El tiempo entre Acción de Gracias y mudarnos a Filadelfia pasó volando.
Siempre estaba en el trabajo antes que cualquier otro, y casi sin falta cerré la oficina todos los días. Apagué incendios, entrené a Marisa, incluso hice la nómina de pago un par de veces más. Era una locura, frenético, increíblemente agitado. Había días en que apenas veía la luz del día, comíamos cada comida directamente desde el horno microondas, y la única vez que me senté fue a hacer pis. E incluso entonces, leía los correos electrónicos. Por favor, ¿como si todo el mundo no llevara su teléfono al baño para leer?
Y a través de la locura, lo frenético, la vida increíblemente agitada que lideraba, conseguía hacer mi mierda. No sólo estaba manejándolo, ahora realmente me encontraba delante de la curva. Me había convertido en una especie de acaparadora de la gestión del tiempo, reteniendo el mío propio.
Caminaba no con un arrastre, sino con un rebote; corría de reunión en reunión y de un sitio de trabajo a otro con un renovado sentido de propósito. Me hallaba cansada, pero a la vez feliz de una forma extraña. Cogiendo el ritmo de las
cosas. Aún me sentía estresada, pero era un estrés bueno.
Estaba antes de lo previsto en el proyecto del hotel, y ni siquiera era capaz de empezar a trabajar en un par de proyectos de Navidad. Si eras muy rico, no hacías tu propia decoración de Navidad ¡cielos, no! Contratabas a alguien.
Al principio pensé que con Josefina desaparecida, necesitaría contactar con algunas de las demás empresas de diseño con las que nos llevábamos bien y cultivar algo de ellas, y sin embargo no podía hacerlo. Necesitaba asegurarme de que todo en Josefina Designs funcionaba de la misma manera que cuando estaba Josefina realmente en la residencia. Por lo que dormía menos. Y me puse a
trabajar en las cubiertas de los pasillos con ramas de Red Bull.
Pedro se hallaba en casa. Su viaje a Plymouth debería haberlo mantenido ocupado hasta justo antes de la reunión, pero ahora tenía algo de tiempo libre.
Algo que generalmente no poseía mucho. Pero en este momento sí. Después de llegar a casa una noche para encontrar un regalo de Olaf en su propio zapato, acordó que, en vez de pasar un par de noches a la semana en Sausalito,resultaría más fácil simplemente salir de allí y traer el pequeño cagador de zapatos. Así Olaf era ahora un gato viajero. Y tenía un padre ama-de-casa.
Ambos tenían una pelota, explorando la nueva casa y pasando horas mirando por la ventana de la pared. Olaf nunca tuvo tanto espacio, y disfrutaba de todos los armarios y camas en donde pudiera esconderse arriba y abajo. Pedro se hizo cargo del juego nocturno de Ocultar Premios, algo para lo que, desafortunadamente, yo ya no tenía tiempo.
Una fría noche llegué tarde a casa y hallé a Pedro sosteniendo a Olaf en la ventana, haciendo huellas impresas donde estaba empañado y hablando de lo lejos que estaba la ciudad de San Francisco.
Sonrió al verme, pero no dejó de hablar de lo fría que era el agua y cómo Olaf no debería intentar nadar de regreso a la ciudad. Olaf asintió sabiamente y presionó otra huella en la ventana.
Ahora que Pedro tenía mucho tiempo libre, practicaba ciclismo la mayoría de los días, enviándome textos e imágenes de todo el condado de Marin. Tenía un restaurante favorito, un lugar favorito para tomar café en la
mañana, un deli favorito; tenía un nuevo favorito para todo.
Para tu información, su posición favorita continuaba siendo en la que sea que estuviera yo dentro y el dentro de mí. Y aunque me sentía agotada casi todas las noches, me las arreglaba para tener un tiempo desnuda con mi Wallbanger.
Que dificultades.
Y con todo ese tiempo libre llegaron visitas inesperadas. Más visitas entrometidas. Varias llamadas telefónicas al día. Tenía todo el tiempo, y no parecía entender por qué yo no estaba todo el tiempo. Lógicamente entendía que trabajaba más que nunca, y que era feliz. No le impedía tratar de tirarme nuevamente en la cama cada mañana.
Y mierda, eso era difícil. Porque es muy difícil salir de la cama cada mañana cuando tienes a un despeinado Wallbanger aferrándose a tu pijama.
Porque, y digo esto con orgullo, su posición favorita continuaba siendo en la que sea que estuviera yo dentro y el dentro de mí.
En serio, estaba allí todo el tiempo. También me había recordado varias veces que yo no estaba. Mmm.
