lunes, 7 de julio de 2014

CAPITULO 1



—OH, DIOS.


Pum.


—Oh, Dios.


Pum pum.


Que diablos…


—¡Oh, Dios, eso está tan bien!


Me desperté de pronto, confundida mientras miraba alrededor en la extraña habitación. Cajas en el suelo. Fotos apoyadas contra la pared.


Mi nueva habitación, en mi nuevo apartamento, me recordé a mí misma, colocando ambas manos en el edredón, mostrándome el lujoso número de hilos. Incluso media dormida, estaba consciente de la cuenta de los hilos.


—Mmm… Sí, nene. Justo ahí. Justo así… ¡No te detengas, no te detengas!


Oh chico…


Me senté, froté mis ojos, y me di la vuelta para mirar la pared detrás de mí, comenzando a entender lo que me había despertado. Mis manos todavía acariciaban distraídamente el edredón, llamando la atención de Olaf, mi maravilloso gato. Colocando su cabeza bajo mi mano, Olaf exigió que lo acariciara. Lo acaricié mientras miraba alrededor y me orientaba en mi nuevo lugar.


Me había mudado temprano ese día. Era un apartamento magnífico:habitaciones espaciosas, pisos de madera, puertas arqueadas —¡incluso tenía una chimenea! No tenía idea de cómo construir una fogata, pero eso era aquí y allá. 


Estaba muriendo por poner cosas sobre la repisa de la chimenea. Al ser diseñadora de interiores, tengo un hábito de colocar cosas mentalmente en casi todos los espacios,
sea que me pertenecían a mí o no. Eso volvía a mis amigas un poquito locas a veces, como estaba constantemente reubicando sus chucherías.


Había pasado el día mudándome, y después de sumergirme en la increíble y profunda bañera con patas estilo garras hasta quedar como una ciruela pasa, me acomodé en la cama y disfruté de los crujidos y chirridos de mi nuevo hogar: las luces del tráfico afuera, un poco de música suave, y el reconfortante clic-clic de Olaf explorando.


El clic-clic venía de su cutícula, verán…


Mi nuevo hogar, pensé con satisfacción mientras me deslizaba en un fácil sueño, y por eso estaba tan sorprendida de estar despierta a las… vamos a ver… dos y treinta y siete de la mañana.


Me encontré mirando estúpidamente hacia el techo, tratando de volver a un estado relajado, pero fui sorprendida de nuevo cuando mi cabecera se movió —se golpeó contra la pared mejor dicho.


¿Me están tomando el pelo? Luego escuché, muy claramente:


—Oh, Pedro, ¡eso está tan bien! Mmm…


Aw, cielos.


Parpadeando, me sentía más despierta ahora y un poco fascinada por lo que claramente estaba pasando al otro lado. Miré a Olaf, él me miró a mí, y si no fuera porque estaba tan cansada habría estado muy segura de que él me guiñó un ojo. Supongo que alguien debería estar teniendo un poco.


Yo había estado en un pequeño periodo de sequía por un tiempo. Por un tiempo muy largo. Un mal sexo rápido de una noche en un momento inoportuno se había robado mi orgasmo. Él se había ido de vacaciones por seis meses hasta ahora. Seis largos meses.


Los inicios del túnel carpiano estaban amenazando con asentarse mientras yo trataba desesperadamente de liberarme a mí misma.


Pero O estaba el lo que parece una interrupción permanente. Y no me refiero a Oprah.


Aparté los pensamientos de mi O perdido y me acurruqué a un lado.


Todo parecía tranquilo ahora, y comencé a ir a la deriva de mi sueño,Olaf ronroneando alegremente a mi lado. 


Entonces se desató todo el infierno.


—¡Sí! ¡Sí! Oh, Dios… ¡Oh Dios!


Una pintura que había apoyado en la repisa sobre mi cama se cayó y golpeó ruidosamente mi cabeza. Eso me enseñaría a vivir en San Francisco y no asegurarme de que todo está seguramente montado.Hablando de montado…


Frotando mi cabeza y maldiciendo lo suficiente para hacer que Olaf se sonrojara —si los gatos pudieran sonrojarse— miré de nuevo la pared detrás de mí. Mi cabecera estaba literalmente golpeando contra ella mientras el escándalo continuaba al lado.


—Mmm… ¡sí, nene, sí, sí, sí! —gritó la escandalosa… y concluyó con un suspiro de satisfacción.


Luego escuché, por el amor a todo lo que es sagrado, nalgadas. No puedes interpretar mal el sonido de una buena nalgada, y alguien estaba recibiendo una al lado.


—Oh, Dios, Pedro. Sí. He sido una chica mala. ¡Sí, sí!


Increíble… Más nalgadas, y luego el sonido inconfundible de una voz masculina, gimiendo y suspirando.


Me levanté, moví la cama a unos cuantos centímetros de distancia de la pared, y resoplé debajo del edredón, mirando a la pared todo el tiempo.


Me dormí esa noche después de jurar que golpearía de vuelta si escuchaba un chistido más. O un gemido. O una nalgada.


Bienvenida al vecindario.

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