domingo, 20 de julio de 2014

CAPITULO 31




Clic. Clic. Clic.


¿Qué demonios fue eso?


Clic. Clic. Clic.


Oh no.


Me quedé paralizada en mi cama, todas las luces encendidas en todo mi apartamento.


Clic. Clic. Clic.


Tiré de las mantas más hacia arriba, cubriendo mi cara hasta mis ojos, que mantuvieron una vigilancia constante alrededor de la habitación. El Cerebro sabía que estábamos a salvo y seguros, pero también seguía reproduciendo escenas de esa terrible, terrible película, haciendo imposible el apagar por la noche e ir a dormir. Los Nervios tenían todo bajo llave, abriendo un camino ardiente de adrenalina por todo mi cuerpo. Odiaba a Pedro con cada fibra de mi ser en este momento. También deseaba que estuviera aquí.


Clic. Clic. Clic.


¿Qué fue eso?


Clic. Clic.


Nada.


Luego Olaf saltó sobre la cama, y yo gritaba como en un asesinato sangriento. Olaf hinchó su cola y me siseó, preguntándose por qué diablos mami estaba gritándole, estoy segura. El clic-clic-clic eran sus malditas uñas gatunas.


Mi teléfono vibró un instante después, sacudiendo la mesita de noche entera y provocando otro grito de mí. Era Pedro


—¿Qué diablos pasa? ¿Por qué estás gritando? ¿Estás bien? —gritó cuando contesté, y podía escucharlo a través del teléfono y a través de la pared.


—Trae tu culo aquí ahora, tú hijo de puta manipulador de películas de terror, —dije furiosa y colgué. Golpeé la pared y corrí para abrir la puerta. De la misma forma en la que había corrido los escalones del sótano cuando era una niña, y salí corriendo de vuelta a mi habitación, saltando los últimos metros y aterrizando en el centro de mi cama. Me envolví las mantas a mí alrededor y me asomé, esperando. Él tocó a la puerta, y escuché la puerta abrirse.


—¿Paula? —llamó.


—Aquí atrás, —grité. Triste de que me había reducido a esto, pero estaba agradecida de verlo.


—Traje pastel, —dijo con una sonrisa avergonzada—. Y esto, — añadió, sacando el afgano de detrás de su espalda.


—Gracias. —Le sonreí desde atrás de mi almohada de escudo.


Unos minutos más tarde estábamos en mi cama, cada uno
balanceando un plato y un vaso de leche. Habíamos estado muy llenos, luego demasiado asustados para comer pastel antes. Olaf y sus uñas fantasmagóricas se retiraron a la otra habitación después de rodar sus ojos hacia Pedro y mover su cola.


—¿Cuántos años tienes? —Le pregunté, interrumpiendo mi pastel.


—Veintiocho. ¿Cuántos años tienes tú?


—Veintiséis. Tenemos veintiocho y veintiséis años y estamos
aterrorizados por una película, —reflexioné, hurgando en un bocado.


El pastel estaba bueno.


—Yo no diría que estoy aterrorizado, —replicó él—. ¿Asustado? Sí. Pero sólo vine para hacer que dejaras de gritar.


—Y probar mi pastel, —añadí, guiñándole un ojo.


—Cállate, tú, —me advirtió, y luego siguió y probó mi pastel.
—Jesús, está bueno, —susurró, sus ojos cerrados mientras
masticaba.


—Lo se. ¿Qué pasa con las manzanas y los pasteles hechos en casa? ¿Hay algo mejor?


—Si estuviéramos comiendo esto desnudos, entonces sería mejor, — sonrió, abriendo un ojo.


—Nadie se está desnudando aquí, amigo. Sólo come tu pastel. — Señalé su plato con mi tenedor.


Masticamos.


—Me siento mejor, —añadí unos minutos después, bebiendo mi leche.


—Yo también. No muy asustado.
Sonrió mientras tomaba su plato y lo colocaba en la mesita de noche.


Suspiré contenta y me recosté contra mis almohadas, saciada y menos asustada.


—Entonces, voy a preguntar… ¿James Brown? Quiero decir, ¿James Brown? —Se rió, y yo lo pateé mientras se recostaba a mi lado. Nos dimos la vuelta sobre nuestros costados para estar de frente, con los brazos debajo de las almohadas.


—Lo se, lo se. ¡No puedo creer que tú te aguantaste tanto como lo hiciste! Se que has estado muriendo por hacer bromas desde anoche.


—En serio, ¿quién es este tipo? —preguntó.


—Es un nuevo cliente.


—Ah, ya entiendo, —dijo, viéndose complacido.


