viernes, 18 de julio de 2014

CAPITULO 27




Me senté en mi oficina, mirando hacia afuera de la ventana. 


Tenía una lista de cosas por hacer en frente de mí—y no era una lista pequeña tampoco. Necesitaba pasar por la casa Nicholson. La renovación estaba casi completa. Las habitaciones y baños estaban terminados, y sólo faltaban unos pocos detalles. Necesitaba ir a buscar nuevos libros de muestras del centro de diseño. Tenía una reunión con un nuevo cliente que Moni me había remitido, y encima de todo eso, tenía una carpeta llena de facturas que revisar.
Pero aún así, miré hacia afuera de la ventana. Podría haber tenido a Pedro en el cerebro. Y por una buena razón. Entre las explosiones de las cañerías, golpes en la cabeza, y el constante envío de mensajes todo el día domingo pidiendo más pan de calabacín, mi cerebro simplemente no podía eliminarlo. Y entonces la noche anterior, sacó las armas grandes: él me puso a Glenn Miller. Hasta golpeó la pared
para asegurarse de que estuviera escuchando.


Bajé mi cabeza en el escritorio y la golpeé algunas veces para ver si ayudaba. Parecía haber ayudado a Pedro


Esa noche fui derecho a yoga después del trabajo y estaba subiendo las escaleras hacia mi departamento cuando escuché una puerta abrirse arriba.


—¿Paula? —me llamó hacia abajo.


Sonreí y continué subiendo las escaleras. —¿Sí, Pedro? —llamé.


—Llegas tarde a casa.


—¿Qué, estás vigilando mi puerta ahora? —reí, rodeando el último piso y mirándolo desde abajo. Él estaba colgando sobre la barandilla, el cabello en su rostro.


—Sip. Estoy aquí por el pan. ¡Dame calabacín, mujer!


—Estás loco. Sabes eso, ¿cierto? —Escalé el último tramo y me paré en frente de él.


—Eso me han dicho. Hueles bien —dijo, inclinándose.


—¿Me acabas de olisquear? —pregunté con incredulidad mientras abría la puerta.


—Mmm-hmm, muy agradable. ¿Acabas de volver de ejercitarte? — preguntó, entrando detrás de mí y cerrando la puerta.


—Yoga, ¿por qué?


—Hueles increíble cuando estás toda ejercitada —dijo, meneando las cejas hacia mí como el demonio.


—En serio, ¿atraes mujeres con líneas como esa? —Me giré lejos de él para quitarme la chaqueta y apretar mis muslos como loca.


—No es una línea. Hueles increíble. —Lo escuché decir, y cerré mis ojos para bloquear el Vudú Pedro que actualmente estaba haciendo a la Baja Paula enroscarse sobre sí misma.


Olaf vino saltando fuera de la habitación cuando escuchó mi voz y se detuvo abruptamente cuando vio a Pedro. Desafortunadamente, tenía poca tracción en el suelo de madera y se deslizó con poca gracia bajo la mesa de comer. Intentando ganar su dignidad de vuelta, ejecutó un difícil salto de cuatro pies desde una posición de pie hasta el librero y me saludó con su pata. Quería que yo fuera a él —típico macho.


Dejé caer mi bolso de gimnasio y me acerqué. —Hola, dulce niño.¿Cómo estuvo tu día? ¿Hmm? ¿Jugaste? ¿Dormiste una buena siesta?¿Hmm? —Rasqué detrás de su oreja, y él ronroneó muy alto. Me dio sus ojos soñadores de gato y luego cambió su mirada hacia Pedro.


Juro que le hizo una gatuna sonrisa de suficiencia.


—Pan de calabacín, ¿huh? Quieres un poco, ¿no? —pregunté, lanzando mi chaqueta en el respaldo de una silla.


—Sé que tienes más. Pedro dice dámelo —dijo con humor socarrón, apuntando su dedo como una pistola.


—Estás curiosamente obsesionado con tus dioses de la cocina, ¿no? ¿Hay grupo de apoyo para eso? —pregunté, entrando a la cocina para encontrar la última hogaza. Puedo haberla estado guardando para él.


—Sí, estoy en CA. Cocineros anónimos. Nos encontramos en la pastelería en Pine —replicó, sentándose en uno de los banquitos en el mostrador de la cocina.


—¿Buen grupo?


—Bastante bueno. Hay uno mejor en Market, pero ya no puedo ir a ese —dijo con tristeza, sacudiendo su cabeza.


—¿Te echaron? —pregunté, inclinándome en el mostrador en frente de él.


—Lo hicieron, de hecho —dijo, luego curvó su dedo para que me incline más cerca—. Me metí en problemas por toquetear bollos — susurró.


Reí y le di a su mejilla un ligero apretón. —Toquetear bollos —bufé mientras él alejaba mi mano.


—Sólo suelta el pan, ves, y nadie sale herido —advirtió.


Levanté mis manos en rendición y tomé una copa de vino del armario sobre su cabeza. Le levanté la ceja, y él asintió.


Le pasé una botella de Merlot y el abridor, luego tomé un montón de uvas del colador en el refrigerador. Él sirvió, brindamos, y sin otra palabra, comencé a hacernos la cena.


