A la mañana siguiente, recibí un correo de Josefina. Iban a regresar a casa en tres semanas.
Y en esas semanas, todo mi mundo se puso patas arriba. Había estado manejando las cosas por meses, y logré acostumbrarme al ritmo que llevaban.
Pero no esas últimas dos semanas. No, señor. Fue como si todos los dioses del diseño se hubieran reunido, y dicho : Vamos a ver cómo podemos joder a Paula Chaves.
Y en caso de que te lo estés preguntando, sí, hay dioses del diseño. Y sí,son fabulosos.
El trabajo que acepté en Sausalito se suponía que inicialmente sería de una remodelación de cocina. La cual se convirtió en la remodelación de una sala de estar. Que se convirti en “ No podríamos tal vez añadir puertas francesas al patio?” y “Creo que necesitamos un patio nuevo, no lo crees?” y “Vi algo llamado pérgola en HGTV la otra noche; ¿podríamos colocar una de esas en el patio?” Lo que era bastante bueno para mi cartera, pero más trabajo del que
planeé. Fijamos la fecha límite, reacomodamos el presupuesto, y comencé a trabajar en la casi completa renovación que requería este proyecto.
Tuvimos un problema con los rociadores en la oficina, por lo que terminamos con todo el tercer piso inundado. El rociador sólo enloqueció una tarde y roció por quince minutos hasta que logramos apagarlo. Las oficinas tuvieron que ser ventiladas; un equipo vino para secar las alfombras, y algunos de los formularios de impuestos de fin de año acabaron borrosos e incompresibles. Afortunadamente, tenía copias de respaldo, ¿pero el pánico que sentí cuando los vi? Podría haberme provocado mi primera cana.
La maldita estructura artística fue instalada finalmente en el recibidor de Claremont. Max Camden le dio un vistazo, dijo que todo lucía mal, y nos exigió que encontráramos algo más. Que fue lo que hicimos. Todas las partes acordaron que el nuevo arte era mejor para el espacio, pero todo lo demás necesitaba ser redistribuido para acomodarlo. Lo que me hizo cuestionar la disposición de la iluminación. La iluminación en general. Era como tirar de un hilo suelto en un suéter, y de repente, puf, acabas sin suéter. Y estás de pie, desnuda, en un nuevo hotel con una terrible iluminación.
No tengo tiempo para la desnudez.
Porque la siguiente sorpresa fue que nuestro edificio iba a convertirse en un condominio. Después de que Josefina me reenviara un correo electrónico de su propietario, supe que saldrían al mercado en treinta días. Treinta días ¿era
incluso legal? Treinta días durante los cuales el dueño del edificio vendría para hacer reparaciones y mejoras a todas las unidades.
Pedro lo tomó todo con calma, diciendo que era una señal reafirmando que debíamos mudarnos a Sausalito. Señal o no, ahora me enfrentaba a una nueva casa, una que tendríamos que renovar de arriba abajo, y perdimos los
apartamentos en los que íbamos a vivir mientras eso sucedía. Y con Josefina a punto de llegar a casa, iba a perder mi trabajo de vigilante.
Y ahora encima teníamos que empacar todo en nuestros apartamentos en la ciudad, y llevarlo a un almacén hasta que estuviéramos listos para mudarnos a la nueva casa. En serio, por supuesto que contraté ayuda, pero aún así
necesitaba organizar las cosas, deshacerme de otras, y empacar otro par por mi cuenta. Hay ciertas cosas en el departamento de una mujer que quiere empacar por sí sola. Saben de lo que hablo.
Nadie iba a poner sus manos en mí batidora.
Así que, para resumir. Mi ya frenética vida de trabajo aumentaba su ritmo en vez de bajar la velocidad. Mi jefa regresaba en un par de días, y había cajas tiradas por todo el tercer piso de su oficina en la histórica mansión de Russian Hill. Estaba utilizando un par de horas que realmente no tenía para que empacar las cosas de mi glorioso apartamento, y así mudarme a una para nada
gloriosa casa que estaría atravesando una remodelación.
E iba a vivir en el mismo lugar durante la renovación.
Ríanse todo lo que quieran, dioses del diseño, puedo manejarlo.
¿Cierto?
El Cerebro se rió. La Columna se enrolló como si tuviera escoliosis. El Corazón todavía dibujaba su propia imagen en el espejo imaginario sobre su nuevo baño principal.