Josefina y Benjamin dejaron Italia y se dirigieron a Praga, pensando en pasar unos días en la ciudad y luego explorar la campiña Checa. Me maravillé por las fotos que me envió por correo electrónico, dejándole decirme todo sobre el maravilloso momento que pasaba con su marido. Se relajó en una forma que no la había visto en años, y me sentía segura de que me diría lo mucho que apreciaba que su “dínamo oficina” manejara todo para poder tener este
momento con su nuevo esposo. Era raro escucharla referirse a Benjamin como su esposo; estuvieron comprometidos durante tanto tiempo que había sido su novio todo el tiempo que la conocía.
Le pregunté una vez qué los hizo decidir avanzar finalmente y elegir una fecha. Habíamos estado sentadas en la sala de conferencias, con la muestra de pasteles que el panadero trajo por una mañana, tratando de decidir cuál sería el pastel de bodas. La atrapé mirando su anillo, teniendo una sonrisa secreta, y le pregunté.
- No lo sé. Un día, sólo lo miré y supe que me encontraba lista para ser su esposa. Había construido mi negocio, logré todas las metas que me propuse en mis veinte años y un montón que había puse en mis treinta años, y se sentía
como el momento adecuado.- Sonrió, colocando a un lado la crema de chocolate con relleno de frambuesa para tomar otro sabor. Tuve la sensación de que aquel sería el ganador. Lo fue .- Además, ¿has visto su trasero? Oh, mira lo
que le estoy preguntando a la presidente del Club de Fans de Benjamin -bromeó.
- Tendrás que saber que gané esa elección limpiamente. No es mi culpa que Moni y Sofia no supieran que votábamos ese día. Sin trucos ni nada -expliqué.
Hablando de mis amigos, todo estaba tranquilo respecto a Sofia y Nicolas.
No los había visto desde la noche de juegos, y Moni planeaba volver a intentarlo antes de Navidad algo para lo que trataba de convencerla de que no lo hiciera. Pero cuando nos invitó a su fiesta de Navidad, ninguno trató de
salir de ella. De hecho, los dos parecían estar deseando que llegara. ¿Quién sabía que me darían esta vez? Ambos continuaron saliendo, y mucho, pero rara vez fueron más allá de una segunda cita.
Imagínate mi sorpresa.
Con el fin de salir de viaje a Filadelfia para un fin de semana en el centro de una de mis temporadas más concurridas, trabajé prácticamente todo el día,noches, y los sábados para despejar mi agenda lo suficiente para conseguir dejar
todo atrás y simplemente estar con Pedro. Nunca fue una cuestión de no ir; no existía forma en la tierra en que le permitiría hacer esto solo.
Se encontraba tan nervioso.
La noche antes de irnos tuvo una pesadilla, y hoy en el avión apenas hablaba. Cuando lo hacía, era cortante y rápido. En lo que el avión aterrizó, se volvió hacia mí y dijo :
-Voy a pedir disculpas ahora por ser un idiota este fin de semana, en caso de serlo. No estoy planeándolo, pero si sucede, lo siento.
-Voy a pedir disculpas ahora por ser un idiota este fin de semana, en caso de serlo. No estoy planeándolo, pero si sucede, lo siento.
Le acaricié la mano y le besé en la nariz. - Disculpa pre-aceptada. Ahora muéstrame tu ciudad natal.no puedo esperar para ver tu Campana de la Libertad.
Medio sonrió y me cogió la mano mientras salíamos del avión.
***
Filadelfia era una ciudad en la que nunca había estado, y me hubiera gustado tener más tiempo para explorar. Pero este fin de semana no se trataba de complacer mi recreación de Rocky Run hasta la escalinata del museo de arte,sino más bien de ser cualquier cosa y lo que sea que Pedro necesitara. Además, aparentemente trasladaron la estatua de Rocky desde lo alto de las escaleras a
uno de sus costados, de todos modos. Pffft.
Recogimos el coche de alquiler, tiramos nuestras maletas en la parte de atrás, y nos dirigimos al hotel. Con el viaje a través del campo, ya era de noche cuando llegamos a la parte de la ciudad donde Pedro creció, pero se iluminó
mientras comenzó a nombrar los lugares que reconocía. Y lugares que no.
- ¿En qué momento cerró la tienda de bicicletas? Oh, hombre, aquel era el lugar donde conseguí mi primera bicicleta sin ruedas de entrenamiento. ¿Por qué hay un mini-centro comercial allí; cuando fue que eso abrió?
- ¿Cuándo fue la última vez que estuviste aquí, Pedro? - le pregunté.
