miércoles, 9 de julio de 2014
CAPITULO 6
Como a las siete y media, me subí a un tranvía y revisé el día que tenía por delante. Iba a encontrarme con un nuevo cliente, terminar algunos detalles sobre un proyecto que acababa de completarse, y almorzar con mi jefa. Sonreí al pensar en Josefina.
Josefina Sinclair dirigía su propia empresa de diseño, donde tuve la suerte de hacer una pasantía durante mi último año en Berkley. En sus treinta y tantos años, pero viéndose como si tuviera veintitantos, se había convertido en alguien importante en la comunidad del diseño a principios de su carrera. Retaba lo convencional, fue una de las primeras en barrer "shabby chic" del mapa, y había creado una tendencia al traer de vuelta los colores neutrales y estampados geométricos de la mirada "moderna" que actualmente era todo un rugido. Ella me contrató después de que mi práctica había terminado y de que había proporcionado la mejor experiencia que un joven diseñador puede tener. Fue difícil, exigente, tenía un instinto asesino y, aún más, un ojo asesino por los detalles. Pero, ¿cuál era la mejor parte de trabajar para ella? Era muy divertida.
Cuando salto del tranvía, veo mi “oficina”. Josefina Designs estaba en Russian Hill, una parte hermosa de la ciudad: Mansiones de cuentos de hadas, calles tranquilas, y una fantástica vista de los picos más altos. Algunas de las casas más viejas se habían convertido en espacios comerciales, y nuestro edificio era uno de los mejores.
Dejé escapar un suspiro cuando entré en mi oficina. Josefina quería que cada diseñador hiciera su propio espacio. Era una manera de mostrarles a los clientes potenciales lo que podían esperar, y yo había puesto un montón de ideas en mi espacio de trabajo. Profundas
paredes grises acentuadas por cortinas de felpa rosa salmón. Mi escritorio era de ébano oscuro con una silla cubierta en oro y suaves sedas champán. La sala era sencillamente distinguida, con un toque de fantasía proveniente de mi colección de anuncios de Campbell’s Soup de los años treinta y cuarenta. Había encontrado un montón de ellos en una venta de etiqueta, todos recortados de números atrasados de la revista Life. Los tenía montados y enmarcados, y todavía me reía entre dientes cada vez que los miraba.
Pasé unos minutos tirando las flores de la semana pasada y
organizando una nueva exposición. Todos los lunes me detenía en una tienda local para elegir flores para la semana. Las flores cambiaban, pero los colores tendían a caer dentro de la misma paleta. Yo estaba particularmente encariñada con los naranjas profundos, rosas, melocotones y dorados cálidos. Ese día había elegido rosas híbridas de té de un color coral precioso, las puntas teñidas de frambuesa.
Ahogué un bostezo y me senté en mi mesa, preparándome para el día. Vi a Josefina mientras pasaba rápidamente por delante de mi puerta y la saludé. Ella volvió y asomó la cabeza por la puerta.
Siempre tirando para el mismo lado, era alta, delgada, y
encantadora. Hoy en día, vestía de negro de arriba a abajo, pero sus tacones fucsia la rockeaban, ella era chic.
—¡Hola, chica! ¿Cómo está el apartamento? —preguntó ella, sentándose en la silla frente a mi escritorio.
—Fantástico. ¡Muchas gracias de nuevo! Nunca podré pagarte por esto. Eres la mejor —dije efusivamente.
Josefina me había subarrendado su apartamento, ese que había tenido desde que se mudó a la ciudad, años atrás.
Ahora estaba restaurando una casa en Sausalito. Las rentas eran lo que eran en la ciudad, pan comido. El control de alquileres hacía que el precio fuera escandalosamente bajo.
Me dispuse a seguir hablando cuando ella me detuvo con un gesto de mano.
—Silencio, no es nada. Sé que debería deshacerme de él, pero fue mi primer lugar en la ciudad, y sólo rompería mi corazón dejarlo ir.Además, me gusta la idea de que esté ocupado de nuevo. Es un gran barrio. —Ella sonrió, y sofoqué otro bostezo. Sus agudos ojos lo atraparon—.Paula, es lunes por la mañana. ¿Cómo puede estar
bostezando ya? —me reprendió.
Me eché a reír. —¿Cuándo fue la última vez que dormiste allí, Josefina?
Miré por encima del borde de mi taza de café. Era mi tercera ya.
Estaría navegando pronto.
—Oh, muchacho, ha sido desde hace tiempo. ¿Tal vez hace un año? Benjamin estaba fuera de la ciudad, y yo todavía tenía una cama allí.A veces, cuando estaba trabajando tarde, me gustaba permanecer en la ciudad durante la noche. ¿Por qué lo preguntas?
Benjamin era su prometido. Millonario, capitalista de riesgo, e impresionante. Mis amigas y yo tuvimos un flechazo asesino con él.
—¿Has oído algo al lado? —pregunté.
—No, no. No lo creo. ¿Cómo qué?
—Mmm, sólo ruidos. Ruidos nocturnos.
