—¿Más vino, Sr. Alfonso?
—No más para mí. ¿Paula?
—Estoy bien, gracias. —me estiré lujosamente sobre mi asiento.
Primera clase hasta LaGuardia, y luego primera clase hasta Málaga, España. De allí, tomaríamos un auto hasta Nerja, el pequeño pueblo costero donde Pedro había rentado una casa. Buceo, excursionismo, senderismo, playas hermosas, y montañas, todas integradas en un pintoresco pueblito.
Pedro se removió sobre su asiento y lanzó una mala mirada sobre su hombro.
—¿Qué? ¿Qué sucede? —pregunté, mirando hacia atrás y viendo nada fuera de lo normal.
—Ese niño no deja de patear mi asiento —gruñó entre dientes.
Me río a carcajadas durante unos buenos veinte minutos.
* * * * *
—Esperamos lo suficiente, ¿estás bromeando? Sabes que tenía razón.Era tiempo de hacerlo.
—Tiempo de hacerlo ¡qué tontería! Podíamos haber esperado un poquito más, y entonces no estaríamos en este embrollo.
—Bueno, no te oí quejarte la primera vez. Parecías bastante
complacida si mal no recuerdo.
—No podía quejarme, tenía la boca llena. Pero lo presentía. Sabía que esto estaba mal, sabía que lo que hacíamos estaba inherentemente mal.
—De acuerdo, me doy por vencido. Dime cómo arreglar esto.
—Bueno, para empezar, lo tienes al revés —le disparé, agarrando el mapa y volteándolo. Estábamos estacionados en un costado del camino desde hacía cinco minutos, intentando averiguar cómo llegar a Narja.
Después de aterrizar en Málaga, atravesar la aduana, el sistema de renta de coches y finalmente alejarnos de la ciudad exitosamente, ahora estábamos perdidos. Pedro manejaba y yo estaba a cargo del
mapa. Por eso me refiero a que me lo quitaba cada diez minutos o algo así para mirarlo, entre "hmms" y vacilaciones, para luego devolvérmelo. De hecho no escuchó nada de lo que yo tenía que decir, en su lugar confiaba en su innato sentido de hombre—mapa.
También se rehusó a encender el GPS que nos habían
proporcionado, determinado a mantenerse a la antigua.
Razón por la cual estábamos perdidos. Tomar un tren habría sido muy fácil. Pedro necesitaba un coche para tomar sus fotos, que era por lo que al final estábamos aquí.
Después de volar toda la noche, estábamos exhaustos, pero la mejor forma de combatir el jet lag , presuntamente, era acostumbrarse a la hora local lo más rápido posible.
Habíamos acordado no tomar una siesta hasta que
pudiéramos dormir en la noche.
Ahora discutíamos sobre qué giro habíamos hecho mal. Yo había estado devorando unos churros de un puestecillo de un costado del camino cuando supuestamente habíamos hecho el mal giro, así que jugamos a “Ponle la Culpa”.
—Todo lo que estoy diciendo es que si alguien no hubiera estado rellenándose la cara y hubiese prestado atención al giro, no estaríamos…
—¿Rellenando mi cara? ¿En serio? Estabas robando mis churros. ¡Te dije que te compraras unos cuando nos paramos!
—Bueno, al principio no tenía hambre, pero luego estabas
saboreándote y lamiendo el chocolate y bueno… me distraje. — Levantó la vista del mapa, el cual había dispuesto sobre el capó del coche, y sonrió burlonamente, rompiendo la tensión.
—¿Te distrajiste? —Le sonreí de vuelta, inclinándome un poco más cerca. Mientras miraba el mapa, yo lo miraba a él. ¿Cómo podía alguien que había estado en un avión por los últimos cien años lucir tan bien como lo hacía él? Pero ahí estaba, vaqueros descoloridos, camiseta negra y una chaqueta oscura North Face. Veinticuatro horas de barba rogando que la lamieran. ¿Quién lamía eso? Yo, quién
si no. Se cruzó de brazos mientras estudiaba el mapa, moviendo los labios en silencio intentando descifrarlo. Me escabullí bajo sus brazos, poniéndome sobre el capó del coche sin pena alguna, como una de esas chicas de un calendario de garaje.