El resto de la tarde pasó naturalmente, sin que siquiera me de cuenta. Un minuto estábamos comentando las nuevas copas de vino que había comprado de Williams Sonoma, y treinta minutos después estamos sentados en la mesa de comedor con pasta en frente de nosotros. Todavía estaba usando mis ropas de ejercicio, y Pedro estaba en sus jeans y una camiseta y sus pies con calcetines. Se había quitado la sudadera de Stanford antes de colar la pasta, algo que ni siquiera le pedí que hiciera. Él simplemente caminó dentro de la cocina detrás de mí, y la tenía colada y de vuelta en la olla justo mientras terminaba la salsa.


Habíamos hablamos sobre la ciudad, su trabajo, mi trabajo, y el próximo viaje a Tahoe, y ahora nos dirigíamos al sofá con café.


Me incliné atrás contra las almohadas con mis piernas dobladas debajo de mí. Pedro me estaba contando sobre un viaje que había hecho a Vietnam hace unos años.


—Es como nada que hayas visto—las villas de montañas, las hermosas playas, ¡la comida! Oh, Paula, la comida. —Suspiró, estirando su brazo a lo largo de la parte trasera del sofá. Sonreí e intenté no notar las mariposas cuando dijo mi nombre de esa manera: con la palabra Oh en frente de este… Oh mi, oh mi.


—Suena hermoso, pero odio la comida vietnamita. No puedo
soportarla. ¿Puedo traer mantequilla de maní?


—Conozco a este tipo—hace los mejores fideos, justo en un cobertizo de lanchas en el medio de Ha Long Bay. Un sorbo y vas a lanzar tu mantequilla de maní a un lado.


—Dios, desearía poder viajar como tú lo haces. ¿Alguna vez te aburres? —pregunté.


—Hmmm, sí y no. Siempre es genial venir a casa. Amo San
Francisco. Pero si estoy en casa demasiado tiempo me urge volver al camino. Y sin comentarios sobre la urgencia—estoy comenzando a conocer tu mente allí, Chica Camisón. —Tocó mi brazo con cariño.


Intenté hacerme la ofendida, pero la verdad era que había estado a punto de hacer un chiste. Noté que todavía tenía su mano en mi brazo, ausentemente dibujando pequeños círculos con sus dedos.


¿Realmente había sido hace tanto desde que dejé que un hombre me tocara que los círculos con los dedos me llevan a una agitación mental? ¿O era porque este hombre lo estaba haciendo? Oh, Dios, los dedos. De cualquier manera, me estaba haciendo cosas. Si cerraba mis ojos, podía casi imaginar a O saludándome—todavía lejos, pero
no tan lejos como lo había estado antes.


Miré a Pedro y vi que estaba observando su mano, como curioso acerca de sus dedos en mi piel. Atrapé mi aliento rápidamente, y mi respiración atrajo sus ojos a los míos. Nos miramos el uno al otro. La Paula Baja estaba, obviamente, respondiendo, pero ahora Corazón comenzó a latir un poco más fuerte también.


Entonces Olaf saltó detrás del sofá, puso su trasero justo en el rostro de Pedro, y mató eso realmente rápido. Ambos reímos, y Pedro se movió lejos de mí mientras le explicaba a Olaf que no era cortés hacerle eso a la compañía. Olaf parecía extrañamente complacido con él mismo, sin embargo, así que supe que estaba planeando algo.


—¡Wow, son casi las diez! Me he apoderado de toda tu tarde. Espero que no tuvieras planes —dijo Pedro, parándose y estirándose.


Mientras se estiraba, su camiseta se levantó, y mordí mi lengua para detenerme de lamer el pedazo de piel que se mostraba sobre sus jeans.


—Bueno, tenía una noche algo excitante de observar Food Network planeada, así que ¡maldito seas, Pedro! —Sacudí mi puño en su rostro mientras me paraba a su lado.


—Y hasta me hiciste cena, lo que fue genial, por cierto —dijo, buscando su sudadera.


—No hay problema. Fue agradable cocinar para alguien más que para mí. Es lo que hago por cualquier tipo que aparece demandando pan.—Finalmente le pasé la hogaza que dejé para él.


Él sonrió mientras tomaba su sudadera del suelo junto al sillón. — Bueno, la próxima vez, déjame cocinar para ti. Hago un fantástico… huh, eso es extraño —se interrumpió, haciendo una mueca.


—¿Qué es extraño? —pregunté, mirando como desdoblaba su sudadera.


—Esto se siente húmedo. De hecho, está más que húmedo, está… ¿mojado? —preguntó, mirándome, confundido. Miré de la sudadera a Olaf, quien se sentaba inocentemente en la parte trasera del sofá.


—Oh no —susurré, la sangre drenándose de mi rostro—. ¡Olaf, tú pequeña mierda! —Lo fulminé con la mirada.


Él saltó del sofá y corrió rápidamente entre mis piernas, yendo a la habitación. Había aprendido que no podía alcanzarlo detrás del vestidor, y allí es donde se escondía cuando había hecho algo muy malo. No había hecho esto en un largo tiempo.