—Y un antiguo novio, —añadí, observando su reacción.


—Ya veo. Nuevo cliente pero antiguo novio —espera, ¿el abogado? — preguntó, tratando de mantener su expresión neutral, pero fallando.


—Sip. No lo había visto en unos años.


—¿Cómo va a funcionar eso?


—Aún no lo se. Ya veremos.


Realmente no sabía cómo iban a ir las cosas con James. Me alegré de verlo, pero iba a ser difícil mantener las cosas profesionales si él quería más. En el pasado él había tenido más control sobre mí del que estaba cómoda de ceder. Me encontré a mí misma absorbida por el tirón gravitacional que era James Brown —el abogado, no el Padrino del Soul.


—De todos modos, sólo vamos a estar trabajando juntos. Va a ser un gran trabajo para mí. Él quiere que su lugar completo sea renovado. —Suspiré, ya planeando la paleta. Rodé sobre mi espalda y me estiré.


Realmente me había abusado de mi estómago esta noche y estaba comenzando a tener sueño.


—Él no me gusta, —dijo Pedro de repente, después de una larga pausa.


Me volví y lo vi frunciendo el ceño.


—¡Ni siquiera lo conoces! ¿Cómo podría posiblemente no gustarte? — Me reí.


—Simplemente no me gusta, —dijo, ahora dirigiendo su mirada a la mía y liberando el poder de esos azules.


—Oh, por favor, no eres más que un niño apestoso. —Me reí,alborotando su cabello. Paso en falso. Era muy suave…


—Yo no apesto. Tú misma lo dijiste que yo era como el fresco abril, —protestó, levantando su brazo y oliendo.


—Sí, Pedro, hueles delicioso, —dije sin expresión, oliendo el aire a mi alrededor.


Él dejó su brazo alto sobre la almohada, y yo sabía que si rodaba un poco podría deslizarme justo en el rincón. Él me miró, levantando las cejas ligeramente. ¿Estaba pensando lo que yo estaba pensando? ¿Quería que me acurrucara?
¿Yo quería acurrucarme? Oh al demonio con eso…


—Me voy a acurrucar, —anuncié y fui a acurrucarme: la cabeza acomodada en el rincón, brazo izquierdo sobre pecho, brazo derecho debajo de su almohada. Las piernas las guardé para mí —yo no era una total tonta.


—Bueno, hola allí, —dijo, sonando sorprendido. Luego se acurrucó a mi alrededor de inmediato. Suspiré de nuevo, envuelta en el vudú y el chico.


—¿A qué viene esto, amiga? —susurró en mi cabello, y me estremecí.


—Reacción tardía a Linda Blair. Necesito un poco de tiempo de acurrucarme. Los amigos pueden acurrucarse, ¿no?


—Claro, ¿pero nosotros somos amigos que pueden acurrucarse? — preguntó, trazando círculos en mi espalda. 


Él y sus endemoniados dedos que hacen círculos.


—Puedo manejarlo. ¿Tú? —Contuve mi aliento.


—Puedo manejar cualquier cosa, pero… —comenzó, y luego se detuvo.


—¿Qué? ¿Qué ibas a decir? —pregunté, inclinándome para mirarlo.


Un mechón de cabello se salió de mi cola de caballo y cayó entre nosotros. Lentamente, y con mucho cuidado, él lo coloco detrás de mi oreja.


—¿Digamos que si estuvieras usando ese camisón rosa? Estarías en un montón de problemas.


—Bueno, entonces es algo bueno que sólo somos amigos, ¿verdad? —Me obligué a decir.


—Amigos, sí.


Él me miró a los ojos.


Yo aspiré, él sopló hacia fuera. Intercambiamos aire real.


—Sólo acurrúcame, Pedro, —dije en voz baja, y él sonrío.


—Ven de vuelta aquí, —dijo y me convenció para ir de vuelta a su pecho. Me deslicé, descansando donde podía escuchar los latidos de su corazón. Él dobló el afgano sobre nosotros, y noté de nuevo lo suave que era. Me había servido bien esta noche, este afgano.


—me encanta este afgano, pero tengo que decir que no calza realmente con tu apartamento —el motivo de chico genial que tienes, —reflexioné. Era anaranjado y verde y muy retro. Él estaba en silencio, y creí que tal vez se había quedado dormido.


—Era de mi mamá, —dijo en voz baja, y su agarre sobre mí se volvió infinitamente más fuerte.


No había nada que decir después de eso.


Pedro y yo dormimos juntos esa noche, con todas las luces en todo el lugar encendidas.


Olaf y sus uñas se mantuvieron alejados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario