—¿DE QUIÉN ES ESE PIE?
—Es mío, Nicolas. Deja de frotarlo.
—¡Tío! ¡Deja de intentar juguetear conmigo, German!
—¡Tú eres el que sigue sosteniendo mi pie!
German y Nicolas trataban de parecer indiferentes mientras se desacoplaban de la sesión de jugueteo de pies bajo el agua burbujeante. Me reí mientras captaba la atención de Pedro al otro lado de la bañera caliente, y él me devolvió la sonrisa.
—¿Quieres otra? —musitó, asintiendo a mi vaso vacío.
—He tenido suficiente por esta noche, ¿no crees? —murmuré de vuelta, mientras nuestros amigos se reían a nuestro alrededor.
—Pensé que eras una chica que siempre quería más —musitó. La característica sonrisa regresó.
Le miré; la imagen de Pedro en la bañera de hidromasaje que había estado rondando por mi cabeza durante el último par de semanas en realidad palideciendo en comparación con la real. Brazos fuertes extendiéndose sobre el borde de la bañera, pelo mojado y peinado hacia atrás artísticamente.
Si pensaba que verle húmedo y medio desnudo en el suelo de mi cocina era tentador, no era nada como tenerle iluminado por antorchas tiki y visto a través de un fuerte
murmullo.
Ahora, particularmente era el hombre más increíble que había visto nunca, y si no estaba equivocada, trataba de emborracharme. Mi cerebro se estaba volviendo un poco borroso. Mi corazón comenzaba a cantar canciones de Etta James.
—¿Intentas emborracharme? —pregunté, riéndome mientras empujaba el vaso vacío lejos, asegurándome a mí misma no más alcohol.
—Nop. Una descuidada Chica Camisón Rosa no me lleva a ninguna parte.
Sonrió mientras le salpicaba agua a su lado. Nuestros amigos se habían calmado y estaban observándonos con interés no disimulado.
Después de que Pedro y yo llegáramos, obtuvimos nuestras bebidas, y luego le mostré el resto de la casa. Dejé mis maletas en la puerta, sin saber cómo se habían hecho los arreglos para dormir.
Regresamos al patio para encontrar que Sofia y Nicolas se habían unido a German y a una Borracha Moni en el jacuzzi.
Un rápido viaje a la caseta de la piscina me dejó en nada más que un bikini de un oscuro verde y una sonrisa mientras me acercaba a los demás. Pedro ya había saltado dentro, y le miré observarme. Mientras me deslizaba bajo la cálida agua, tomé un sorbo de mi cocktail y bebí bajo la mirada de mi vecino, mojado y en bañador corto, delante de mí. De hecho, Sofia tuvo que empujarme para detener la mirada.
Ahora estábamos justo en el medio de una sopa sexual, burbujeando con dos parejas de amantes desiguales y más feromonas de las que podíamos manejar.
¿Así que quería otro cocktail? No importaba. No me lo podía permitir.
Tuve que sacudir un poco la cabeza para despejarme mientras miraba alrededor al resto del grupo. Moni tenía demasiado calor y estaba encaramada en el borde, pateando a Nicolas mientras balanceaba sus pies. El la consintió de la misma manera en la que un hermano complace a su hermana pequeña. Sofia y German estaban abrazados en el otro lado, Sofia acariciando la espalda de German mientras ella y Nicolas discutían sobre los cuarenta y nueve jugadores en el partido o la línea defensiva o alguna cosa de fútbol, francamente, aburrida.
—Entonces, ¿qué hacéis este finde? —pregunté, enfocando mi atención en el grupo en general y no en los azules ojos mirándome.
¡Maldita sean esos ojos! Serían mi muerte.
—Pensábamos ir de excursión mañana. ¿Quién se apunta? —preguntó German.
Sofia sacudió la cabeza. —No cuenten conmigo. De ninguna manera voy de excursión.
—¿Por qué no? —preguntó Nicolas.
Pedro y yo intercambiamos una rápida mirada por su repentino interés.
—No puedo. La última vez que me fui de excursión tomé un atajo y me torcí la muñeca. No puedo correr el resigo durante la temporada—dijo, agitando y recordándonos que se ganaba la vida con sus manos. Como una violonchelista, podía exagerarlo todo un poquito.
Una vez esquivó un trabajo de manos durante todo el invierno. El banquero de inversión, Bob, no era un campista feliz.
—¿Y tú que, Tiny? —Nicolas levantó a Moni.
—Um, no, Moni no va de excursión —respondió, ajustándose su escaso bikini negro. Su actual ligoteo no se dio cuenta, pero vi los ojos de German crecer hasta el tamaño de tartas a través del jacuzzi cuando sus pechos casi se revelaron.
—¿Tampoco irás? —Pedro me señaló.
