el edredón, llamando la atención de Olaf, mi maravilloso gato. Colocando su cabeza bajo mi mano, Olaf exigió que lo acariciara. Lo acaricié mientras miraba alrededor y me orientaba en mi nuevo lugar.
Me había mudado temprano ese día. Era un apartamento magnífico:habitaciones espaciosas, pisos de madera, puertas arqueadas —¡incluso tenía una chimenea! No tenía idea de cómo construir una fogata, pero eso era aquí y allá.
Estaba muriendo por poner cosas sobre la repisa de la chimenea. Al ser diseñadora de interiores, tengo un hábito de colocar cosas mentalmente en casi todos los espacios,
sea que me pertenecían a mí o no. Eso volvía a mis amigas un poquito locas a veces, como estaba constantemente reubicando sus chucherías.
Había pasado el día mudándome, y después de sumergirme en la increíble y profunda bañera con patas estilo garras hasta quedar como una ciruela pasa, me acomodé en la cama y disfruté de los crujidos y chirridos de mi nuevo hogar: las luces del tráfico afuera, un poco de música suave, y el reconfortante clic-clic de Olaf explorando.
El clic-clic venía de su cutícula, verán…
Mi nuevo hogar, pensé con satisfacción mientras me deslizaba en un fácil sueño, y por eso estaba tan sorprendida de estar despierta a las… vamos a ver… dos y treinta y siete de la mañana.
Me encontré mirando estúpidamente hacia el techo, tratando de volver a un estado relajado, pero fui sorprendida de nuevo cuando mi cabecera se movió —se golpeó contra la pared mejor dicho.
¿Me están tomando el pelo? Luego escuché, muy claramente:
—Oh, Pedro, ¡eso está tan bien! Mmm…
Aw, cielos.
Parpadeando, me sentía más despierta ahora y un poco fascinada por lo que claramente estaba pasando al otro lado. Miré a Olaf, él me miró a mí, y si no fuera porque estaba tan cansada habría estado muy segura de que él me guiñó un ojo. Supongo que alguien debería estar teniendo un poco.
Yo había estado en un pequeño periodo de sequía por un tiempo. Por un tiempo muy largo. Un mal sexo rápido de una noche en un momento inoportuno se había robado mi orgasmo. Él se había ido de vacaciones por seis meses hasta ahora. Seis largos meses.
Los inicios del túnel carpiano estaban amenazando con asentarse mientras yo trataba desesperadamente de liberarme a mí misma.
Pero O estaba el lo que parece una interrupción permanente. Y no me refiero a Oprah.
Aparté los pensamientos de mi O perdido y me acurruqué a un lado.
Todo parecía tranquilo ahora, y comencé a ir a la deriva de mi sueño,Olaf ronroneando alegremente a mi lado.
Entonces se desató todo el infierno.
—¡Sí! ¡Sí! Oh, Dios… ¡Oh Dios!
Una pintura que había apoyado en la repisa sobre mi cama se cayó y golpeó ruidosamente mi cabeza. Eso me enseñaría a vivir en San Francisco y no asegurarme de que todo está seguramente montado.Hablando de montado…
Frotando mi cabeza y maldiciendo lo suficiente para hacer que Olaf se sonrojara —si los gatos pudieran sonrojarse— miré de nuevo la pared detrás de mí. Mi cabecera estaba literalmente golpeando contra ella mientras el escándalo continuaba al lado.
—Mmm… ¡sí, nene, sí, sí, sí! —gritó la escandalosa… y concluyó con un suspiro de satisfacción.
Luego escuché, por el amor a todo lo que es sagrado, nalgadas. No puedes interpretar mal el sonido de una buena nalgada, y alguien estaba recibiendo una al lado.
—Oh, Dios, Pedro. Sí. He sido una chica mala. ¡Sí, sí!
Increíble… Más nalgadas, y luego el sonido inconfundible de una voz masculina, gimiendo y suspirando.
Me levanté, moví la cama a unos cuantos centímetros de distancia de la pared, y resoplé debajo del edredón, mirando a la pared todo el tiempo.
Me dormí esa noche después de jurar que golpearía de vuelta si escuchaba un chistido más. O un gemido. O una nalgada.
Bienvenida al vecindario.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)