—¿Puedo hacer una sugerencia?
—¿Es lasciva?
—Sorprendentemente no. ¿Podemos encender el GPS? Me gustaría llegar antes de irme en unos días —gemí. Debido a mi reserva de última hora, tenía que regresar un día antes que Pedro, pero cinco días en España… no me estaba quejando.
—Paula, solo los cobardes usan GPS —se mofó, girándose al mapa de nuevo.
—Bueno, esta cobarde se muere por una cena, una ducha, una cama y por deshacerse de este jet lag. Así que a menos que quieras que recree “It Happened One Night” en su versión española, enciente el GPS, Pedro. —Lo agarré por la chaqueta y tiré de él hacia mí—. ¿Sonó muy rudo? —susurré, dándole un pequeñito beso en la barbilla.
—Sí, ahora me asustas.
—¿Eso quiere decir que pondrás el GPS?
—Pondré el GPS. —Suspiró, resignado, recostándose y quitándome de encima del auto. Lo vitoree y me puse en camino hacia la puerta.
—No, no, no, fuiste muy ruda Chica Nocturna. Voy a necesitar un poco de dulce —instruyó, sus ojos brillaron.
—¿Necesitas dulce? —pregunté.
Tiró de mi brazo hacia él. —Sí, lo requiero.
—Eres retorcido Pedro —Me recosté hacia él, deslizando mis brazos alrededor de su cuello.
—No tienes idea. —Se lamió los labios y movió las cejas como un gánster de antaño.
—Ven a tomar tu dulce —lo provoqué y sus labios terminaron en los míos.
Nunca me iba a cansar de besar a Pedro. Es decir ¿cómo podría?
Desde la noche en que me había “mostrado la verdad” justo encima de la meseta de mi cocina, habíamos ido explorando esta parte nueva de nuestra relación. Bajo todo ese comentario sarcástico y provocativo, todos estos meses se había construido una seria tensión sexual. La estábamos dejando salir, aunque muy despacio. Seguro,podríamos haber corrido hacia la habitación del hotel esa noche y
dejar que el sexo repicara a través de la ciudad por días, pero Pedro y yo, sin decir palabra, parecíamos estar en la misma página por una vez, y estábamos contemplando dejar que se desarollara.
Me estaba cortejando. Lo estaba dejando cortejarme. Quería el cortejo. Merecía el cortejo. Necesitaba el “wow” que seguramente seguiría al cortejo, pero por ahora, ¿el cortejo? Era “whoa”.
Y hablando de cortejo…
Mis manos se deslizaron en su cabello, jalando y retorciendo, intentando tirar de su cuerpo dentro del mío.
Gimió en mi boca, sentí su lengua tocar la mía y me desmoroné. Suspiré, el gemido más pequeño, y fue más y más complicado besarlo gracias a la gigantesca sonrisa que estaba saliendo en mi cara.
Se retiró un poco y rió. —Seguro que luces feliz.
—Sigue besándome por favor —insistí, trayendo su rostro hacia el mío.
—Es como besar a una calabaza de Halloween. ¿Qué pasa con esa sonrisa? —me dijo, con una sonrisa tan grande como la mía.
—Estamos en España Pedro. La sonrisa está implicada. —Suspiré con satisfacción, revolcando su cabello.
—Y he aquí yo pensando que tenía que ver con mis besos —respondió, besándome nuevamente, suave y gentilmente.
—De acuerdo vaquero, ¿listo para ver a dónde nos lleva el GPS? — pregunté, apartándome. No podía tener mis manos sobre él por más tiempo o nunca nos iríamos.