—Diablos, no. ¡Estoy yendo de excursión con los chicos mañana! — Me reí cuando Sofia y Moni rodaron los ojos.
Nunca entendieron por qué amaba las “actividades de montaña para hombres”, como las llamaban.
—Genial —ronroneó Pedro, y por un segundo calculé la distancia entre mi boca y la suya. Luego nos quedamos en silencio, los seis perdidos en nuestros pensamientos.
Recordé el plan para esos cuatro, y me lancé directamente a él.
—Así que,German, ¿sabías que Moni, dona cada año a tu organización benéfica? —pregunté, sorprendiéndolos a ambos.
—¿En serio?
—Síp, cada año —dijo—. He visto lo que el tener acceso a los ordenadores puede hacer, especialmente a niños que de otra manera no tendrían la oportunidad. —Le miró tímidamente, y comenzaron una conversación sobre el proceso que usaba para determinar qué escuelas recibirían las becas cada año.
Pedro y yo nos sonreímos el uno al otro. Mirando de reojo a Sofia, Pedro puso en marcha la segunda fase del ataque. —Oye, Nicolas, ¿cuántos asientos conseguiste para la sinfonía de este año? — preguntó.
Nicolas se sonrojó.
—¿Compraste entradas? —preguntó Sofia.
—Entradas de temporada —añadió Pedro, mientras Nicolas asentía.
Entonces Sofia y Nicolas se lanzaron en una discusión sobre dónde estaban los asientos, y Pedro levantó el pie por encima de la superficie del agua.
—Vamos, no me dejes colgado.
—¿Qué?
—Choca un pequeño los cinco. No llego a tu mano —insistió, moviendo su pie. Me reí y me deslicé más abajo en mi asiento, estirando el pie y chocando el suyo ligeramente.
—Ugh, debilucha. —Se río.
—Te daré yo debilucha —advertí, sumergiendo el pie y salpicándole brevemente.
***
—No podría estar más cómoda. En serio, literalmente no podría sentirme más a gusto ahora mismo si de hecho estuviéramos dentro de un malvavisco —murmuré a través de una gruesa lengua recubierta de Bailey’s y café. Me había acurrucado sobre unas cincuenta almohadas cerca de la chimenea —una chimenea con un corazón de casi diez metros de ancho y una columna de casi tres pisos de altura. Hecha de piedra de una cantera cercana, era enorme.
Era el punto central de toda la casa, con habitaciones radiando desde el centro. Y proporcionaba un calor masivo.
Pedro. Un par de tragos de Baily’s en las tazas de café, y estábamos todos relajados junto al fuego como un anuncio de Currier and Ives.
Pedro se había reclinado majestuosamente junto a la chimenea y palmeado la pila de almohadas a su lado. Me sumergí en ella y un par de perdidas plumas se arremolinaron en torno a nuestras cabezas.
Descubrimos que cada chico tenía un método diferente para encender el fuego —con leña, periódicos, leña y periódicos— cuando finalmente Sofia asomó la cabeza dentro y declaró que la chimenea estaba todavía cerrada.
Levantando algunas clavijas, los chicos en ese punto
defirieron en German, por la simple razón de que era el único que sostenía los listones. Pero en cuestión de minutos, tenían un fuego ardiendo, y ahora estábamos todos sentados alrededor de la chimenea, con sueño y contentos.
Respiré profundamente. No había nada como el olor de un fuego real —no una chimenea de gas, no un montón de velas, sino un honesto y como Dios manda fuego con crujidos y divertidos chisporroteos pequeños que zumbaban cuando el vapor encontraba una grieta en la madera.
—Entonces, Paula, ¿ya le has pedido a Pedro que te enseñe a hacer windsurf? —preguntó Moni de repente desde su posición en el brazo del sofá. Llevábamos un rato en silencio, adormilados y casi soñando, y me asusté un poco cuando habló.
—¿Qué? Quiero decir, ¿qué? —pregunté, regresando a mis almohadas y de vuelta al presente.
—Bueno, todos estos chicos hacen windsurf. Querías aprenderlo, y apuesto a que Pedro aquí te enseñaría, ¿no, Pedro? —Se echó a reír, puliendo lo último de su café y deslizándose del brazo del sillón en el regazo del convenientemente situado German. Se sonrieron el uno al otro por un momento antes de darse cuenta de lo que estaban haciendo y German, bromeando, la lanzara en el regazo de Nicolas. Este no parecía muy despierto con la pregunta anterior, pero ahora sí con la intrigante Moni sobre su regazo.
—¿Quieres aprender a hacer windsurf? —preguntó Pedro,
volviéndose hacia mi pila de almohadas.
—De hecho, sí. Siempre quise probarlo.
—Es duro, no voy a mentirte. Pero merece totalmente la pena. —Sonrió, y German asintió desde el otro lado de la habitación.