- Um, unas pocas semanas posteriores a la graduación, supongo - dijo distraídamente, sus ojos iban y venían de ambos lados de la calle.
- ¿De verdad no has estado aquí desde que tenías dieciocho años? - pregunté, asombrada.
- ¿Por qué volvería? - preguntó, haciendo un giro y llevándonos justo en medio de la plaza del pueblo.
Cuando Pedro dijo que creció en Filadelfia, eso no era técnicamente cierto. Se crio en una de las muchas comunidades secundarias, los municipios más pequeños que componen las áreas periféricas. Sabía que él tenía dinero, no obstante no sabía que venía de Villa Dinero, E.U.A.
Su ciudad natal era lujosa. Y encantadora en la forma en que todas las ciudades del noreste se veían para alguien que se crio en California. Tenía algo que decir por haber crecido en una ciudad que era casi trescientos años más
vieja de donde me crie yo. La mayoría de las casas que pasamos sólo podrían describirse como fincas.
La plaza del pueblo era pintoresca, con pequeñas tiendas enmarcando el ayuntamiento en el centro. En su mayoría, de dos plantas con algunas históricas de tres torreones en cada esquina. Las personas estaban de compras mientras
los más ligeros copos de nieve caían, brillando en el techo de metal forjado oh, Dios mío , lo juro por Dios, ¡reales cabezas de caballo de metal clavados ahí! ¡Como, donde la gente solía atar a sus caballos! ¡Al igual que, en los viejos
tiempos!
- Pedro, tenemos que caminar un poco, ¡mira lo linda que es tu ciudad!¡Mira todas las tiendas, y, oh, ¡mira el árbol de Navidad en el centro! - exclamé,señalando. Enfrente del Ayuntamiento se encontraba un gran árbol, adornado
con lazos rojos, adornos dorados y las luces blancas.
- Nena, ponen un árbol de Navidad frente al Ayuntamiento de San Francisco cada año.
- Esto es diferente; ¡esto es tan lindo! ¡Todo es tan viejo! ¿Qué es eso? - le pregunté, señalando una antigua casa gótica con una placa exterior. Cada ventana poseía una corona; las ventanas de arriba incluso tenían velas también.Era tan bonita, debía tener algún significado histórico.
- Eso solía ser… síp, eso todavía es un Subway.
- ¿Estación? - pregunté, confundida.
- No, como la tienda de sándwiches - respondió, riéndose de mi decaída expresión .- No puedo creer que todavía esté abierto; nadie come allí.
-No cuando hay un Little Luigi’s.Todavía quieres un bistec?
- ¿Estoy respirando?
- Un bistec viene en camino - dijo, girando el coche por la última esquina de la plaza del pueblo .- Tienes que entender que aquí todo es viejo.
Cada edificio solía ser algo más; cada edificio es reutilizado para otra cosa - explicó, entrando en uno de los estacionamientos que estaba en diagonal a lo largo de la plaza . Excepto por ese estúpido centro comercial donde solía estar mi tienda de bicicletas.
Apagó el motor y caminó a mi lado. Al salir, respiré el aire cubierto de nieve, sintiendo un cosquilleo en mis pulmones. El frío se sentía bien después del largo viaje en avión, y fue agradable estirar un poco las piernas mientras caminábamos por la cuadra.
Mientras caminábamos, señaló las diferentes tiendas: la panadería donde fabricaban las mejores galletas azucaradas, el lugar donde conseguía sus zapatos nuevos cada año para la escuela, y mientras caminábamos y
hablábamos, parecía cada vez menos nervioso.
- Gracias a Dios, aún está aquí. Little Luigi’s - dijo, donde había una fila en la puerta en la noche fría. Se movía rápido, sin embargo, y pronto nos encontrábamos dentro. Tenía un agujero en la pared, con sólo tres mesas y una barra.
Asaban los filetes en una gran plancha negra, los pimientos y las cebollas chisporroteando. La gente ladraba órdenes, envolviendo emparedados, y el olor era celestial.
Cuando llegó nuestro turno, Pedro ordenó por los dos. Dos filetes,queso, cebolla, champiñones, con pimientos dulces calientes a un lado. Y lo más gracioso ocurrió. ¿Cuando ordenó? Ese acento salió de la nada. Nunca lo había
oído antes. No de Nueva York o Nueva Jersey; este fue muy específico.
Mientras escuchaba a todos a mí alrededor, todos lo tenían. Algunos más marcado que otros, y el de Pedro era bastante ligero, pero definitivamente apareció. ¿Eh?