—Veamos cuán perdidos estamos realmente. —Sonrió y partimos.
* * *
—Creo que este es el giro… Sip, este es —dijo.
Reboté en el asiento. Resultó que estábamos más cerca de lo que creíamos, y nos habíamos puesto un poco inquietos. Dando una última vuelta, nos miramos el uno al otro y chillé. Habíamos visto el océano por pedacitos por los últimos kilómetros más o menos, asomándose detrás de los árboles o sobre un acantilado. Ahora, doblando en un camino adoquinado, darme cuenta de que había rentado una casa no solo cerca de la playa, sino sobre la playa, me bañó, y la vista me acalló.
Pedro aparcó, las gomas rechinando sobre los cantos rodados.
Cuando apagó el auto, pude oír las olas chocando contra la costa rocosa a unos treinta metros. Nos sentamos por un momento, inhalando todo y sonriéndonos el uno al otro, antes salir del coche.
—¿Es aquí donde nos quedamos? ¿La casa entera es tuya? —exclamé mientras él recogía nuestras bolsas y se paraba junto a mí.
—Es nuestra, sí. —Sonrió y me señaló el camino delante de él.
La casa era magnífica y encantadora, todo al mismo tiempo: muros de estuco blanco, techo de tejas, líneas limpias y suaves arcos.
Árboles de naranja se alienaban en el paseo desde el
estacionamiento, y una buganvílea trepaba por los muros del jardín.
La casa era clásica, construida para soportar el mar y proteger a las personas en su interior.
Mientras Pedro buscaba la llave bajo los maceteros, yo inhalé el aroma de los cítricos y el distintivo aire salado.
—¡Ajá! La tengo. ¿Lista para ver el interior? —Luchó con la puerta por un momento antes de girarse hacia mí.
Tomé su mano, entrelazando nuestros dedos y me incliné a besar su mejilla. —Gracias.
—¿Por?
—Por traerme aquí. —Sonreí y lo besé de lleno en los labios.
—Mmm, más de ese dulce que me prometiste. —Dejó caer el bolso y me acercó a él.
—¡Dulce esto! ¡Veamos la casa! —Grité, liberándome y entrando, pero tan pronto como pasé la entrada, me detuve de sopetón.
Pisándome los talones, Pedro chocó conmigo.
Una sala a nivel del piso, con acolchados sofás y sillas muy cómodas, se abrieron ante mí en lo que había asumido que era la cocina.
Puertas francesas se abrían hacia grandes terrazas y patios, que se hundían hacia la playa. Lo que me detuvo fue el océano. A través de las gigantescas ventanas, el azul oscuro del perezoso Mediterráneo.
La línea costera se curvaba hacia el pueblo de Nerja, donde las luces comenzaban a brillar mientras el crepúsculo caía sobre la playa, iluminando las otras casas blancas que colgaban de los acantilados.
Recordando cómo moverme, me apresuré a abrir las puertas y dejar que el suave aire cayera sobre mí y dentro de la casa, cubriendo todo con el perfume de la noche.
Caminé por la pasarela de hierro, la cual se elevaba sobre un patio de losas de barro, flanqueado por olivos. Sentí a Pedro caminar detrás de mí y sin decir palabra, colocar sus manos en mi cintura. Se acurrucó a mí, descansando su cabeza en mi hombro. Me recosté e él, sintiendo los ángulos y planos de su cuerpo encajar con el mío.
Sabes, ¿esos momentos cuando todo es exactamente como se supone que deba ser? ¿Cuándo te encuentras a ti misma y a tu universo entero alineándose en perfecta sincronía y no puedes ser más feliz? Yo estaba en ese momento y completamente consciente de ello. Dejé escapar una risita, sintiendo la sonrisa de Pedro desplegarse por su rostro mientras presionaba mi cuello.
—Es bueno ¿cierto? —susurró.
—Es muy bueno —respondí, y ambos miramos la puesta de sol en un silencio embrujado.
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