Pedro, puedes querer dejar eso aquí. Lo limpiaré. Lo lavaré, lo que sea. Lo siento tanto. —Me disculpé, terriblemente avergonzada.


—Oh, ¿lo hizo? Oh hombre, lo hizo, ¿no? —Su rostro se arrugó mientras tomaba la sudadera.


—Sí, sí, lo hizo. Lo siento tanto, Pedro. Tiene esta cosa sobre marcar su territorio. Cuando cualquier tipo deja ropas en el suelo, oh, Dios, eventualmente las orina. Lo siento tanto. Lo siento mucho. Lo sien…


—Paula, está bien. Quiero decir, es asqueroso, pero está bien. Me han pasado peores cosas. Está todo bien, lo prometo. —Comenzó a poner su mano en mi hombro, pero pareció pensarlo mejor, probablemente cuando se acordó de la última cosa que había tocado.


—Lo siento tanto, lo sien… —Comencé de nuevo mientras partía hacia la puerta.


—Basta. Si dices lo siento una vez más voy a ir a buscar algo tuyo y lo orinaré, lo juro.


—Bien, eso es asqueroso. —Finalmente reí—. Pero tuvimos una noche tan agradable, ¡y terminó con orina! —gemí, abriéndole la puerta.


—Fue una noche agradable, aún con la orina. Habrá otras. No te preocupes Chica Camisón. —Me guiñó y cruzó el pasillo.


—Ponme algo bueno esta noche, ¿huh? —pedí, viéndolo ir.


—Entendido. Duerme bien —dijo, y cerramos las puertas al mismo tiempo.


Me recosté contra la puerta, abrazando la sudadera en mis brazos.


Estoy segura que tenía la sonrisa más tonta en mi rostro, mientras recordaba el sentimiento de sus dedos. Y entonces recordé que estaba abrazando una sudadera orinada.


—¡Olaf, imbécil! —grité y corrí a mi dormitorio.


Dedos, manos, cálida piel presionada contra la mía en un esfuerzo de acercarse más. Sentí su cálido aliento, su voz como húmedo sexo en mi oído. —Mmm, Paula, ¿cómo puedes sentirte tan bien?


Gemí y rodé, enredando piernas con piernas y brazos con brazos, empujando mi lengua dentro de su anhelante boca. 


Succioné su labio inferior, probando la menta y calor y la promesa de lo que iba a venir cuando empujara dentro de mi cuerpo por primera vez. Gemí y él gruñó, y en un segundo estuve debajo de él.


Labios se movieron de mi boca a mi cuello, lamiendo y succionando y encontrando el punto—ese punto debajo de mi mandíbula que hacía mi interior explotar y mis ojos cruzarse. Una oscura risa contra mi clavícula, y supe que estaba lista.


Rodé encima de él, sintiendo la pérdida de su peso pero la ganancia de mis piernas a cada lado de él, sentirlo moverse y latir exactamente donde lo necesitaba. Él empujó mi cabello fuera de mi rostro, mirándome con esos ojos—los ojos que podían hacerme olvidar sobre mi nombre pero gritar el suyo.


—¡Pedro! —grité, sintiendo sus manos tomar mis caderas y
empujarme en contra de él.


Me senté derecha en la cama, mi corazón martillando mientras las últimas imágenes soñadoras dejaban mi cerebro. Creí escuchar una baja risa desde el otro lado de la pared, por donde los acordes de Miles Davis llegaban.


Me recosté, la piel cosquilleando mientras intentaba encontrar un punto frío en mi almohada, pensé acerca de lo que estaba al otro lado de la pared, a centímetros de mí. Estaba en problemas.



Más tarde esa mañana me senté en mi escritorio lista para conocer a un nuevo cliente—uno que específicamente había pedido trabajar conmigo. Todavía una diseñadora nueva, la gran parte de mi trabajo venía de derivaciones, y a quien fuera que me hubiera derivado a este tipo le debía mucho. 


Todos los interiores nuevos para un elegante departamento—era prácticamente una remodelación de interior, un proyecto soñado. Cuando fuera que me preparaba para
un nuevo cliente sacaba fotos de otros proyectos que había diseñado y tenía cuadernos de bocetos listos, pero hoy lo hice con particular intensidad. Dejé que mi mente vagara por un segundo, Cerebro inmediatamente regresó al sueño que había tenido la noche anterior. Me sonrojaba cada vez que pensaba en lo que dejaba que Sueño Pedro me hiciera, y lo que Sueño Paula le había hecho a él también…


Sueño Paula y Sueño Pedro eran chicos traviesos.


—Ahem —Escuché desde atrás de mí. Me giré para encontrar a Romina en la entrada—. Caroline, el Señor Brown está aquí.


—Excelente estaré afuera enseguida —Asentí, parándome y alisando mi falta. Mis manos presionaron mis mejillas, esperando que no estuvieran demasiado rojas.


—¡Y él es lindo, lindo, lindo! —Reí, rodeando la esquina para saludarlo.


Él ciertamente era lindo, y yo lo sabría. Era mi exnovio.

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