—Seguro, Pedro te enseñará. Le encantaría —intervino German, ganándose un guiño de Moni y unos ojos en blanco de mi parte.
—Podemos planear algo para cuando volvamos a la ciudad —sugerí.
—No más charla esta noche. Esta chica ha tenido suficiente —dijo Sofia—. Estoy hecha caca. ¿Dónde dormimos? —Apoyó la cabeza sobre el respaldo del sillón en donde había estado acurrada.
—Bueno, ¿de cuántas habitaciones estamos hablando? —preguntó Pedro mientras me sentaba y bostezaba.
—Hay cuatro habitaciones, así que escoge —respondió Sofia, luego sabiamente drenó una botella de agua entera.
—¿Estamos haciendo la cosa de chico-chica, chico-chica? —pregunté, riéndome cuando vi la sorprendida cara de Pedro.
—Podemos, claro —respondió Moni, mirando un poco nerviosamente a Nicolas.
Contuve una risita cuando vi a Sofia y a German negociar con un similar aspecto asustado. Pedro también lo captó.
—¡Sí, seguro! ¡No dejéis que Paula y yo nos interpongamos en el camino de los tortolitos! Moni, tú y Nicolas escoged una habitación, Sofia y German otra, y Paula y yo tomaremos las habitaciones restantes. Perfecto. ¿No, Paula?
—Suena perfecto para mí. Iré a fregar estas tazas. Ahora, a la cama todos vosotros. ¡Fuera! ¡Fuera! —grité. Pedro y yo nos apresuramos a limpiarlas mientras echábamos furtivas miradas sobre el hombro a los cuatro. Lucían como si hubieran empezado una marcha fúnebre.
—Oh, hombre, espero que esto funcione… por mi bien. —Me detuve detrás de Pedro mientras los observábamos convertirse en parejas de dos cuando se separaban en las puertas de sus dormitorios.
—¿Por qué por tu bien? —susurró, girando la cara sólo un poco para estar a centímetros de la mía.
—Porque ahora mismo, ¿detrás de esas puertas?, Sofia y Moni intentan averiguar la mejor manera de hacerme daño. De herirme físicamente —suspiré, regresando a enjuagar la última taza de café y colocándola en el lavavajillas.
Pedro añadió el jabón y lo encendió. Mientras caminábamos
alrededor, apagando las luces para la noche, hablamos sobre la caminata que haríamos mañana.
—No me retrasarás, ¿verdad? —bromeó.
Lo empujé contra la pared. —Por favor, estarás comiéndote el polvo de mi rastro mañana, imbécil —advertí, agarrando mi bolsa y dirigiéndome a los dormitorios.
—Ya lo veremos, Babydoll. Hablando de eso, ¿tienes alguno ahí para mí? —Metió la mano en mi bolsa mientras me seguía por el pasillo.
—Aléjate de ahí. No hay nada aquí dentro para ti, o en cualquier lugar para el caso. —Me detuve en la habitación que estaba tomando.
Pasó por mi lado hacia la siguiente habitación. —Mira eso,
compartiendo la pared del dormitorio de nuevo. —Sonrió.
—Bueno, sé que estás solo, así que será mejor que no escuche ningún golpe —le advertí, apoyándome en la puerta.
—No, sin golpes. Buenas noches, Paula —dijo en voz baja,
inclinándose en su puerta.
—Buenas noches, Pedro —respondí, dándole un pequeño meneo con los dedos mientras cerraba la puerta. Coloqué la mochila en mi cama
y sonreí..
***
—Vamos, chicos, no está mucho más lejos —grité hacia atrás mientras aumentaba el ritmo en el tramo final del recorrido.
Habíamos estado caminando durante aproximadamente dos horas ahora, y aunque todos permanecimos juntos durante un tiempo, en los últimos treinta minutos o así, German había reducido la marcha considerablemente, y Nicolas se había quedado con él. Pedro y yo seguíamos el ritmo juntos, y estábamos a punto de llegar a la cima del camino.
Me las arreglé para evitar estar a solas con Sofia o Moni, aunque los ojos hinchados y los rostros cansados de los cuatro probaban que nadie había dormido bien —excepto Pedro y yo.
Después del desayuno, esquivé un pelotón de fusilamiento
cambiándome rápidamente y esperando a los chicos afuera antes de la caminata. Sabía que cuando regresara a la casa no me libraría de ello, aunque reconocía que tenía curiosidad por ver cómo habían planeado enojarse sin llegar a admitir que dormir con los chicos que llevaban viendo desde hace semanas no era, de hecho, lo que querían hacer.
Pero como Pedro había dicho, “No puedes huir de las cosas”. Esta noche sería interesante.