Y Pedro? Pedro era… un lío. Un lío que se encontraba embalando las cosas de su su apartamento mientras hablábamos, y provocaba una cantidad increíble de ruidos mientras lo hacía. Me hallaba en mi habitación, vaciando el
cajón de calcetines, cuando oí un muy distintivo golpeteo llegando a través de la pared. Un golpe, como prefieras.
Sonreí, recordando las primeras veces que escuché ese golpe.
Sonreí, recordando las primeras veces que escuché ese golpe.
Olaf se subió de un salto en la cama, mirando curiosamente la pared.
Estaba bastante segura de que algunas veces ponía atención para ver si Purina maullaba a través de la pared. Ya, claro.
Caminé hacia la pared compartida, colocando una mano en el lugar que imaginé se encontraba justo encima de su cama, y sí, sentí otro golpe. ¿Qué demonios hacía?
Agarré mi teléfono y le envié un mensaje:
¿Qué demonios estás haciendo allí?
Desarmando mi cabezal.
¡Ah! Con razón. Qué recuerdos.
Su respuesta fue golpear la pared de nuevo. Golpeé de vuelta.
Bang, ba-ba-bang, bang.
Bang, bang.
Me reí, y luego escuché. Estaría…? Sí, un momento después, Glen Miller llegó a través de las paredes. Suave.
Regresé a empacar, y él volvió a desarmar su cabezal. Olaf atacó un rollo de envoltura de burbujas y lo hizo su perra.
Un par de horas después, nos encontramos en mi apartamento, y miramos la pequeña abolladura que hice
acomodando las cosas para mudarme.
- ¿Cuándo vendrá el dueño del almacén de nuevo?
- En dos días.- Miré mi calendario para verificar la fecha . Así que,necesitas asegurarte de que todo lo que no quieras que esté en el contenedor esté afuera antes de que el equipo llegue aquí. Se encargaran de todo lo demás.
Todavía se sentía extraño pensar en la nueva casa. Casi no podía, con todo lo que sucedía. Un paso a la vez.
- ¿Nos quedaremos aquí esta noche? - preguntó, mirando el calendario por encima de mi hombro.
- Me gustaría, si eso está bien contigo. Una noche más, ¿dónde todo comenzó? Además, me tomé la molestia de traer a mi gatito - bromeé.
En ese momento, Olaf pasó corriendo a través de la cocina como si los cazadores del infierno estuvieran justo detrás de su cola, tirando de un gran pedazo de envoltura de burbujas detrás de él.
- Sabes que no puedo resistirme cuando dices eso - murmuró en mi oído, sus brazos envolviéndose alrededor de mi cintura . Por cierto, puedes borrar ese viaje.
- ¿Qué viaje? pregunté, mi voz toda empalagosa. Sus brazos me provocaban eso.
- El viaje a Belice. Lo cancelé - dijo, señalando la fecha marcada en mi calendario.
- ¿Cancelaste el viaje Belice? - pregunté. Ya iban tres viajes seguidos.
- Síp. Quería estar aquí para ayudar con la casa.- Me acarició el cuello .- Soy bastante bueno con los martillos, si lo recuerdas. - Empujó sus caderas contra las mías.
Empujé en respuesta. ¿Un poco más fuerte de lo necesario?
Tal vez. Un poco.
- Voy a asegurarme de tener todo en la habitación - dije, liberándome de él y dirigiéndome hacia mi habitación. Sabía que no le gustaba mucho cuando cuestionaba su horario. Y si notó que mi voz ya no era empalagosa, no dijo nada.
Maldición.
***
Cada uno de mis mundos colisionó el mismo día. El viernes amaneció frío y despejado. Era bueno que no hubiera niebla, porque la niebla que llevaba para el medio día en mi cabeza era suficiente para toda el área de la Bahía.
Josefina y Benjamin tomarían el avión de la seis en punto. Queríamos que fueran capaces de disfrutar su primera noche de vuelta sin nosotros alrededor, así que cuando me fui del trabajo el viernes en la mañana, me aseguré de que todo estuviera impecable, todo exactamente como lo dejaron.
Pedro iba a cerrar el trato de la nueva casa a las dos treinta. Había firmado el papeleo y recogido las llaves, y le dije que lo encontraría en nuestra nueva dirección tan pronto como pudiera salir del trabajo. Las ganancias eran buenas, un camión entregó las cajas imprescindibles, y Pedro quedó a cargo de comprar y acomodar nuestra cama inflable. Síp, una cama inflable. Ya que viviríamos en la instalación hasta que nuestra nueva casa fuera renovada, y no queríamos ningún mueble auténtico allí. No queríamos tener que seguir mudándolos mientras trabajamos en las habitaciones, así que viviríamos con lo básico por un rato.