—No cuando yo estaba allí. No sé quién vive ahora, pero creo que alguien se mudó el año pasado, ¿tal vez? ¿El año anterior? Nunca lo conocí. ¿Por qué? ¿Qué oíste? —Me sonrojé furiosamente y le di un sorbo a mi café—. Espera un minuto. ¿Ruidos nocturnos? ¿Paula?¿En serio? ¿Has oído algo sexy? —me pinchó.
Golpeé mi cabeza contra el escritorio. Oh, Dios. Recuerdos.
No más golpes. Eché un vistazo hacia ella, y tenía la cabeza echada hacia atrás de la risa.
—Ay caramba, Paula. ¡No tenía ni idea! El último vecino que
recuerdo tenía ochenta años, y el único ruido que he oído proveniente de esa habitación eran repeticiones de Gunsmoke . Pero ahora que lo pienso, podía escuchar ese programa de televisión muy bien...—Su voz se desvaneció.
—Sí, bueno, Gunsmoke no es lo que viene a través de las paredes ahora. Sexo directo hasta llegar a través de las paredes. Y no sexo dulce, o aburrido. Estamos hablando de... interesante —sonreí.
—¿Qué oíste? —preguntó ella, y sus ojos se iluminaron.
No importa la edad que tengas, o de dónde vengas, hay dos verdades universales. Siempre nos reiremos de un gas... si sucede en el momento equivocado, y siempre estaremos curiosos sobre lo que sucede en las habitaciones de los demás.
—Josefina, en serio. ¡No se parece a nada que haya escuchado antes! La primera noche, estaban golpeando la pared con tanta fuerza que ¡un cuadro se cayó y me golpeó en la cabeza!
Sus ojos se abrieron, y ella se inclinó sobre el escritorio. —¡Cállate!
—¡No lo haré! Entonces oí... Jesucristo, escuché nalgadas. —Yo estaba hablando con mi jefa de nalgadas. ¿Ven por qué me encanta mi vida?
—Nooo —suspiró ella, y rió como colegiala.
—Siiiiii. Y él hizo que mi cama se mueva, Josefina. ¡Hizo que se mueva! La vi a la mañana siguiente, como Azotada se iba.
—¿La llamas Azotada?
—¡Por supuesto! Y entonces anoche…
—¡Dos noches en una fila! ¿Azotada obtuvo algunos azotes otra vez?
—Oh no, anoche traté con un capricho de la naturaleza que he llamado Purina —continué.
—¿Purina? No lo entiendo —frunció el ceño.
—La rusa a la que hizo maullar anoche.
Ella se rió de nuevo, causando que Esteban de Contabilidad asomara la cabeza por la puerta. —¿Sobre qué están cacareando estas dos gallinas? —preguntó, sacudiendo la cabeza.
—Nada —contestamos al mismo tiempo, luego volvimos a nuestra conversación.
—Dos mujeres en dos noches, eso es impresionante —suspiró.
—Vamos, ¿impresionante? No. ¿Promiscuo? Sí.
—Guau, ¿sabes su nombre?
—Sí, de hecho. Su nombre es Pedro. Lo sé porque Azotada y Purina lo gritaban una y otra vez. Yo podía escucharlo a través de los golpes... Estúpido Wallbanger (Golpea-Paredes) —murmuré.
Ella se quedó en silencio por un momento, y luego sonrió.
—Pedro Wallbanger… ¡Me encanta!
—Sí, te encanta. Porque anoche no tenías a tu gato tratando de aparearse con Purina a través de la pared. —Me reí con tristeza y apoyé la cabeza sobre el escritorio mientras seguíamos riendo.
—Bueno, vamos a empezar a trabajar —dijo Josefina por fin, secándose las lágrimas de sus ojos—. Te necesito para que vayas a buscar a estos nuevos clientes hoy. ¿A qué hora aterrizan?
—Ah, el señor y la señora Nicholson estarán aquí a la una. Tengo la presentación y los planes listos para ellos. Creo que realmente les gustará la forma en que rediseñé su dormitorio. Vamos a ser capaces de ofrecerles una sala de estar en suite y un baño completamente nuevo. Es bastante genial.
—Te creo. ¿Puedes compartir tus ideas conmigo en el almuerzo?
—Sí, estoy concentrada en eso —le contesté mientras se dirigía hacia la puerta.
—Ya sabes, Paula, si puedes lograr este trabajo, sería enorme para la empresa —dijo ella, mirándome a través de sus gafas de carey.
—Espera a ver lo que se me ocurrió para su cine en casa.
—Ellos no tienen un cine en casa.
—Todavía no, no lo tienen —le dije, arqueando las cejas y sonriendo diabólicamente.
—Lindo. —Lo aprecia y se va para empezar su día.
Los Nicholsons eran definitivamente una pareja que quería, todo el mundo lo hacía. Moni había hecho algunos trabajos para Natalie Nicholson, sangre azul y tacones, cuando reorganizó su oficina el año pasado. Ella me recomendó al momento en que el diseño interior golpeó la mesa, e inmediatamente comencé los planes para remodelar su dormitorio.
Wallbanger. Pfff
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