Me presioné en el último y pequeño tramo y llegué a la cima. Pedro estaba a sólo un par de metros detrás de mí, y podía escucharle caminando. Respiré profundamente, el limpio aire hormigueando en mis pulmones. Hacía frío, pero tenía calor por el esfuerzo. Había pasado mucho tiempo desde que había salido de la ciudad, y mi cuerpo extrañaba las caminatas como esta. Mis piernas ardían, mi nariz funcionaba rápidamente, sudaba como un cerdo, y no podía recordar cuándo me había sentido mejor. Me reí en voz alta mientras miraba hacia el lago de abajo, observando a algunos halcones deslizarse en una corriente descendiente.
El acerado azul del lago, el profundo verde del bosque, la pureza y cremosa superficie de las rocas: era hermoso.
Y luego ahí estaba mi nuevo azul favorito. Pedro apareció a mi lado,respirando tan fuertemente como yo. Estiró los brazos y echó un vistazo al valle de abajo. Se había ido desprendiendo de capas mientras subíamos y ahora llevaba una camiseta blanca con una franela anudada a la cintura. Pantalones khakis, botas de montaña, y una amplia sonrisa completaban el sueño húmedo al que estaba mirando, en vez de a las maravillas naturales a nuestro alrededor. Y esos ojos azules —podía verlos encuadrándolo todo mientras contemplaba el paisaje.
—Hermoso —suspiré, y se volvió hacia a mí. Me pilló mirándole—. Quiero decir, ¿no es hermoso? —tartamudeé, gesticulando ampliamente con mi brazo.
Él parecía saber exactamente qué había hecho, y sentí el rubor subir hasta mis mejillas. Afortunadamente, aún seguía un poco sin aliento por la caminata, y esperaba que estuviera lo suficientemente roja.
—Sí, es hermoso de hecho. Muy hermoso. —Sonrió, y nos miramos el uno al otro. Se acercó unos pasos, y sentí el aire tensarse y cambiarse. Me mordí el labio. Se pasó una mano por el pelo.
Sonreímos. No había palabras, pero incluso los animales del bosque podrían decir que algo estaba a punto de suceder y sabiamente permanecieron escondidos en sus agujeros.
—Hola —dijo suavemente.
—Hola —contesté.
—Hola —dijo de nuevo, dando un último paso hacia a mí y
adentrándose en mi pequeño círculo. Un paso más y estaría
prácticamente sobre mí. Y cómo.
—Hola —dije una vez más, inclinando mi cabeza hacia un lado y haciéndole saber que podía dar ese último paso.
Pedro se inclinó, a duras penas, pero casi como si fuera a…
—¡Alfonso! —Tronó desde abajo, y ambos regresamos de vuelta—. ¡Alfonso! —Vino de nuevo, y reconocí la voz de German sin aliento bajo el grito del hombre de la jungla.
—German —dijimos ambos y sonreímos.
Ahora que la magia no estaba tan concentrada, pude ver las cosas con claridad de nuevo, y me repetí la palabra harén una y otra vez en mi cabeza.
—¡Aquí arriba! —gritó Pedro, y German apareció por un recodo.
—¡Hola! Nicolas está acabado, kaput, ha tirado la toalla, por así decirlo.
¿Estáis listos para regresar a abajo, chicos? —gritó, saltando de una roca al suelo y de nuevo a la roca con la facilidad de una cabra montés. Ni siquiera parecía jadear. Hmmmm…
—Síp, estábamos a punto de ir a buscaros —dije, pateando mi pierna por detrás de mí para un rápido estiramiento.
—¿De verdad está rindiéndose tan cerca de la cima? —preguntó Pedro, de regreso en el sendero.
—Está tumbado en medio del camino como si fuera el dueño del lugar, rehusándose a ir más arriba. —Rió German, adelantándose y llamando a Nicolas para hacerle saber que íbamos en camino.
—¿Estás segura de que no quieres quedarte un rato más? Digo, hemos trabajado tan duro para llegar hasta a aquí —preguntó Pedro, extendiendo la mano para detenerme de correr montaña abajo detrás de German.
Sentí la calidez de su mano en mi hombro y quise que mis hormonas huyeran al otro lado de mi cuerpo. —Estoy segura. Deberíamos volver. Parece que una tormenta se acerca. —Asentí hacia el horizonte, donde un grupo de oscuras nubes había empezado a construirse. Sus ojos siguieron los míos, y frunció el ceño.
—Probablemente tengas razón. No queremos quedarnos atrapados aquí solos —murmuró.
—Además, si no nos damos prisa, no podremos tomarle el pelo a Nicolas sobre una chica dándole una paliza en la montaña. —Sonreí, y se echó a reír en voz alta.
—Diablos, no queremos perdernos eso. Vamos.
Y hacia abajo que fuimos.
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