Las cosas se encontraban a punto de volverse reales. Muy reales.
El pobre Olaf no sabía lo que sucedía. Después de mudarse de la casa de Josefina, de regreso al apartamento, de nuevo a donde Josefina, de regreso al apartamento, apenas sabía dónde se encontraba su caja de arena.
Afortunadamente, el suéter de Stanford se había ido.
El tío Juan y el tío Antonio decidieron mudarse de nuestro edificio cuando se convirtió en condominio, así que mi gato no tenía quién lo cuidara.
No quería que Olaf estuviera en la casa nueva hasta que tuviera tiempo de hacerla a prueba de gatitos, así que fue a la guardería para gatos.
Me sentí la mami más horrible del planeta. Y lo que Pedro sentía al respecto no ayudó.
Mi veterinario me recomendó este genial hotel de mascotas. Digo hotel, porque no era tu sitio de hospedaje promedio. Tenía su propia habitación, con televisor de pantalla plana reproduciendo porno de colibrís las veinticuatro horas del día.
- Sólo es temporal. Lo prometo, cariño.- Cuando recorrimos el lugar, traje a Olaf conmigo, y él y Pedro miraron los alrededores con la misma expresión.
¿En serio?
- ¡No podemos dejarlo aquí, este lugar es ridículo! - susurró Pedro mientras pasábamos junto a las habitaciones para gatos.
- El lugar es genial. Tú no seas ridículo - susurré en respuesta a medida que seguíamos a la dueña por el pasillo.
- ¡Y esta será la suite de Oscar! - canturreó, abriendo la puerta de la más linda habitación que hubiera visto alguna vez.
- Es Olaf. No Oscar; Olaf - suspiró Pedro, rodándome los ojos. Los míos le dijeron que se callara. Tomé a Olaf de sus brazos, bajándolo para que pudiera familiarizarse. Miró a su alrededor, arañó uno de los postes y me miró de nuevo.
- ¿Dónde está mi repisa en la ventana? - preguntó sin palabras.
Estos dos. En serio.
Pedro y yo discutimos sobre ello de camino a casa. Olaf se sentó regiamente en la consola entre nosotros, con las patas traseras metidas en los porta vasos. El hotel de mascotas era un poco cursi, pero genial. Y era un medio
para un fin. Solo sería por un par de días, mientras nos acomodábamos en la nueva casa. Llevaba con Olaf mucho más tiempo que con Pedro, y sabía que si había una tabla floja, o una alacena con una puerta torcida, iría a explorar y
sería imposible encontrarlo después. Pedro protestó diciendo que actuaba como una ridícula, y maniática del control.
Solo quería poner las bisagras a prueba de gatos. Eso era todo. Y debido a eso, mi gato tendría que pasar un par de noches en un costoso hotel para mascotas con servicio a la habitación. Por la manera en la que Olaf y Pedro se
comportaban, uno pensaría que le sugería que pasara un par de noches en prisión.
Pero aquí nos encontrábamos, el día de la mudanza, y Pedro finalmente estuvo de acuerdo con que era lo mejor para Olaf, y también para sí, llevarlo al hotel de mascotas antes de cerrar el trato de la casa. Los besé a ambos esa
mañana, diciéndole a Olaf que disfrutara de sus aventuras.
Acomodó su pata,de modo que sus pequeños dedos felinos quedaron hacia arriba. No era un accidente. Estoy bastante segura.
Acomodó su pata,de modo que sus pequeños dedos felinos quedaron hacia arriba. No era un accidente. Estoy bastante segura.
Planeé trabajar durante el almuerzo ese día, tratando de arreglar todo para que cuando Josefina regresara al trabajo el lunes, fuera como si nunca se hubiese ido. No, mejor que cuando se fue. Realmente quería que supiera cómo de serio me tomé el mando de su negocio mientras se hallaba de vacaciones,incluso trayendo un par de clientes nuevos mientras me encargaba de los que ya existían. Y hacer de mentora de un nuevo interno con la misma paciencia y guía que me dio cuando atravesé esas puertas por primera vez.
Y aunque, sí, perdimos la alfombra en el tercer piso, pero la reemplacé con algo incluso mejor.