Agarró un puñado de servilletas, vio a una familia dejando una de las mesas y fue capaz de atraparla. Dejándome con la mesa, se volvió por los emparedados. Había visto a Pedro ordenar a un hombre con diez canastas de rollitos de primavera en la cabeza en Saigon. Le había visto pedir salchichas de una mujer gigante con un delantal en Salzburgo. Y en ninguna parte jamás lo había visto más en casa de lo que se hallaba en esta tienda de emparedados en los suburbios de Filadelfia.
Con una amplia sonrisa, volvió a la mesa. Me enseñó a extender el papel para atrapar las gotas, añadió sal y pimienta, y a continuación, cómo sostenerlo para que no se derramara por los lados. Luego mordió, y pura felicidad se
apoderó de su rostro. E hizo un sonido que solo le había escuchado hacer una vez. Y estaba muy feliz cuando lo hacía.
***
- ¿Pedro Alfonso? - dijo una voz desde atrás, y se dio la vuelta con la boca llena de bistec. Rápidamente tragó y se levantó. Una mujer mayor con un elegante moño plateado y un collar de perlas que podrían ahogar a un caballo lo miraba con asombro.
- ¿Sra. White? - preguntó, pasándose una mano a través de su cabello.
- ¡Oh, Dios mío, eres tú! ¡Nunca pensé que volvería a verte por aquí! - Le dio un abrazo .- ¿Dónde, en el mundo, has estado? Lo último que escuché era que habías salido de Stanford.
- Sí, señora, y estoy todavía en la Costa Oeste San Francisco, en realidad. ¿Cómo está, cómo está la familia?
- ¡Oh, bien, bien! Con la firma de Manuel ahora, y ejerciendo el derecho corporativo. Está casado, con su primer pequeño en camino, y Katy se acaba de casar el pasado verano, y tienes que estar aquí para la reunión; ¡No puedo creer que seas tú! - dijo nuevamente, abrazándolo fuertemente. Se movió hacia delante, fuera de balance, mientras miraba sonriendo.
Me espió por encima de su hombro, y me miró de arriba abajo con interés perspicaz. - ¿Y quién podría ser esta, Pedro?
Se pasó la mano por el pelo nerviosamente de nuevo. - Esta es Paula Chaves. Paula, esta era nuestra vecina de al lado, la Sra. White.- Me dio una palmadita en el hombro tan duro que por poco se me cayó lo que quedaba de mi bistec. Lo cual era básicamente una mancha de grasa.
Extendí una mano hacia ella. - Sra. White, es un placer conocerle. Debe de ser la de las historias sobre la cantidad de problemas en los que Pedro solía meterse, ¿estoy en lo correcto?
- Me acuerdo de todo, Paula; mi mente es como una trampa de acero - dijo, tocando su sien . Pero olvidé recordarle a Arturo agarrar el pollo de la nevera, por lo que va a tener emparedados en la sala de TV dijo, saludando al hombre en el mostrador que sostenía dos paquetes de torpedos.
Mirando a Pedro cuidadosamente, ella le dio una palmadita en la mejilla.- Pedro, no puedo decir lo bueno que es verte. ¿Pasarás a vernos mientras estés en la ciudad? No aceptaré un no por respuesta.
- Bueno, Sra. White, no estoy seguro de si tendremos tiempo puesto que la reunión es mañana por la noche, y antes de eso me gustaría mostrarle a Paula los alrededores algo más. Nos vamos el domingo, así que…
- Almuerzo.
- ¿Almuerzo? - preguntó.
- El almuerzo de mañana. Tienen que comer, ¿no?-Asintió. Sonreí. Me gustaba ella.
- Entonces está decidido. Nos vemos a las doce. - Asintió, resolviendo el asunto .- Oh, no puedo esperar para decirle a Arturo que vendrás mañana; ¡estará tan contento!
- Gracias, señora - acordó.
- Tengo que correr, nos vemos entonces - dijo por encima del hombro,dirigiéndose a la noche.
- Ella es genial - comenté, observando cómo Pedro recogía los papeles y servilletas restantes y los arrojaba a la papelera.
- Mmm-hmm.
- Eso estuvo bien - le dije, acariciando mi estómago.
- Mmm-hmm.
- Entonces, ¿ahora qué? - le pregunté, levantando las cejas ante el repentino cambio. Los nervios volvían.
- ¿Qué? Oh, bueno, iremos al hotel, ¿para registramos? Sí, haremos eso- dijo, caminando saliendo del local.
Caminamos en silencio hasta el coche en la ligera nieve que caía. Este viaje era muy importante para él, y si solo me hubiera dado cuenta de lo que significaba el almuerzo: que estaría al lado de la casa en la que creció. Por primera vez en diez años.
Alcanzó mi mano y con esto se fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario