miércoles, 16 de julio de 2014
CAPITULO 22
LA NOCHE SIGUIENTE estaba saliendo hacia el yoga cuando me encontré cara a cara con Pedro otra vez. Él estaba subiendo las escaleras mientras yo iba bajando.
—¿Si digo, “tenemos que dejar de vernos así,” sonaría tan trillado como suena en mi cabeza? —Le ofrecí.
Él se rió. —Es difícil de decir. Inténtalo.
—Está bien. Guau, ¡tenemos que dejar de vernos así! —Exclamé.
Los dos esperamos un segundo y luego nos reímos de nuevo.
—Sip, trillado, —dijo él.
—Tal vez podemos elaborar algún tipo de calendario, compartir la custodia del pasillo o algo así. —Cambié mi peso de una pierna a la otra. Genial, ahora parece que tengo que orinar.
—¿A dónde vas esta noche? Parece que siempre te encuentro cuando vas de salida, —dijo mientras se apoyó en la pared.
—Bueno, claramente me dirijo hacia algún lugar elegante. —Hice un gesto hacia mis pantalones de yoga y camiseta. Luego le mostré mi botella de agua y una colchoneta de yoga.
Él pretendió pensarlo muy cuidadosamente, y luego sus ojos se abrieron mucho. —¡Vas a una clase de cerámica!
—Sí, allí es a donde voy… tonto.
Él me sonrió con esa sonrisa. Yo le devolví la sonrisa.
—Entonces, nunca me diste la primicia sobre lo que escuchaste en el desayuno del otro día. ¿Qué está pasando con nuestros amigos? —me preguntó, y yo no sentí para nada un aleteo en mi vientre ante la mención de la palabra nuestros. Para nada…
—Bueno, puedo decirte que mis chicas estaban bastante encantadas con tus chicos. ¿Sabías que todos ellos van a ir a una sinfonía de beneficencia la próxima semana? —dije, instantáneamente horrorizada de ir allí tan rápido.
—Lo escuché. Nicolas consigue entradas cada año. Ventajas del trabajo, supongo. Los comentaristas deportivos siempre van a la sinfonía, ¿cierto?
—Yo asumiría, especialmente cuando uno está tratando de cultivar una cierta reputación de hombre conocedor, —añadí con un guiño.
—Lo notaste, ¿huh? —Me guiñó de vuelta, y nos encontramos sonriendo de nuevo. ¿Amigos? Definitivamente una fuerte posibilidad.
—Tendremos que comparar notas después, ver cómo les está yendo a los Cuatro Fantásticos. ¿Sabías que han estado saliendo en citas dobles toda la semana? —le dije.
Sofia me había confesado que habían estado saliendo constantemente, pero siempre como un cuarteto. Hmm…
—Algo escuché sobre eso. Ellos parecen estar llevándose bien. Eso es bueno, ¿verdad?
—Es bueno, sí. De hecho voy a salir con ellos la próxima semana. Deberías venir, —dije de manera casual. Todo es por la tregua, sólo la tregua…
—Oh, guau. Me encantaría, pero voy hacia el extranjero. Me voy mañana, de hecho, —dijo.
Si no lo conociera mejor, diría que casi parecía decepcionado.
—¿En serio? ¿En una sesión fotográfica? —dije, y me di cuenta de mi error. La sonrisa conocedora volvió con venganza.
—¿Una sesión fotográfica? ¿Investigando sobre mí?
Sentí mi rostro ir de rosa a un encantador rojo tomate. —Josefina mencionó lo que haces para vivir, sí. Y noté las fotos en tu apartamento. ¿Cuando mi gatito estaba persiguiendo a tu Rusa? ¿Te suena?
Él pareció cambiar de puesto su peso por mi elección de
palabras.Hmmm, ¿punto débil?
—¿Notaste mis fotos? —preguntó.
—Lo hice. Tienes un gran conjunto de candelabros. —le sonreí dulcemente y miré directamente a su entrepierna.
—¿Candelabros? —murmuró, aclarando su garganta.