Arreglé un guión gráfico mostrando el progreso en Claremont; bastante llamativo Simplifiqué uno de los reportes de nómina para que pudiera ver no sólo las horas totales trabajadas por sus empleados, sino cuantas horas fueron distribuidas para cada proyecto. Y casi tenía todas las facturas para las cuentas activas y proyectos categorizadas, y códigos de color en diferentes carpetas de
colores dispersas por toda mi oficina.
Me encontraba revisando mis cálculos en una factura particularmente larga y detallada cuando Pedro apareció inesperadamente con una caja de
pizza a las doce treinta. Dejó caer el cuadrado en medio de mi escritorio con un ademán.
- Espera, espera, ¿qué es esto? - exclamé, levantando la mirada de mi calculadora y dándome cuenta de que casi había perdido la cuenta por tercera vez.
- Se llama almuerzo, cariño - dijo con una sonrisa llena de orgullo, sacando sodas de una bolsa y buscando un lugar para ponerlas .- Mierda,mujer, nunca he visto tu escritorio tan desordenado.
- Pedro, espera, no…
Recogió tres de mis carpetas y las apiló para hacer espacio, mezclando todo en lo que trabajaba. - Ahora sí… mucho mejor.
Me quité los lentes y lo miré. - ¿Tienes idea de cuánto tiempo me tomó organizar esta mañana?
Miró con culpa la pila. - Lo siento - ofreció.
- ¿Qué estás haciendo aquí? - le quité la pila y comencé a separarla de nuevo.
- Es el Día de la Casa, Chica Camisón. - Me miró como si estuviera loca . Pensé que podríamos celebrar con un pequeño almuerzo, y sé que estás muy ocupada. No hay problema… Por eso te traje el almuerzo!
- Oye,Paula, ¿todavía quieres que trabaje en los costos de proyección para…? Oh. Hola, Pedro! - dijo Marisa, congelándose en el pasillo y deteniéndose cuando se dio cuenta de mi novio. Tenía una atracción monstruosa.
Normalmente, me hacía reír observarla tartamudear a su
alrededor, pero hoy no me produjo ni una pizca de diversión.
- Marisa, ¿te gustaría algo de pizza? - ofreció, cogiendo la caja de mi escritorio. Los papeles debajo se encontraban manchados de grasa.
Tomé un lápiz de color de mi cabeza y comencé a mordisquearlo.
- Oh, no, ya comí pizza, quiero decir, no me comí una pizza entera, quiero decir, salí por una pizza entera, quiero decir, un pedazo. Me comí un peque o pedazo de pizza, y una ensalada, mayormente ensalada…
La detuve. Daba vergüenza. - Sí, Marisa, por favor trabaja en los costos de proyección para la cuenta de los Anderson y hazme saber si tienes alguna pregunta. Gracias.
- De acuerdo, seguro, no hay problema. Solo estaré desnuda en la otra habitacion… Es decir, trabajando! Yo solo… mierda. Adios!
Dejé caer mi cabeza en el escritorio. Marisa era la mujer joven más talentosa y madura que conocía. Habría matado por el aplomo que poseía a una edad tan prematura excepto cuando involucraba a Wallbanger. Entonces se derretía. Lo entendía. Y ella ni siquiera sabía que tenía el poder de mover toda una cama con solo la fuerza de sus caderas.
Hablando de caderas, un par entraron en mi campo de visión, seguidas por la caja de pizza.
- Entonces, ¿almuerzo?
Comencé a reír. No pude evitarlo. Me hallaba en el punto donde podías reír o llorar, y la escala se encontraba inclinada hacia la risa. Lo miré, celebrando el Día de la Casa a su propia dulce e inconsciente manera, y me reí como una maniática. - Seguro, Pedro. Vamos a comer algo de pizza.
Tomé la caja de sus manos, y justo ahí en la cima, rodeado por un ejército de pepperoni danzante y vistiendo un gorro de chef, se hallaba la foto del diablo en persona.
Csrlos Weinstein. El dueño de la cadena de pizzerías. Dador de descuentos. Descrito como hombre del pueblo.
Y el maldito depredador que secuestró mi O.
Mis ojos comenzaron a girar. El piso a inclinarse. Y mi piel, la cual vio sólo una vez, sintiéndose asqueada, disgustada y arrugada.
Las carcajadas que salían de mis labios se convirtieron en un chillido que detuvo el tráfico en toda la ciudad, molestó a varios carritos de fruta, y pude muy bien haber provocado el más ligero temblor que fue reportado esa noche en las noticias. Mis rodillas tocaron mi mentón mientras mi cuerpo se volvía regordete en un esfuerzo por protegerse a toda costa.
- Oh, ¿quieres calmarte? No hay anchoas en esta pizza - dijo Pedro, rodando sus ojos y entregándome una servilleta.
***
Tuve recuerdos toda la tarde.
Carlos, animándome a beber de su cerveza Natural light cuando salí a tomar unos tragos con él en nuestra primera y única cita.
Carlos, sonriendo mientras se deslizaba detrás del volante de su estúpido auto amarillo, de esos enormes que los hombres con penes pequeños tienen con la matrícula MRSEX. Pensándolo bien, no era ninguna de esas cosas.
Carlos, suspendido sobre mí gruñendo mientras sus caderas corrían una carrera que nunca ganarían.
Para ser justos, tuve la oportunidad de detener esa tragedia en particular.
Y aún así escogí seguir con la peor experiencia sexual de mi vida, lo que acabo en un gran hiato en lo que a los orgasmos respecta, uno que llegó a ser conocido por toda la humanidad.
Parpadeé apresuradamente, tratando de evitar que siguieran llegando las imágenes. Giré hacia mi nueva calle un poco demasiado rápido y el contenido de mi bolso se derramó por todo el suelo de la furgoneta de reparto.
Se preguntarán por la furgoneta de reparto.
Sí, hablaba en serio. En nuestra prisa por hacer historia en los bienes raíces con la decisión más rápida del mundo, ambos nos olvidamos de mi viaje a la ciudad. Seguro, podía tomar el ferri, pero no tuve la oportunidad de averiguar el horario. Y ya no tenía acceso al muy deportivo Mercedes de Josefina.
Así que hurté la furgoneta de reparto de Josefina Designs, y la usé para conducir por el puente hasta mi nueva dirección.
Mientras me estacionaba frente a la vieja casa estilo victoriana que ahora llamaba hogar, mis lápices labiales
Mientras me estacionaba frente a la vieja casa estilo victoriana que ahora llamaba hogar, mis lápices labiales
rodaron por todo el suelo. Suspiré pesadamente mientras apagaba el motor, mirando la casa a través del parabrisas
Desde la calle, aún se veía melancólica y un poco descuidada. Sabía que era temporal. Además, me sentía un poco cansada. Este día fue una locura, y no quería nada más que explorar mi nuevo hogar, tomar una ducha caliente, y arrastrarme a la cama.
Una cama en el suelo.
Mierda, ya no importaba. Solo quería una cama. Mientras cerraba la puerta de la furgoneta, esta chilló de una manera que me recordó a la cama de Carlos Weinstein cuando enterraba su pequeño pene de manera abrumadora
(increíblemente abrumadora), y parpadeé otra vez.
Cerré la puerta con fuerza y subí las escaleras. Podía ver a Pedro a través de la ventana de enfrente, moviendo cajas.
Sentí que mi carga se aligeraba. Y algo más comenzó a apretarse. Este era mi nuevo hogar, e iba a compartirlo con Pedro.
De repente, todo lo malo desapareció. No podía esperar para entrar y hacer el amor dulcemente. Y luego hacerlo de forma sucia y obscena. Y todo lo que había en medio.
Abrí la puerta principal, mirando más allá del papel tapiz color malva, la alfombra rosa, los zócalos deslucidos, los marcos de las puertas llenos de huellas digitales y todas nuestras cajas, y vi a mi novio. Alto y atractivo, fuerte y enjuto. Se dio la vuelta cuando entré, y me dio una sonrisa diabólica.
- Hola, nena.
- Hola a ti - respondí. Dejé caer mi bolso y comencé a caminar a través de todo el rosa hacia él.
- Esperé hasta que llegaras para ordenar la cena. ¿Qué tal algo de comida Thai?
-Suena genial, grande y caliente amo de casa - ronroneé. Y levanté la mirada de los menús de comida para llevar. Sonrió mientras me veía acercarme, así que le agregué un salto extra a mis pasos.
- ¿Qué te sucede?
- Nada. Al menos no todavía. - Guiñé .- Ahora, ¿dónde está esa cama inflable? Vamos a bautizar este montón de ladrillos.