—Gajes del oficio. ¿Y hacia dónde te diriges, por cierto? Al extranjero, me refiero. —Arrastré mis ojos deliberadamente de vuelta a los suyos, y noté que los suyos estaban en ningún lugar cerca de mi rostro. Je, je, je…
—¿Qué? Oh, um, Irlanda. Fotografiando un montón de lugares costeros para Condé Nast, y luego iré hacia algunos de los pueblos pequeños, —respondió, regresando su mirada de vuelta a la mía.
Fue bueno verlo un poco nervioso. —Irlanda, que bien. Bueno, tráeme de vuelta un suéter.
—Suéter, lo tengo. ¿Algo más?
—¿Una olla de oro? ¿Y un trébol?
—Genial. No tendré que salir de la tienda de regalos del aeropuerto, —murmuró.
—Y luego cuando vuelvas a casa, ¡voy a hacerte un pequeño baile irlandés para ti! —Grité y comencé a reír a la locura de esta conversación.
—Aw, Chica Camisón, ¿acabas de ofrecerme un baile? —dijo en voz baja, acercándose un poco más.
Y así, el equilibrio de poder se cambió.
—Pedro, Pedro, Pedro, —exhalé, negando con la cabeza.
Principalmente para aclararla del efecto de él estando tan cerca—. Ya hemos pasado por esto. No tengo ningún deseo de unirme al harén.
—¿Qué te hace pensar que te lo pediría?
—¿Qué te hace pensar que no me lo pedirías? Además, pienso que eso arruinaría la tregua, ¿no lo crees? —Me reí.
—Mmm, la tregua, —dijo.
En ese momento escuché pasos en la escalera abajo. —¿Pedro? ¿Eres tú? —dijo una voz.
A eso él se inclinó hacia atrás, lejos de mí. Miré hacia abajo y me di cuenta de que habíamos avanzado lentamente hacia el descanso de la escaleras a lo largo de nuestro intercambio.
—¡Hola, Katie, aquí estoy! —Gritó hacia abajo.
—¿Una del harén? Vigilaré mis paredes está noche, —dije en voz baja.
—Basta. Ella tuvo un duro día de trabajo, y vamos a salir a ver una película. Eso es todo.
Él me sonrío tímidamente, y yo me reí. Si íbamos a ser amigos, yo podría conocer al harén, por Dios.
Un momento más tarde se nos unió Katie, a quien yo, por supuesto, conocía como Spanx. Ahogué una risa mientras le sonreía.
—Katie, ella es mi vecina, Paula, —dijo Pedro—. Paula, ella es Katie.
Le ofrecí mi mano, y ella miró con curiosidad entre Pedro y yo.
—Hola, Katie. Encantada de conocerte.
—Igual a ti, Paula. ¿Tú eres la que tiene un gato? —preguntó, un brillo en sus ojos. Miré a Pedro, y él se encogió de hombros.
—Culpable, aunque Olaf diría que, de hecho, él es una persona real.
—Oh, lo se. Mi perro solía ver televisión y ladrar hasta que le pusiera algo que le gustaba. Que dolor de culo era. —Me sonrió.
Nos quedamos allí por un momento, y estaba comenzando a ponerse un poco incómodo.
—Bueno, niños, me voy al yoga. Pedro, que tengas un buen viaje, y te informaré sobre los chismes de las nuevas parejas cuando regreses.
—Suena bien. Estaré fuera por un tiempo, pero espero que no se meterán en muchos problemas mientras estoy fuera. —Se rió entre dientes mientras comenzaba a subir las escaleras.
—Mantendré mis ojos en ellos. Mucho gusto en conocerte, Katie, — dije, dirigiéndome hacia abajo.
—Igual, Paula. ¡Buenas noches! —Me dijo.
Mientras bajaba las escaleras, más despacio de lo necesario, la escuché decir—: La Chica del Camisón Rosa es bonita.
—Cállate, Katie, —espetó él, y juro que le dio un manotazo en el trasero.
Su grito un segundo más tarde lo confirmó.
Rodé mis ojos mientras abría la puerta y salía hacia la calle.
Cuando llegué al gimnasio, cambié mi clase de yoga por la de kickboxing.
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