Lo atraje hacia mí y lo besé profundamente, pasando las manos por su cabello. Él respondió inmediatamente, besándome con urgencia. Lo besé a lo largo de su mandíbula, pómulos, y pasé la lengua por su piel, justo donde su cuello y hombro se unían. Siempre sabía increíble allí.
Gimió en mi oído. - Mierda. Me olvidé de la cama inflable.
- ¿Qué?
- Sí, lo siento. Estuve tan ocupado esta tarde que se me olvidó.
Me alejé, y metí mi lengua en mi boca. - Así que, ¿dónde vamos a dormir…? - Agh! Me alejé; algo peludo se había frotado contra mis piernas .
-¿Qué diablos fue eso?
Mi mente inmediatamente conjuró a una fuerza especial de ratones determinados a rescatar la casa de los humanos invasores.
Pero no era un ratón. Era Olaf. Con los ojos amplios y la cola tupida.
Frotándose entre mis piernas a forma de saludo. Lo miré, y luego a Pedro.
Quien tuvo la decencia de verse un poquito culpable.
- ¡No podía dejarlo ahí; lo llamaban Oscar!
Me tomó dos minutos correr por la casa, cerrando todas y cada una de las puertas de todos los cuartos que no superaron la prueba de gatos. Y luego otro minuto dejar de clavarme las uñas en las palmas.
Regresé a la sala. Pedro le mostraba a Olaf el armario de los abrigos.
- No puedo creerlo, Pedro - jadeé, pasando a su lado para coger el bolso cerca de la puerta principal.
- Oh, vamos, no es gran cosa.
Me giré hacia él. - Sí que lo es cuando es algo en lo que ya habíamos decidido. No tengo tiempo esta noche para andar por esta enorme y jodida casa y asegurarme de que no haya nada donde se pueda meter.
- Creo que estás exagerando un poco. Probablemente se quede con nosotros esta noche. Se acurrucará como siempre lo hace y…
- ¿En dónde va a acurrucarse, Pedro? ¿En la cama inflable que no tenemos? ¿En dónde demonios se supone que vamos a dormir esta noche?
Olaf se retiró sabiamente hacia comedor, donde fingió explorar la repisa de la ventana. Sabía que nos escuchaba.
- ¡Lo olvidé! No es el fin del mundo; saldré y conseguiré una. No es gran cosa - espetó, tomando su chaqueta y yendo hacia la puerta. Di un paso en su dirección para detenerlo cuando escuché el tintinear de un vidrio. Me di la
vuelta y vi a Olaf con la mitad del cuerpo fuera de la ventana.
- ¡Olaf! - grité, y se congeló, con la mitad del cuerpo afuera y la otra adentro. Lo cogí rápidamente y abracé, Pedro justo detrás de mí. Los marcos originales de las ventanas estaban oxidados, cubiertos por años de masilla y no tenían pantallas. Pedro luchó con la ventana, y finalmente, consiguió cerrarla, luego se dio la vuelta para mirarme.
Lágrimas bajaban por mi cara. Olaf era como mi hijo. Y como cualquier otra madre que veía a su hijo cerca de una ventana así de peligrosa, me sentía semi asustada, furiosa, y totalmente aliviada. Olaf era un gato de casa hasta la
médula; nunca había estado en el exterior. Sólo veía las calles desde la comodidad y seguridad de la repisa de la ventana. Con una ventana real entre las calles y él, no esa trampa mortal desvencijada.
- Lo siento mucho - dijo Pedro, y asentí. Abracé a Olaf tan
apretadamente que chilló.
- ¿En dónde está su cargador? - pregunté.
- Voy a buscarlo - respondió, y salió del cuarto.
Bajé la mirada hacia mi gato, que se volvió en mis brazos para mirarme.
- No vuelvas a hacer algo así, ¿me escuchaste? - advertí, acariciando su sedoso pelaje. Puso una pata sobre mi boca. La besé, sonriéndole. Cuando Pedro volvió con el cargador, mi sonrisa se desvaneció.
- Voy a llevarlo al sitio para mascotas, ¿de acuerdo? -dije en voz baja, metiéndolo en él.
Asintió. - Voy a ir a comprar una de esas camas inflables.
Me dirigí hacia la puerta. - ¿Tienes mi llave? ¿En caso de que regrese antes que tú?
- Oh, claro… aquí está - dijo, sacando un llavero nuevo de su bolsillo trasero y entregándome una llave. La tomé.
Esto no resultó como pensé que lo haría.
Me fui con mi gato.
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